Alexander Dugin
Una guerra brutal ha comenzado a estallar en Oriente Medio. Después del ataque terrorista de Israel mediante el uso de electrodomésticos para asesinar en masa a libaneses, se ha desatado un bombardeado en todo el Sur del Líbano. Israel ha decidido explícitamente, después de hacer sido víctima de un ataque, lanzar un genocidio sobre Gaza que ahora se traslada al Líbano. Este ataque significa que otros países y movimientos chiítas como Siria, Irak, los zaidies yemeníes y, lo más importante, Irán (y quizás en una siguiente etapa los países sunitas) se unirán a la refriega. Está claro que Israel necesita una guerra: una a gran escala, despiadada, brutal y con connotaciones bíblicas al parecer. Este enfrentamiento no tiene posibilidades de convertirse en algo aislado. El escalamiento del conflicto es predecible y no se excluye el uso de armas nucleares que Israel posee y que, al parecer, Irán también. Por supuesto, sólo estamos hablando de armas nucleares tácticas o bombas “sucias”, que en el contexto de la humanidad como tal no son tan mortales, pero afectarán el destino de la región de forma catastrófica. La guerra del Líbano tiene varias explicaciones, pero nos centraremos en dos:
Primero: el propósito y las ideas escatológicas que impulsan a Israel. Es importante comprender los objetivos del Estado judío. Por supuesto, uno podría ver el radicalismo extremo de Netanyahu como el resultado de un trauma psicológico después de que Hamás atacara Israel y tomara varios rehenes. Se trato de un acto terrorista, pero Israel no encontró nada mejor que hacer que responder al terror con un terror generalizado: frente a un pequeño acto terrorista se desata un terror gigantesco, sin cuartel, destruyéndolo todo y sin perdonar a nadie. Nadie justifica las acciones de Hamás, pero lo que ocurrió después fue un genocidio. Todo el mundo condenó el ataque de Hamás y ahora todos condenan el genocidio de Israel contra el pueblo de Gaza, excepto el Occidente colectivo y sus satélites. Doble rasero. Lo mismo ocurrirá en el Líbano. Occidente está respaldando a Israel como lo hizo con la junta nazi de Zelensky. Y no hay razón para esperar un cambio en esta posición (sobre todo porque Trump, aunque claramente desprecia a Zelensky, es un firme partidario de Israel).
Pero ¿qué quiere realmente Netanyahu? El estrés mental que está sufriendo no explica en absoluto los verdaderos objetivos de esta guerra, que no hace más que escalar. El hecho es que la situación de Israel en vísperas de la guerra de Gaza era en general estable. La principal amenaza era la demografía, ya que la sociedad israelí es sólo una pequeña isla etno-religiosa en medio de un mar árabe; y sigue siéndolo incluso con la alta tasa de natalidad no solo de los judíos ortodoxos (haredim), sino también de las familias laicas. Aun así, esta cifra sigue siendo incomparablemente pequeña frente a los palestinos de las dos bandas y la población de los países árabes vecinos, emparentados con los palestinos tanto étnica como confesionalmente. En una situación así, no es posible reforzar la posición de Israel en la región, ni mucho menos colonizar tierras palestinas con colonos israelíes. De mantenerse este statu quo el Estado de Israel, como Estado de los judíos, estaba condenado a desaparecer al cabo de cierto tiempo, incluso en virtud de la demografía. Tanto más impensable es la realización del proyecto sionista de derechas del Gran Israel de mar a mar. Sencillamente, no existe tanta población para colonizar o desarrollar esos territorios frente a una masa árabe tan densa rodeándolos. En Gaza vemos el verdadero objetivo de su ataque: el genocidio físico de palestinos con un desplazamiento forzado para expulsar fuera de Israel a los que sobrevivan. Por espeluznante que parezca, esto tiene sentido para Israel, pues al ser incapaz de cambiar bruscamente su propia demografía sigue siendo capaz de destruir a la población palestina, obstaculizando su existencia y los códigos étnicos de su propia escatología.
No obstante, todo lo anterior sería precipitado e irrealizable si no fuera por la expectativa de que algo extraordinario sucederá y que ese algo cambiará el destino del mundo. Este acontecimiento extraordinario no es un “cisne negro”, sino un acontecimiento real: la venida del Mashíaj. Según las creencias judías, antes de la venida de Mashíaj (aunque, según otras versiones, después de su llegada, lo que explica la existencia de corrientes antisionistas entre los judíos ortodoxos), los judíos deben regresar en masa a la Tierra Prometida desde todos partes, proclamando a Jerusalén como su capital y, a continuación, demoler la mezquita de Al-Aqsa (el segundo santuario más importante del Islam) para construir en su lugar el Tercer Templo. Entonces vendrá el Mashíaj y todas las naciones del mundo le adorarán, pues su autoridad será absoluta. Este será el momento en que se establecerá el imperio judío mundial y los judíos, como elegidos, dominarán todas las naciones con vara de hierro. Este es más o menos el programa que propugnan abiertamente los sionistas religiosos del círculo íntimo de Netanyahu: Itamar Ben-Gvir, Bezalel Smotrich y sus líderes espirituales Rav Kook, Meyer Kahane y el rabino Dov Lior. El genocidio palestino según esta interpretación es un efecto secundario menor debido a la naturaleza fundamental del acontecimiento que se avecina. Estos son precisamente los que apoyan a Netanyahu. La construcción del Gran Israel y las guerras escatológicas que han desatado tienen sentido como un preparativo de la venida del Mashíaj. Y no es casualidad que Hamás haya llamado a su incursión terrorista “Inundación de Al-Aqsa”. También hay que señalar que es entre los chiíes donde este escenario de la demolición de la mezquita de Al-Aqsa y el comienzo de la guerra final con las fuerzas del Dajjal (Anticristo) en Tierra Santa aparece claramente definido por varios hadices escatológicos. En otras palabras, el Armagedón, en su sentido más auténtico, está estallando en Oriente Medio: la guerra del Fin de los Tiempos. Así lo ven Netanyahu y su entorno, pero también, desde una perspectiva distinta, los chiíes religiosos. Por supuesto, los israelíes laicos, que sólo creen en los shekels y en la comodidad individual, se apresuran a lanzar manifestaciones contra su propio gobierno. Y los círculos chiíes laicos – especialmente los hombres de negocios y los jóvenes – no saben absolutamente nada sobre los hadices escatológicos. Pero la historia no la dirigen ellos, como podemos ver, sino personas con una mayor conciencia del fin del mundo y de los acontecimientos que han desatado.
