Por
Los primeros días de este mes, fue publicado el artículo escrito por el periodista estadounidense Seymour Hersh ganador de un Pulitzer en 1970 en el que revela que el autor del sabotaje a los gasoductos Nord Stream 1 y 2 es el gobierno estadounidense con ayuda de Noruega y los países de la OTAN. Les presentamos un resumen.
“La Administración Biden cumplió sus amenazas: un grupo de buzos de la Marina aprovechó unas maniobras de la OTAN en el Báltico para colocar explosivos en los oleoductos y la Armada noruega los hizo detonar tres meses después lanzando una boya sonar.
Los buzos fueron reclutados del Centro de Buceo y Salvamento de la Marina de EE.UU. que se encuentra en lo que una vez fue un camino rural de Panama City, una ciudad turística en auge situada en el noroeste de Florida, 112 kilómetros al sur de la frontera con Alabama.
Este Centro de Buceo lleva décadas formando a buceadores de aguas profundas altamente cualificados que, asignados a unidades militares estadounidenses por todo el mundo, son capaces de realizar inmersiones técnicas para hacer tanto lo bueno como lo malo. Saben utilizar explosivos C4 para limpiar puertos y playas de escombros y artefactos sin detonar y también volar plataformas petrolíferas extranjeras, obstruir válvulas de centrales eléctricas submarinas o destruir esclusas en canales de navegación cruciales
El pasado mes de junio de 2022, los buzos de la Armada, que operaban al amparo de un ejercicio de la OTAN ampliamente publicitado y conocido como BALTOPS 22, colocaron los explosivos que, al ser activados por control remoto tres meses después, destruyeron tres de los cuatro gasoductos Nord Stream, según una fuente con conocimiento directo de la planificación de la operación.
La decisión de Biden de sabotear los oleoductos se produjo después de más de nueve meses de debate altamente secreto de ida y vuelta dentro de la comunidad de Seguridad Nacional de Washington sobre la mejor manera de lograr ese objetivo. Durante gran parte de ese tiempo, la cuestión no era si había que llevar a cabo la misión, sino cómo hacerlo sin dejar ninguna pista abierta sobre quién era el responsable. La Administración Biden hizo todo lo posible para evitar filtraciones, ya que la planificación se llevó a cabo a finales de 2021 y en los primeros meses de 2022.
El presidente Biden y su equipo de política exterior –el consejero de Seguridad Nacional Jake Sullivan, el secretario de Estado Tony Blinken y Victoria Nuland, la subsecretaria de Estado para Política Exterior– habían manifestado de forma clara y coherente su hostilidad hacia los dos gasoductos, que discurrían en paralelo a lo largo de 750 millas bajo el mar Báltico desde dos puertos diferentes en el noreste de Rusia, cerca de la frontera con Estonia, pasando cerca de la isla danesa de Bornholm antes de desembocar en el norte de Alemania.
Esa ruta directa, que evitaba tener que pasar por Ucrania, había sido una bendición para la economía alemana, que disfrutaba de abundante gas natural ruso barato, suficiente para hacer funcionar sus fábricas y calentar sus hogares, al tiempo que permitía a los distribuidores alemanes vender el gas sobrante, con beneficios, por toda Europa Occidental. Cualquier acción que pudiera atribuirse a la administración estadounidense violarían las promesas de Estados Unidos de minimizar el conflicto directo con Rusia. El secreto era esencial.
En diciembre de 2021, dos meses antes de que los primeros tanques rusos entraran en Ucrania, Jake Sullivan convocó una reunión de un grupo de trabajo recién formado –hombres y mujeres del Estado Mayor Conjunto, la CIA y los Departamentos de Estado y del Tesoro– y pidió recomendaciones sobre cómo responder a la inminente invasión de Putin.
Lo que quedó claro para los participantes, según la fuente con conocimiento directo del proceso, es que Sullivan pretendía que el grupo presentara un plan para la destrucción de los dos gasoductos Nord Stream, y que estaba cumpliendo los deseos del presidente.
Durante las siguientes reuniones, los participantes debatieron las opciones de ataque. La Marina propuso utilizar un submarino recién estrenado para atacar directamente el oleoducto. La Fuerza Aérea discutió la posibilidad de lanzar bombas con espoletas retardadas que pudieran detonarse a distancia. La CIA argumentó que, se hiciera lo que se hiciera, tendría que ser encubierto. Todos los implicados comprendieron lo que estaba en juego. “Esto no es cosa de niños”, dijo la fuente. Si se podía rastrear el ataque hasta Estados Unidos, “era un acto de guerra”.
Sin embargo, a principios de 2022, el grupo de trabajo de la CIA informó al grupo interagencias de Sullivan: “Tenemos una manera de volar los oleoductos”.
Lo que vino después fue asombroso. El 7 de febrero, menos de tres semanas antes de la aparentemente inevitable invasión rusa de Ucrania, Biden se reunió en su despacho de la Casa Blanca con el canciller alemán Olaf Scholz, quien, tras algunos titubeos, militaba ahora firmemente en el equipo estadounidense. En la rueda de prensa posterior, Biden afirmó desafiante: “Si Rusia invade… ya no habrá Nord Stream 2. Le pondremos fin”.
Veinte días antes, la subsecretaria Nuland había transmitido básicamente el mismo mensaje en una reunión informativa del Departamento de Estado, con escasa cobertura de prensa. “Quiero ser muy clara con ustedes hoy”, dijo en respuesta a una pregunta. “Si Rusia invade Ucrania, de un modo u otro Nord Stream 2 no seguirá adelante”.
El plan de volar Nord Stream 1 y 2 pasó repentinamente de ser una operación encubierta que requería informar al Congreso a considerarse una operación de inteligencia altamente secreta con apoyo militar estadounidense. Según la ley, explicó la fuente, “ya no había obligación legal de informar de la operación al Congreso. Todo lo que tenían que hacer ahora era simplemente llevarla a cabo, pero seguía teniendo que ser secreta.
Los noruegos también tenían una solución para la cuestión crucial de cuándo debía tener lugar la operación. Cada mes de junio, desde hace 21 años, la Sexta Flota norteamericana, cuyo buque insignia tiene su base en Gaeta (Italia), al sur de Roma, patrocina un gran ejercicio de la OTAN en el Mar Báltico en el que participan decenas de barcos aliados de toda la región. El ejercicio de ese año, que se iba a celebrar en junio, fue bautizado como Operaciones Bálticas 22, o BALTOPS 22. Los noruegos propusieron que ésta sería la tapadera ideal para plantar las minas.
Los chicos de Panama City harían lo suyo y los explosivos C4 se colocarían al final de los BALTOPS22, con un temporizador para explotar posteriormente denominado boya de sonar. Los estadounidenses y noruegos ya habrían abandonado el lugar antes de la primera explosión.
La detonación fue ordenada tres meses después de los ejercicios militares de la OTAN para esconder a los autores del sabotaje.