Los países occidentales han acusado sin fundamento a Rusia de causar la crisis alimentaria que se avecina por haber intervenido militarmente en Ucrania; sin embargo, según datos de la ONU para este año en el mundo dispone de un nivel suficiente de reservas de cereales; esto, también lo confirma el Banco Mundial, señalando que las existencias mundiales de cereales están a un nivel históricamente alto, además, tres cuartas partes de las exportaciones del trigo de Rusia y Ucrania se pudieron entregar antes del comienzo del conflicto ruso-ucraniano, por tanto, no se puede endilgar la responsabilidad de la crisis alimentaria a Rusia.
Con estos datos, también se hace complicado atribuir la crisis alimentaria a una carencia de alimentos; aunque debemos saber que las grandes cosechas mundiales, se han convertido en contratos de futuro y forman parte de las carteras de los fondos de inversión, que se mueven en la bolsa de valores como quien apuesta a la ruleta. Dos de los grandes fondos ligados a las primeras materias han pasado de mover 197 millones de euros en el mundo agrícola a mil 200 millones, como explica la ONG Lighthouse Reports.
De manera que, en un sistema en que la alimentación no es nada más que una mercancía, el hambre no va ligada a la producción sino al precio de los alimentos, que, si es muy alto, imposibilita a la gente más empobrecida a acceder a una dieta suficiente.
Las personas que sufren una situación extrema de hambre evidencian que tenemos un problema más grave que la misma guerra; en 2016 se hablaba de 108 millones de personas en el planeta en esta situación de hambre aguda y, hasta antes del estallido de la guerra, la cantidad se dobló hasta llegar a los 193 millones.
