Aquiles Montaño Brito
El 17 de agosto, un diputado de Morena en Veracruz, Rubén Ríos Uribe, propuso “invadir España” y “hacer monarca” al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. El mensaje del diputado se produce cuando el país conmemoraba los 500 años de conquista de Tenochtitlan. En las redes sociales el mensaje se viralizó y la prensa lo publicitó burlonamente. Se trató de un comentario absurdo. Pero este morenista no es el único… él sigue el ejemplo de AMLO. ¿O ya se nos olvidaron las cartitas de López Obrador? El 25 de marzo de 2019, la prensa se amaneció con una de las noticias más carentes de sentido: el señor presidente le informó al país que, mediante dos cartas, le solicitó al rey Felipe VI de España y al Papa Francisco que le pidan perdón a los pueblos originarios de México por las “violaciones de los derechos humanos” durante la Conquista. Ambos, diplomáticamente, lo mandaron a volar. El rey de España, Felipe VI, rechazó “con toda firmeza” la petición de AMLO. El Papa Francisco le dijo, con otras palabras, que su petición lo retraba como un ignorante, dado que tres papas (Juan Pablo II, Benedicto XVI y el propio Francisco) le pidieron perdón al pueblo mexicano por “los muchos y graves pecados” que la Iglesia cometió “contra los pueblos originarios de América en nombre de Dios”.
Tantos perdones pedidos. ¿Y de qué nos han servido? ¿Una, dos o tres disculpas, para qué? ¿Han revivido los muertos? ¿Se han reconstruido las pirámides? ¿Le han regresado al pueblo mexicano el orgullo de lo que fueron sus antepasados? No, claro que no. El perdón no anula la conquista, ni lo que esta dejó en las entrañas del pueblo mexicano. De manera que la petición de AMLO es absurda. Y el llamado de Rubén Ríos es doblemente absurdo. Reflejan la ignorancia suprema de un gobierno.
El 13 de agosto conmemoramos el aniversario 500 de la caída de Tenochtitlan, cuando el ejército de Hernán Cortés sometió a nuestros antepasados. Hablemos de lo que era Tenochtitlan antes de la llegada de los españoles y de lo que la conquista significó para nosotros. Los países conquistados siempre son sometidos al dominio económico y político de la potencia extranjera. La historia de los vencedores siempre avergüenza las raíces de los vencidos. Por eso es necesario que los mexicanos conozcamos nuestra historia para sentirnos orgullosos de ella y tengamos los arrestos necesarios para no avergonzarnos ante otras culturas y ante otros valores que nos inyecta el imperialismo estadounidense y mundial.
En 1,325 un grupo de hombres sin territorio ni cultura fundó Tenochtitlan, en el centro del lago de Texcoco. “Este es el lugar donde el águila despliega sus alas y destroza a la serpiente. Este es nuestro reino”, dijo Tlacaélel, el heredero de Quetzalcóatl, según nos cuenta en su novela el escritor Antonio Velasco Piña. Para cuando los españoles la invaden, casi 200 años después de su fundación, Tenochtitlan era una “Venecia del Nuevo Mundo”, según la retrató el historiador Bernal Díaz del Castillo. Los indígenas habían construido una de las capitales más hermosas del planeta. El historiador José Luis de Rojas de la Universidad Complutense de Madrid, en su libro México-Tenochtitlan, economía y sociedad en el siglo XV (1986), sostiene que Tenochtitlan “no poseía menos de 200,000 habitantes”. Lo que “equivale a decir que era una de las ciudades más pobladas del planeta, de bastante mayor tamaño que Roma, París o Sevilla y justo por detrás de Pekín, Constantinopla o Bagdad. Para alimentar a una población como esa se requerían al menos 4,000 cargadores diarios, lo que implicaba un trasiego constante de personas y un amplísimo mercado”.
En una conferencia dictada en 1989, el líder del Movimiento Antorchista, el Maestro Aquiles Córdova Morán, nos explica que cuando los españoles llegan, los indios mexicanos están precisamente en el estadio medio de la barbarie, que se caracteriza porque el pueblo americano practicaba la agricultura y el europeo la ganadería, la alfarería, la navegación, es sedentario y comienza a inventar su lenguaje escrito. Para que los pueblos entren en lo que en términos históricos se conoce como civilización se necesita que conozcan el hierro y que conozcan el lenguaje escrito. Los antiguos mexicanos no conocían el hierro.
Los historiadores serios consideran que el pueblo mexicano tenía un desarrollo importante. No era un pueblo de ignorantes. El pueblo mexicano era uno de los pueblos más admirables, más inteligentes e industriosos que pudieron haber aportado grandes cosas a la humanidad de no haber sido interrumpido su desarrollo por la conquista violenta de los españoles.
