Rosa María Dávila Partida
“No podemos permitir que países como China utilicen su posición en el mercado de materias primas, tecnologías o productos clave para perturbar nuestra economía o ejercer una influencia geopolítica no deseada”, afirmó Janet Yellen, Secretaria del Tesoro de EE.UU., durante un discurso en Seúl. Y agregó: “la integración económica ha sido utilizada por Rusia como arma y con gran efecto”. (RT 19 de julio 2022)
Esta declaración de la alta funcionaria deja ver a las claras que el imperialismo reniega abiertamente de la panacea que vendió a todo el mundo para lograr el pleno desarrollo y el bienestar social compartido de todos los países. Lo que presentó en su momento como novísima ciencia económica para convencer a los países subdesarrollados para que abrieran sus fronteras y permitieran la entrada de mercancías y capitales de los países avanzados, ya no le parece tan bondadoso cuando países como China hacen lo mismo.
Como China es capaz de producir mercancías buenas y baratas y les está ganando el mercado, ahora ya no les gustó y están dispuestos a mover cielo y tierra para impedirlo. La capacidad de producir más y mejor, puesta en marcha por las manufacturas europeas en el siglo XVI y perfeccionada por los ingleses con la revolución industrial, que sirvió de ariete a los países más desarrollados, y los convirtió en amos del mundo desde entonces hasta nuestros días, ahora es declarada pecado capital porque China la aprovecha en su beneficio.
La integración de todos los países para que fueran interdependientes en un solo mercado mundial, que había sido presentada como el remedio para que todas las naciones salieran de su atraso y alcanzaran el pleno desarrollo económico, ahora es satanizada porque Rusia supuestamente hace uso indebido de ella. Acusación que no tiene pizca de verdad, pues el incremento en los precios de petróleo y gas se disparó por las sanciones, totalmente ilegales según los principios de la ONU, impuestas por el imperialismo y la Unión Europea que vinieron a poner más obstáculos a la recuperación económica después de la pandemia.
Ante estos hechos, lo que nosotros debemos preguntarnos es ¿qué vendrá después? Ya Joseph E. Stiglitz, destacado premio nobel de economía, dio su veredicto cuando analizó el último Foro de Davos: “Por supuesto, el problema no es sólo la globalización. Toda nuestra economía de mercado ha dado pruebas de falta de resiliencia”… “Después de cuatro décadas de defender la globalización, es claro que los asistentes a Davos gestionaron mal las cosas. Prometieron prosperidad para los países desarrollados y en desarrollo por igual. Pero mientras los gigantes corporativos en el Norte Global se volvieron ricos, los procesos que podrían haber beneficiado a todos generaron en cambio enemigos en todas partes. La “economía de derrame”, el argumento de que enriquecer a los ricos automáticamente favorecería a todos, fue una estafa –una idea que no estaba respaldada ni por la teoría ni por la evidencia”. (“Entender bien la desglobalización”, Joseph E. Stiglitz, 2 de junio de 2022). La hegemonía norteamericana y el sistema capitalista están en serias dificultades.
No debe extrañarnos, en América Latina hace 50 años que el imperialismo renegó de otro valor esencial de la cultura occidental: la democracia. Cuando el pueblo chileno nucleado en la “Unidad Popular” llevó a Salvador Allende a la presidencia de su país, y este empezó a tomar medidas para para garantizar su desarrollo independiente, EE. UU. orquestó un feroz golpe de estado para asesinarlo y estableció una sanguinaria dictadura. Tampoco le gustó que los venezolanos se volcaran a las urnas y le dieran el triunfo al Comandante Hugo Chávez Frías, tan pronto vio que no iba a poder mangonearlo para seguir saqueando las riquezas del país, lo acusó de dictador, y buscó la forma de derrocarlo, pero sus numerosos defensores sobre todo en el ejército lo impidieron. Lo mismo hizo con Cuba desde su revolución. Y recientemente con los procesos electorales que llevaron al triunfo a Nicolás Maduro en Venezuela y Daniel Ortega en Nicaragua. Nada importa que los ciudadanos apoyen multitudinariamente a sus presidentes, que se realicen votaciones impecables (los observadores internacionales lo constataron en Venezuela), estos presidentes legítimos son dictadores porque así conviene a los intereses imperiales.
El imperio hace mucho que perdió la brújula política y económica, su decadencia es inocultable. Los países subdesarrollados necesitamos poner nuestros ojos en las nuevas fuerzas que están emergiendo a escala mundial, en el movimiento por un mundo multipolar que actualmente tiene como cabeza a los pueblos de Rusia y de China. El mundo necesita una nueva y mejor organización social, una estructura económica que genere abundante riqueza, sí, pero también que la reparta de manera racional y equitativa entre todos los miembros de la sociedad, no como ha ocurrido en los siglos de vida del capitalismo.