Por Ruby Soriano:
Los tentáculos del gobernador Miguel Barbosa operaron a tope para tenderle la mesa a la corcholata favorita del presidente Andrés Manuel López Obrador.
En un efecto “fast track” resulta que toda la cargada del mandatario poblano se lanzó a los brazos de la jefa de gobierno Claudia Sheinbaum.
Los abrazos y las fotos de quienes en el pasado reciente habían apapachado a la finada ex gobernadora Martha Érika Alonso, sacaron su mejor estampa de desfachatez para emular a los buenos chapulines que han ido brincando de partido en partido a la sazón de los huesos políticos que han logrado roer, y si no hay que preguntarle a Sergio Salomón Céspedes, quien festinaba alegría por ver a la aspirante morenista.
Seguramente las columnas raseras y pasquines que reciben instrucciones de la “vocera” de Casa Aguayo les darán santo y seña de la reciente cargada “claudista” promovida por el 01 poblano, quien tal parece empezó a buscar salir bien librado de los dos añitos que le restan y para ello, tuvo que comerse el orgullo y organizarle besa manos poblano a la “preferida del profesor”.
La jefa de gobierno vino a Puebla a mostrar los espejitos que anda luciendo a lo largo y ancho del país. So pretexto de un convenio de coordinación en materia de seguridad con el titular de Casa Aguayo, pronunció un discurso plagado de la demagogia propia de su patrón.
Ella, la consentida del presidente Andrés Manuel López Obrador sostuvo que no pactaría con el crimen organizado y, sin embargo, todo esto fue propiamente un discurso plagado de demagogia, pues ahí, en el seno de su actual gobierno de la Ciudad de México, tiene a uno de los cachorros de los viejos regímenes, heredero de las viejas policías que emprendieron los pactos con los capos del narcotráfico en México.
Sólo hay que pedirle a su secretario de Seguridad Pública, Omar García Harfuch nos cuente su pasaje negro en Ayotzinapa, su atentado o bien, su historia familiar.
Los poblanos nos preguntamos cuánto dinero gubernamental se gastó para que Sheinbaum viniera a Puebla en una descarada y franca campaña adelantada que no sólo lesiona la contienda interna de los morenistas, sino también exhibe el clima antidemocrático que se alienta desde Palacio Nacional con la hipocresía propia de quienes usan los aparatos gubernamentales para acelerar el 2024.