Los mexicanos ya conocían la agricultura compleja, como es la de las chinampas. Los mexicanos ya no eran nómadas, sino que vivían en ciudades con una arquitectura bastante avanzada. Los mexicanos navegaban con canoas bastante evolucionadas. Los mexicanos aún no tenían un lenguaje propiamente hablando, pero comenzaban a descubrirlo. El idioma de los antiguos mexicanos era muy dulce, agradable al oído y rápidamente, gracias al espíritu de conquista de los mexicanos, se estaba convirtiendo en el idioma universal de toda la América; tenía capacidad expresiva, fuerza y se enriquecía en virtud de la multitud de negocios que los mexicanos hacían con todos los pueblos civilizados del Continente.
Habían un orden admirable en la administración de la ciudades. No había robos, no había asesinatos, los mexicanos no se emborrachaban, porque el pulque, que era la bebida nacional, solo estaba permitido para los viejos. Los indígenas se bañaban varias veces al día. Los mexicanos no tenían enfermedades venéreas, porque entre los indios no había prostitución; entre los mexicanos no había gente gorda, porque los mexicanos no comían grasa, todo lo guisaban con el fuego. Entre los mexicanos estaba perfectamente establecida la policía y el comercio, reinaba una administración y reinaba una concordia pública que fue admiración de los españoles. Entre los mexicanos se cultivaban en grado excelente algunas de las artes que fueron admiración de los españoles, principalmente el trabajo del oro o el arte de la pluma.
“No pudo haber gloria para el conquistador europeo, cuando apoyado por un ejército también europeo, armado con espadas de acero, escopetas y mosquetes, teniendo además cañones, pólvora y balas; contando con el auxilio espontáneo y entusiasta de todas las tribus guerreras de oriente y del centro antiguo Anáhuac, animadas por el odio de una rivalidad secular y en número de 180 mil hombres; dominando el lago, es decir, toda la parte oriental de la ciudad con una flotilla de 13 bergantines; a pesar de todas estas ventajas, repito, se vio obligado a combatir durante 75 días con un pueblo pequeño armado de macanas y de palos, diezmado por el hambre y por la peste, y a quien, por último, no venció sino arrasando su ciudad palmo a palmo, para poder ocupar después un montón de escombros y de cadáveres. Si alguna gloria hubo que recoger en ese sitio, y hubo mucha, no fue para los sitiadores, sino para los sitiados, y si algún héreo se eleva grandioso y sublime en los anales de esa guerra, no fue ciertamemte Cortés (…); fue sí Cuauhtémoc, el joven general que tuvo que improvisarlo todo de nuevo, desde el patriotismo hasta la defensa; que llamó, en vano, a la puerta a todos aliados y de todos los cohabitantes del territorio; que vio sin palidecer alzarse en su contra a mil pueblos enemigos, sedientos de venganza por agravios de que no era responsable; que midió la enorme superioridad de su enemigo y aún así lo esperó resuelto; que desafió todas las calamidades del hambre y de la peste; que no consultó a la esperanza, sino al valor y al honor; y que hasta el último instante, abandonado del cielo y de la tierra, permaneció inquebrantable, firme, altivo, desdeñoso, así para las ofertas del enemigo, asombrado de tamaña grandeza, como para las amenazas del odio humillado y vengativo. Este sí es el héroe de la conquista de México”, nos dice un genio de las letras, don Ignacio Manuel Altamirano, en el Prólogo escrito para “Cuauhtémoc. Poema en nueve cantos” del vate Eduardo del Valle.
El poeta alemán Enrique Heine calificaría de este otro modo a Hernán Cortés: “No era más que un capitán de bandoleros que con su insolente mano inscribió en el libro de la fama su insolente nombre: ¡Cortés!”
Si comparamos al pueblo mexicano con todos los demás pueblos de la tierra en el estadio en que ellos estaban, es decir, en el estadio medio de la barbarie, la única conclusión justa es que la civilización del pueblo mexicano era la de un pueblo altamente industrioso, inteligente y con gran futuro. Desde la conquista violenta de España hasta la actual conquista económica de Estados Unidos sobre nosotros, se ha desarrollado una “cultura” de la denigración de los mexicanos que tiene un solo propósito: que nos sintamos avergonzados de nuestro pasado y de lo grandes que fueron los indígenas que poblaron nuestro país.
México necesita conocer su historia y sentirse orgulloso de lo que fuimos, porque es una forma de volver a cimentar nuestros pasos sobre un piso firme para decirnos que somos un pueblo trabajador que puede ser una potencia mundial en la ciencia, las artes, el deporte o en cualquier cosa que nos propongamos. Si lo aprendemos, trabajamos y estudiamos, podremos convertirnos en una potencia mundial. Si no, propondremos monarcas o mandaremos cartitas al Papa.