Tribuna Poética| Compadre Mon, una epopeya antiimperialista (I de III)

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Compadre Mon (1940), obra maestra del poeta Manuel del Cabral Tavárez, es un extenso poema épico dividido en tres partes en el que su autor fusiona con gran acierto la realidad y el mito.

Tania Zapata Ortega

Tanto he pisado esta tierra,

que es ella la que anda ya.

Compadre Mon.

Compadre Mon (1940), obra maestra del poeta Manuel del Cabral Tavárez, es un extenso poema épico dividido en tres partes en el que su autor fusiona con gran acierto la realidad y el mito; el personaje central es un héroe popular creado a partir de una suma de elementos de la vida cotidiana y del folklor dominicano reelaborados de tal forma que adquieren dimensiones simbólicas. Compadre Mon es la síntesis de atributos arraigados en el imaginario popular: es gallardo, bravío, mujeriego; y también es enemigo de las injusticias y está profundamente identificado con el sufrimiento de los desposeídos de su patria. En palabras del ensayista y crítico literario Bruno Rosario Candelier, Del Cabral “conjuga arte y compromiso, vocación social y sensibilidad estética. Y su obra adquiere la frescura de lo autóctono con su aliento telúrico, folklórico, popular (…) El protagonista, el hombre-leyenda, el héroe de Compadre Mon es macho, guapo, valiente, bravucón y, por supuesto, mujeriego, vividor, jugador, marrullero y desafiador”.

Como el Cid Campeador o el Gaucho Martín Fierro, Compadre Mon está muy lejos de ser un personaje ordinario, pues el paisaje en que se mueve, sus posesiones (guitarra, caballo, rifle), Domitila –su mujer– y su propio cuerpo, han pasado por una reelaboración simbólica; Mon reúne en sí mismo todas las cualidades del patriota dominicano en permanente lucha contra el yanqui invasor. Habla Compadre Mon abre la segunda parte de esta epopeya nacional dominicana e ilustra la transformación de un hombre sencillo nacido en la región de El Cibao en el arquetipo del patriota dominicano.

Lo que ayer dije aquí yo

a gritarlo vuelvo ya:

¿tierra en el mar? No señor,

aquí la isla soy yo.

Algo yo tengo en el cinto que estoy

como está la isla

rodeada de peligro.

Sí, señor, mi cinturón:

ola de pólvora y plomo.

Aquí la isla soy yo.

Cabe, lo que dije ya,

siempre aquí, como le cabe

el día en el pico al ave.

¡Que bien me llevan la voz

las balas que suelto yo!

Y no está lejos del hombre

de tierra adentro y dormido

la verde fiera que siempre

nos pone un rabioso anillo…

Estoy hablando del mar

porque en él hay algo mío…

¿Pero estoy hablando yo

de una Antilla, tierra en agua?

No señor,

con la cintura entre balas,

al mapa le digo no.

Aquí la isla soy yo.

A diferencia de los héroes clásicos, protegidos por los dioses, Compadre Mon cuenta con la sola protección de su tierra y de su pueblo; su inmortalidad no reside en lo sobrenatural y es la memoria de sus paisanos la que lo eterniza. Como los grandes luchadores, su voz se agiganta en la muerte y el mito emerge de ella vivo para siempre, como lo expresa el poeta en Aire durando, poema construido –y no por casualidad– en octosílabos, el metro popular por excelencia, el mismo del Romancero.

¿Quién ha matado este hombre

que su voz no está enterrada?

Hay muertos que van subiendo

cuánto más su ataúd baja…

Este sudor… ¿por quién muere?

¿Por qué cosa muere un pobre?

¿Quién ha matado estas manos?

¡No cabe en la muerte un hombre!

Hay muertos que van subiendo

cuanto más su ataúd baja…

¿Quién acostó su estatura

que su voz está parada?

Hay muertos como raíces

que hundidas… dan fruto al ala.

¿Quién ha matado estas manos,

este sudor, esta cara?

Hay muertos que van subiendo

cuanto más su ataúd baja…

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