La falta de empleo en una familia significa no tener ingresos para enfrentar los gastos de alimentación, salud, vivienda, educación, etc.; es, pues, una de las peores calamidades que puede sufrir la clase trabajadora.
Por Jorge López Hernández
Entre los muchos problemas económicos y sociales que tiene México, hay algunos que son de gran envergadura y afectan a millones de personas. En 2010, el Colegio de México publicó una colección de 16 volúmenes dedicados a analizar “los problemas más grandes del país en el inicio del Siglo XXI”: la desigualdad social, el crecimiento económico insuficiente, el atraso de la economía rural, las afecciones al medio ambiente y, entre otros, la inseguridad pública y nacional. Los investigadores, sin embargo, no consideraron a la pobreza ni al desempleo entre los grandes problemas nacionales.
No sabemos los motivos que tuvieron para no considerarlos, pero su omisión fue una señal de que, tanto en los medios académicos como en la clase política, el desempleo y la pobreza no están considerados como un problema urgente por resolver. Una de las explicaciones se halla en que las estadísticas oficiales reportan tasas de desempleo pequeñas y que, por lo mismo, no representan problema alguno. Por ejemplo, de 2006 a 2019, la tasa de desempleo promedio fue del 4.1 por ciento; y en 2020 fue del 4.5 por ciento. Las estadísticas de la Comisión Económica para América Latino y el Caribe (Cepal) ubican también a México como uno de los países con menor tasa de desempleo abierto en la región.
Sin embargo, la desocupación es una de los principales problemas que padece la sociedad mexicana. De la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental 2019, del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) se desprende que los cuatro principales problemas que percibe la población son la inseguridad y la delincuencia, la corrupción, el desempleo y la pobreza. Y no es para menos. La población vive a diario la inseguridad, el temor a que la asalten, la secuestren, la desaparezcan o que le quiten la vida. Los trabajadores temen perder su empleo y no encontrar otro, ya que saben que es muy difícil encontrar una plaza vacante; los jóvenes con edad para incorporarse a la fuerza laboral saben que pasarán muchos años, si bien les va, para encontrar un buen empleo; y los profesionistas están en la misma situación, porque están conscientes de que los empleos son pocos y precarios.
Más allá de la tasa de desempleo abierto, que gira en torno al cuatro por ciento, los análisis que más se acercan a la realidad de este problema nacional lo miden de otra manera. Una de las medidas más exactas para evaluar este fenómeno es la tasa extendida de desempleo (TED). La tasa de desempleo abierto en marzo de 2020 fue del 2.9 por ciento y en abril del 4.7 por ciento; pero de acuerdo a la TED, el desempleo en esos meses fue del 12 y el 33.8 por ciento, respectivamente. Y según la TED de abril a mayo del 2020, se necesitaban 33.7 millones de empleos de tiempo completo.[1] Vemos, pues, que la crisis del empleo durante la pandemia fue de grandes dimensiones y que hasta el momento no ha habido una recuperación significativa.
Si se analiza el tipo de empleos, las cifras también son sorprendentes. En marzo de 2020 había 31 millones de empleos informales y 24.7 millones de formales. Es decir, los empleos que prevalecen en nuestro país son informales en su mayoría. Esto trae graves consecuencias para los ingresos de los trabajadores, ya que son bajos y no gozan de seguridad social. Recientemente el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) informó sobre la pobreza laboral[2] del primer trimestre del 2021, y los números son alarmantes. En el primer trimestre de 2020, la población en pobreza laboral era del 35.6 por ciento y en el trimestre de este año se elevó al 39.4 por ciento. Es decir, casi el 40 por ciento de la población no dispone de los ingresos laborales necesarios para alimentarse. Además, ese mismo informe revela que el ingreso laboral real disminuyó en un 40.8 por ciento en el primer quintil (20 por ciento de los trabajadores con menores ingresos) y en los trabajadores con mayores ingresos solo disminuyó el 1.5 por ciento. Esto significa que la desigualdad en el ingreso laboral aumentó.
La falta de empleo en una familia significa no tener ingresos para enfrentar los gastos de alimentación, salud, vivienda, educación, etc.; es, pues, una de las peores calamidades que puede sufrir la clase trabajadora. Un verdadero gobierno de izquierda debería estar ocupado y preocupado en resolver esta gran crisis de empleo que vive la clase trabajadora. Sin embargo, para el gobierno de la “Cuarta Transformación” no existe tal problema.
[1] Datos de Jonathan Heath. Ver, La crisis del desempleo.
[2] Porcentaje de la población con un ingreso laboral inferior al valor de la canasta alimentaria