La segunda explicación de la guerra en Oriente Medio es de carácter geopolítico. El principal dilema de nuestro tiempo es el siguiente: el mundo unipolar, es decir, la hegemonía única de Occidente, hace todo lo posible por no acabarse y está incendiando el mundo. Mientras tanto, el mundo multipolar alza su voz con fuerza y cada una de las civilizaciones que existen en el mundo insiste en reforzar su soberanía y, por lo tanto, reclaman su independencia frente al Occidente colectivo, lo que conduce inevitablemente a una lucha contra la hegemonía. El primer frente de esta guerra es Ucrania, donde el régimen nazi de Kiev, establecido, equipado y apoyado por el Occidente colectivo, está en guerra contra nosotros, Rusia como civilización ortodoxa-euroasiática soberana, uno de los polos más importantes del mundo multipolar y buque insignia de la lucha antihegemónica. Occidente está librando esta guerra usando a tropas extranjeras, pero se prepara para atacar directamente a Rusia. En este contexto, Oriente Medio es otro escenario más de la misma guerra del mundo unipolar contra el mundo multipolar.
Mientras que a los ojos de Netanyahu y los sionistas que creen en la escatología (Israel y el destino del pueblo judío se encuentra inextricablemente ligados a la llegada del Mashíaj como centro del mundo) para los globalistas occidentales Israel no es más que una herramienta en su lucha por mantener su hegemonía global. El mundo islámico, que rechaza los valores liberales, es visto como una civilización antagónica. El Occidente colectivo se ve poco a poco arrastrado a una guerra contra él. Al mismo tiempo, los chiíes son la vanguardia ideológica de la civilización islámica, por lo que los ataques de Occidente recaen principalmente sobre ellos. Occidente espera usar a Israel para golpear a uno de los polos – el mundo islámico – del mundo multipolar. Es por ello que, Washington refuerza ahora sus alianzas con sus vasallos suníes, principalmente los Emiratos Árabes Unidos. Washington no cree en el Mashíaj (pero ¿quién sabe?), sin embargo, abrir un frente de guerra contra la civilización islámica, utilizando el sionismo militante y el proyecto del Gran Israel, es un objetivo perfecto para los globalistas.
Después vendrá Taiwán y el estallido de otro conflicto con uno de los polos del mundo multipolar: China. De nuevo, el Occidente colectivo se apoyará en vasallos regionales – el mismo Taiwán, Japón, Corea del Sur – e intentará empujar a la India a este conflicto. Aunque la India es otro polo del mundo multipolar, toda esta jugada podría precipitar una radicalización de la descolonización y el antioccidentalismo creciente en Nueva Delhi, lo que implicaría una mayor soberanía de este país. Occidente llevó a cabo una revolución de color contra el gobierno proindio de Bangladesh dirigido por Sheikh Hasina. Obviamente, también se están preparando otros frentes de guerra en África y América Latina, así como en diversas regiones del mundo islámico. Todos estos escenarios decidirán el destino del orden mundial que se avecina: ya sea que Occidente conserve su hegemonía o que el mundo multipolar se haga realidad y que Occidente se convierta en una de las varias civilizaciones con derecho a voto, pero privada de su condición de hegemón e incluso de líder mundial. Pero de momento nos encontramos en la segunda fase: en el umbral de una gran guerra en Oriente Medio.
Antes de averiguar el cómo debemos tratar este segundo frente de los grandes cambios que se están produciendo en la geopolítica mundial es necesario comprender claramente los objetivos de los participantes globales en este conflicto y no hacerse ilusiones innecesarias sobre los motivos racionales y místico-religiosos de las principales fuerzas en juego. Hoy necesitamos un realismo geopolítico que, con calma y moderación, tenga en cuenta todos los factores fundamentales de la compleja situación en la que se encuentra Rusia y toda la humanidad. Hay que dejar a un lado las emociones en favor de una evaluación fría de lo que está ocurriendo, incluidas aquellas dimensiones que no estábamos acostumbrados a tener en cuenta durante la época soviético y liberal. En el pasado, todo se explicaba por la ideología, la economía, la energía y la lucha por los recursos. Todo esto sigue estando presente hoy en día, pero sin duda no es el problema principal. Las consideraciones escatológicas, civilizatorias y planetario-geopolíticas tienen mucho más peso. Durante demasiado tiempo hemos estudiado la materia y hemos descuidado el mundo de las ideas. Aunque son las ideas las que mueven al mundo.