Por Samira Sánchez
El término urbanización hace referencia tanto al proceso por el cual una determinada área y su población se tornan urbanas, como al momento alcanzado por el proceso mismo. La definición dependerá de cómo se determine un área urbana. En torno a este concepto hay muchas posibles definiciones, normalmente los censos y estadísticas oficiales se basan en criterios de tamaño y densidad, por ser fácilmente medibles. Esta idea de lo urbano asume cierta historia del territorio, espacio construido y estructuras sociales derivadas de las relaciones humanas cotidianas.
Walt Whitman Rostow (1990) dató el paradigma de urbanización en el desarrollo industrial y social de Inglaterra en el siglo XVIII, en Francia y Estados Unidos en los años 1860, en Alemania 1870, en Japón en 1990 y en Rusia y Canadá después de la primera posguerra. Las fases que él establece, de acuerdo con las experiencias de los países del Atlántico Norte, refieren que, después de que una sociedad tradicional comienza su modernización, hay una fase despegue, luego el empuje hacia la madurez y finalmente la elevación del ingreso que distribuya de manera equitativa los avances científicos y tecnológicos en la sociedad mediante bienes de consumo duraderos y servicios para la población crecientemente urbana (Rostow, 1990). Los países mencionados habían transitado el camino con un dominio tecnológico en los rubros cuya industrialización había hecho posible que esas naciones ampliaran su base económica para asegurar un desarrollo sostenido. En cambio, los países de la llamada segunda ola de la urbanización no cumplirían con tal paradigma, debido a desajustes entre la urbanización y el aparato productivo.
La segunda ola de la urbanización, en la que participaron los países de América Latina, se caracterizó por altos índices demográficos. En tan solo tres décadas se completaría un ciclo que en Gran Bretaña y los países más industrializados y urbanizados habían llevado cien años, durante casi todo el siglo XIX. La urbanización en los países de América Latina rápidamente incorporó a muchas más personas que las urbanizaciones de países de la primera ola. Buenos Aires pasó de 663 mil en 1895 a 2.2 millones en 1932; Santiago pasó de 333 mil en 1907 a 696 mil en 1930; Ciudad de México pasó 328 mil en 1908 a un millón en 1933 (Almandoz, 2008).
El que fueran las capitales las que se desarrollaran como centros urbanos se debió al modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI), que impulsaron en el siglo XX varios de los países de la región. El modelo ISI provocó que las ciudades latinoamericanas mostraran prosperidad, marcada por un significativo crecimiento industrial en medio de una urbanización que para 1960 parecía ya consolidada. Los mercados urbanos de tales países contribuían con alrededor de la mitad del PIB en cada uno de los países y con crecimientos anuales mayores a 5%.
Con el aparente éxito de modernización en las sociedades latinoamericanas varios académicos concluyeron que los países de América Latina estaban en el correcto camino hacia la industrialización y la urbanización, pero en los hechos padecían profundos problemas en comparación con las exitosas experiencias de los países de la primera ola de urbanización en Europa y Norteamérica.
Los problemas estaban en un profundo desajuste entre la urbanización y la industrialización, es decir, la frágil industrialización no había precedido a la urbanización, sino que esta siguió a la urbanización. Dado esto, la industrialización no alcanzó a satisfacer la oferta de trabajo, los contingentes de población no alcanzaban a ser absorbidos por la industria y otros sectores productivos. La mayor parte de la migración del campo a la ciudad había sido ocasionada por reformas agrarias prometidas y en varios casos jamás efectuadas, no de una industrialización atractiva para la fuerza de trabajo.
La falta de un aparato productivo fuerte y suficiente para las masas que empezaban a formar parte de la urbanización hacía inviable integrar a distintos grupos sociales a sus estructuras corporativas. Las promesas de mejora en el desarrollo y modernización para una buena parte nunca fueron realizadas plenamente. Los pobres siempre fueron mayoría. Siempre estuvo ahí la creciente población, precaria e inestablemente ligada al mercado de trabajo. En la mayoría de las ciudades de América Latina, como la Ciudad de México, la urbanización no representó realmente la elevación de los niveles de desarrollo económico ni social.