Por Brasil Acosta Peña
En días pasados se presentó en la Cámara de Diputados el libro Marxismo y ecologismo, de Citlali Aguirre Salcedo y Jenny Victoria Acosta Vázquez, cuyos conocimientos sobre los problemas ambientales y la aplicación del materialismo histórico en el análisis de éstos deben ser ampliamente difundidos en México. Ellas conforman una dupla afortunada que logró resumir correctamente los diagnósticos fundamentales que mencionaré enseguida: uno de ellos, y que debe tratarse con mayor rigor, consiste en su propuesta de asumir como emergencia ambiental, que los humanos, como seres pensantes, supongan que la naturaleza no puede vivir sin ellos, actitud con la que descuidan y destruyen su propia esencia física y psicológica.
En su revelador ensayo sobre la Transformación del mono en hombre, Federico Engels advierte que, cuando la especie humana tala bosques para obtener áreas de cultivo agrícola no sabe que con ello genera un cambio climático con efecto negativo porque está convirtiéndolos en terrenos áridos. La humanidad provoca modificaciones que afectan a la naturaleza, en principio sin saberlo; pero conscientemente los lleva a explotarla en beneficio privado o con objetivos científicos o tecnológicos que finalmente generan “un círculo virtuoso”.
Sin embargo, estos conocimientos tecnológicos y científicos, que inclusive son capaces de dividir un electrón, no han logrado que el ser humano sea consciente de los daños irreversibles provocados en la naturaleza. El problema no radica en la presunta superioridad sobre ésta, ni en la “sólida conciencia” de pertenecer a ella, sino de su falta de voluntad y un método de análisis para observar mejor y cambiar la realidad. En la Tesisonce sobre Feuerbach, Marx escribió “los filósofos no han hecho más que interpretar de diversas maneras el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”.
Es por ello que el materialismo histórico y la dialéctica materialista, formulados teóricamente por Marx y Engels, y llevados a la práctica por Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, deben interpretarse como una guía para la acción de quienes pretenden trasformar la realidad social, económica y política sin dañar el entorno ambiental o natural. Por ello, las autoras que líneas arriba cité sostienen que, si queremos resolver el problema ecológico mundial que nos está afectando, debemos cambiar al sistema capitalista de producción.
En una economía donde la producción se destina al comercio, las mercancías son ajenas a sus creadores y su distribución y venta benefician más a los dueños del capital, responsable del desequilibrio ambiental. Es a los capitalistas a quienes más importan sus objetivos financieros y, siguiendo la tesis del corto plazo de Keynes, piensan que a la larga todos estaremos muertos y, por ende, sólo debemos poner atención al día de hoy, sin preocuparnos por el mañana. Así razona el capital.
Producir para vender y vender para enriquecerse es la visión capitalista para quien la contaminación y el uso excesivo de los recursos naturales no renovables, etc., carecen de la mínima atención porque solamente les importa acumular ganancias aun a costa de las energías sucias y de envenenar el medio ambiente. Pero, además, las desigualdades económicas corresponden a las desigualdades de quienes más contaminan, como lo ha detectado la Oxfam, donde se revela que el uno por ciento más rico de México contamina más que el 80 por ciento de los mexicanos (Forbes, 21 de noviembre de 2023).
En la perspectiva de las autoras se revela, asimismo, que el costo ambiental resulta muy alto por el uso de fertilizantes nitrogenados en la agricultura; que muchos de los movimientos en defensa de las mercancías sustentables de los animales silvestres, etc., son muy loables; pero al plantearse por separado o fragmentadamente dejan intacto e indemne al sistema capitalista.
Por ello, los trabajadores del mundo debemos educarnos, organizarnos, tomar el poder político y construir una sociedad con nuevas bases donde no sea el interés egoísta la línea de mando. Cambiando el sistema económico podrá construirse, sobre bases científicas, una sociedad más justa y mejor para toda la humanidad en armonía con el medio natural. Este libro aporta justamente esta visión y, por ende, lo recomiendo ampliamente.