Thierry Meyssan en su artículo titulado “Ucrania: La ideología de los banderistas” y publicado en Red Voltaire informa que la ideología fascista de los nacionalistas ucranianos, estrechamente emparentada con la filosofía reaccionaria, inhumana de Nietzsche, compenetrada de odio hacia los trabajadores, proclama el surgimiento de un «hombre nuevo» dotado de «una fe ardiente y un corazón de piedra», que no vacilará en acabar sin piedad con los enemigos de Ucrania, considerando que todo lo que es nacionalista” está dirigido contra Rusia y contra los judíos.
Los nacionalistas de Ucrania se proponen crear un pueblo de élite y rechazan el «igualitarismo de los esclavos», proclamado por la Revolución de octubre de 1917 dirigida por Lenin en Rusia y también lejos de los «ideales universales» de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad.
Consideran que los verdaderos ucranianos deben tener como “cualidades”, «el fanatismo» y «la inmoralidad» practicada como una religión, considerando que eso es lo que hace invencibles a los guerreros. Deben, además estar al servicio del «orden categórico» con una «obediencia imprudente», y se distingue por la voluntad de poderío, de expansión del derecho de las razas fuertes (“bestia rubia”) a organizar los pueblos y las naciones para fortalecer su cultura y su civilización existente.
Afirman que su origen es escandinavo o protogermánico y que son descendientes de una tribu vikinga de Suecia, cuyos antecesores fundaron la ciudad de Novgorod, en Rusia, sometiendo a los eslavos rusos.
Se consideran los «nacionalistas ucranianos» el Bien mientras que a los «moscovitas» los consideran que son el Mal. Es por eso que Irina Fanion, diputada del partido ucraniano de extrema derecha Svoboda (Libertad), declaraba, mucho antes de la intervención militar rusa: «Hemos venido al mundo para destruir Moscú».
Uno de los representantes de esta ideología es Stepán Bandera –el ucraniano colaborador de los nazis alemanes que participó en el asesinato de 1,6 millones de sus compatriotas– y el otro, su ideólogo local, Dimitro Dontsov.
Con esta ideología, es lógico que la Ucrania actual se haya dotado de un dispositivo jurídico que legaliza una forma de discriminación racial. El 21 de julio de 2021, el actual presidente ucraniano Volodímir Zelenski firmó una ley, fruto de su propia iniciativa, sobre los «pueblos autóctonos de Ucrania». Esa ley estipula que los tártaros y los judíos caraítas tienen «derecho a gozar plenamente de todos los derechos humanos y de todas las Libertades Fundamentales» y todos los que no son mencionados en esta ley quedaron vedados de sus derechos, como los ucranianos de origen eslavo o ruso.
Después de firmarse esa ley, la mayoría de los partidos y organizaciones políticas que no estaban representadas en el parlamento ucraniano fueron declarados ilegales a pesar de que, por ejemplo, la Plataforma de Oposición-Por la Vida era el segundo partido político más importante del país –recibió un 13% de los votos emitidos en la última elección legislativa y había obtenido 43 de los 450 escaños.
La democracia ucraniana está muerta, pero no murió asesinada por la intervención militar rusa sino por voluntad del gobierno ucraniano.
Por último, el 5 de mayo se creó en Ucrania un «Consejo para el Desarrollo de las Bibliotecas», que está llamado a pronunciarse específicamente sobre los numerosísimos libros rusos que pueden verse en los estantes. El ministro de Cultura y Política de la Información –el periodista Oleksandr Kachenko, declaró que esos libros deben convertirse en materia prima para imprimir libros ucranianos en papel reciclado.
Las quemas de libros son un síntoma clásico de las dictaduras. En Ucrania, los libros rusos no serán quemados en público sino convertidos en papel reciclado. Es menos notorio y hasta más ecológico.