Iyari Campos
«Para los proletarios no hay teatro. En cuanto se presenta a un obrero o un campesino en un escenario […] es para ridiculizarlo o mostrarlo rebelde en el primer acto, más reflexivo en el segundo, más tranquilo y traicionando a su clase en el tercero. No es momento de dormirse, hay que criticar rápido, decir “no”. Ahora o nunca: es hora de hacer nuestro propio teatro», escribió Jacques Prévert en uno de sus artículos para la revista La Scène Ouvrière.
Y es que la elitización del arte se ha agudizado, y es usado por la clase dominante únicamente como un medio para adormecer conciencias. A través de él, la burguesía le inculca sus ideas al pueblo y lo enajena de cualquier idea de cambio; ellos crean el “arte” y nosotros consumimos lo que está a nuestro alcance, no importa si es arte vulgar o reaccionario, nosotros, cegados por sus ideas, nos conformamos con eso. Y el teatro que realmente vale la pena, que es de calidad o que lleva un mensaje revolucionario, es muy costoso, accesible solo para quienes tienen los medios para pagar un carísimo boleto en algún palacete citadino.
Ese carácter clasista que se le ha dado al teatro se presenta tanto en el terreno material como en el espiritual, ya decía Marx en algún lugar «las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante». Sería pues impensable encontrar a un obrero, a un ama de casa o a un campesino disfrutando de una obra de teatro, o todavía más difícil aún, practicándolo. Y esto no solo sucede en México sino en el mundo entero, como lo demuestran, al principio, las palabras de Prévert. Pero hay ocasiones en las que “el teatro se despoja de su parafernalia burguesa y se acerca a los espacios frecuentados por el pueblo”. Hay quienes se defienden de la vida poniendo su conocimiento y creatividad al servicio de los demás.
A principios de la década de 1930, en Francia, sufriendo las consecuencias del crac del 29: fábricas cerradas, salarios míseros y un pueblo sin derechos, un grupo de artistas e intelectuales formaron el “Grupo Octubre” como respuesta a las exigencias surgidas de los movimientos obreros, que aparecieron y se desarrollaron en el período de entre-guerras. Los grupos teatrales aficionados, amparados por el movimiento obrero y los sindicatos se acrecentaban, entonces se agruparon en la Federación de Teatro Obrero de Francia (FTOF), inspirados por el teatro obrero alemán, anterior a la llegada del nacismo al poder, y el teatro popular ruso.
El “Grupo Octubre” nació de la escisión, en dos, del grupo “de choque” Prémices que estaba adherido a la FTOF: una parte buscaba una mayor perfección formal con una tendencia marcadamente profesional, y la otra estaba apasionada por el teatro social. Es esta la que a la llegada de Prévert y Louis Bonin cambia su nombre por “Groupe Octobre”, en homenaje a la revolución rusa de 1917; ellos quisieron ir más lejos y hacer teatro de agitación y propaganda (“agit-prop”), poner el teatro al servicio de la revolución, criticar con firmeza la hipocresía de la sociedad e inculcar en los obreros la posibilidad de un futuro mejor: utilizarlo como un arma para luchar contra el capitalismo.
Con textos escritos con rapidez y humor por Jacques Prévert, poeta, guionista y letrista francés, que utilizaba como principal fuente de inspiración, ante todo, la vida, se presentaron en fábricas en huelga, plazas públicas, patios de escuelas y fiestas populares; denunciaron la guerra, la religión, la indecencia de los poderosos, el fascismo que se consolidaba.
Prévert construía día a día un repertorio para el grupo, “miró a la cara la explotación capitalista y le escupió con odio, con fiereza, con asco”. Había convivido con los trabajadores desde muy joven, fue uno de ellos. Querían cambiar el mundo con el teatro y, para mantener su libertad, no recibían ninguna ayuda de partidos o sindicatos. Fue un poeta despreciado por la élite literaria e intelectual de su época, pero qué más le podía esperar a alguien que quiere contribuir al cambio de la historia.
El “Grupo Octubre” defendió la vida de miles de obreros y les inculcó hambre de libertad. Hicieron teatro para educar a muchos y para molestar a algunos. Ahora se ha oscurecido y silenciado, si no olvidado, y es una muestra fehaciente de lo poderoso y luminoso que es el teatro. Si este arte es usado como un medio, no hay forma más provechosa y valiosa que utilizarlo como un arma para gritar las injusticias que viven los proletarios del mundo.
Hoy, en México, el Movimiento Antorchista Nacional anuncia su XXII Encuentro Nacional de Teatro, 20 puestas en escena que harán desbordar de risas, llanto, pero sobre todo lecciones y reflexiones a su público. Nosotros, los antorchistas, aspiramos a quitarle al arte su carácter de mercancía, convertirlo en un satisfactor de las necesidades del pueblo y desarrollar una cultura que combata el espíritu de mercancía del arte. El espíritu de Prévert y del “Grupo Octubre” vive en todos los que, como los antorchistas, pretendemos hacer de este un mundo mejor y entendemos el arte y el teatro como un arma emancipadora.
Cientos de estudiantes, maestros y trabajadores, pondrán sus habilidades en el teatro con una fuerza incitativa a acercar el arte al pueblo, liberar nuestras conciencias gradualmente de la cultura burguesa decadente y gritar por medio de él las injusticias que el capitalismo impone, porque “la vida todavía no es tan de color de rosa ni tampoco tricolor. La vida es roja, como la sangre que corre por vuestras venas. Es nuestra vida viva, la vida de los trabajadores vivos. Defendedla contra la muerte, contra el mundo de los muertos. El mundo de los tristes y de los amargados”.
Quedas cordialmente invitado, querido lector, a ser parte de este evento. Te esperamos este 24, 25 y 26 de marzo en la sala de conciertos “Elisa Carrillo” en el Centro Cultural Mexiquense Bicentenario, en Texcoco, Estado de México, o a través de la página oficial de Facebook del Movimiento Antorchista Nacional.