Homero Aguirre Enríquez
Un episodio de la historia puede ilustrarnos sobre las capacidades desarrolladas por las potencias imperialistas para manipular en la posguerra a la opinión pública mundial e inducirla a que creyera lo contrario de lo que realmente ocurrió; capacidades que hoy se despliegan abusivamente para respaldar a la OTAN y Estados Unidos, los impulsores y victimarios en la inmensa mayoría de guerras sufridas por el mundo desde hace 77 años, y así exculparlos del conflicto desatado en Ucrania y propiciar un linchamiento mundial contra el presidente de Rusia y todos los rusos del presente y del pasado. Veamos lo que ocurrió a finales de la Segunda Guerra Mundial.
El 8 de mayo de este año se cumplen 77 años de la rendición del nazismo, derrotado por el Ejército Rojo de la Unión Soviética, país que sacrificó la vida de 25 millones de personas y sufrió las heridas de otras 30 millones para derrotar el monstruoso proyecto de dominación militar y espiritual del mundo preparado por Adolfo Hitler y otros nazis, un proyecto que, en boca del propagandista nazi Goebbels, se proponía “persuadir a la gente hasta que quedara a su merced”, para lo cual usarían no sólo palabras sino también poderosas armas y campos de concentración. Pero en su camino se interpuso la Unión Soviética, que los venció en Stalingrado, en Kursk y en otras batallas, y los hizo retroceder hasta derrotarlos totalmente en Berlín, lugar donde, incapaz de asimilar su derrota, Hitler se suicidó. El estado de ánimo, de pleno reconocimiento al papel heroico de la URSS, puede apreciarse en un telegrama enviado por Winston Churchill, primer ministro de Inglaterra, a José Stalin, presidente de la URSS: “Las generaciones futuras reconocerán su deuda con el Ejército Rojo en una forma tan franca como lo hacemos nosotros que hemos vivido para presenciar estas pujantes hazañas” (…) “Las palabras de Churchill no eran excepcionales. Las declaraciones de reconocimiento al Ejército Rojo, al pueblo soviético y a Stalin realizadas durante la guerra por altos dignatarios diplomáticos y militares de Estados Unidos, incluido el presidente Roosevelt, fueron la norma. Las revistas Time y Life dedicaron a Stalin sendos números laudatorios en 1943. El documental La batalla de Rusia, de Frank Capra, producido por el propio Departamento de Guerra de Estados Unidos; el libro y la película Misión en Moscú, del que fuera embajador en la URSS en los años previos a la guerra, Joseph E. Davies, o el libro La Gran Conspiración contra Rusia de los investigadores estadounidenses Michael Sayers y Albert E. Khan, son una buena muestra del estado de opinión de aquellos años” (Manuel González, mundoobrero.es).
Pero ese reconocimiento sólo fue de dientes para afuera y duró muy poco, alertados por el prestigio adquirido por la URSS y envalentonados por la detonación de las bombas en Hiroshima y Nagasaki, los gobernantes estadounidenses pusieron en marcha un gigantesco y costoso plan para que el mundo se convenciera de que el ganador de la Segunda Guerra Mundial había sido Estados Unidos y no la Unión Soviética; y no sólo eso, se propusieron convertir a este país y su modelo de sociedad en la suma de las peores maldades y atentados contra la democracia y la libertad. “En la construcción de ‘la Gran Mentira’, por usar las palabras del activista negro norteamericano Paul Robeson, movilizaron la práctica totalidad de la poderosísima industria cultural: cine, medios de comunicación, universidades, teatro, música culta y popular. Contaron con dinero a espuertas: ´No éramos capaces de gastarlo´, decía uno de sus cabecillas. Desviaron cientos de millones del plan Marshall y utilizaron hasta 164 fundaciones para canalizar los fondos reservados, algunas creadas por la CIA y otras tan conocidas como la Fundación Rockefeller, la Carnegie o la Ford” (…) Esta fue la base de un bombardeo ideológico empeñado en equiparar nazismo y comunismo como fórmula magistral para rellenar las mentes. A priori no era fácil. ¿Cómo igualar una ideología que predicaba la igualdad radical de los seres humanos con otra que defendía la supremacía de unas razas sobre otras? ¿Cómo equiparar a quienes defendían el reparto de la riqueza frente a quienes apelaban al derecho de los más fuertes a acapararla? ¿Como poner en el mismo plano a quienes habían planificado y creado los campos de exterminio a quienes los habían liberado? Desgraciadamente, hay que reconocer que lo consiguieron. Contaron para ello con el grueso de la industria cultural centrada en resaltar los aspectos negativos, reales o inventados, del comunismo y minimizar o silenciar los positivos. Una estrategia tan sencilla como eficaz.” Los resultados de esa operación internacional fueron medidos sistemáticamente: “Una encuesta realizada en Francia en 2004 mostraba que el 58% pensaba que Estados Unidos era el país que más había contribuido a la derrota de Alemania. El 20% respondía que la Unión Soviética y el 16% le atribuía el mérito a Gran Bretaña… No hay razones para pensar que esa percepción histórica haya mejorado desde 2004 hasta hoy. Todo lo contrario”. Así, por obra de la manipulación se habían olvidado las vidas de millones de soviéticos y la hazaña militar de haber derrotado al ejército nazi, el mejor armado del mundo en ese entonces, lo que garantizó que el poder nazi no creciera y avasallara a Europa, Estados Unidos y el mundo; los manipuladores habían logrado sustituir la realidad trágica y sangrienta, enfrentada y superada realmente por los soviéticos en los campos de batalla, y en su lugar aparecieron los héroes norteamericanos de nylon en las películas, libros y en tendenciosos documentos “académicos”. “Goebbels podría estar orgulloso”, remató el articulista Manuel González.
Y si lograron modificar ese gigantesco hecho histórico, el muy documentado triunfo de la Unión Soviética contra Hitler, e instalar en la mente del mundo una idea contraria a la realidad y favorable a los EE. UU., podemos entender que algo similar intentan hoy en el conflicto desatado por ellos en Ucrania. En vez de que la gente se entere de que fueron la OTAN y Estados Unidos los que sembraron armas y bases militares alrededor de Rusia y que la inminente colocación de armas nucleares a unos pasos del territorio ruso fue lo que obligó a Vladimir Putin a desplazar tropas en Ucrania para impedirlo, han desatado una campaña para demonizar a todos los rusos sin excepción, a silenciar sus medios de comunicación y ocultar cualquier argumento, hecho o evidencia que los respalde, a inventar atrocidades de su ejército desplegado en Ucrania y a colocar al presidente norteamericano, que hace años se mostraba orgulloso de haber destruido a bombazos Yugoslavia, casi como un bondadoso benefactor de la humanidad.
Sin embargo, la realidad de hoy no es la misma que la de hace 80 años; hoy existen contrapesos gigantescos a esa grosera y abusiva manipulación, países grandes y con vigor económico como la propia Rusia, además de China y otros países que no están dispuestos a dejarse avasallar. Sinceramente creo que nuestro deber es solidarizarnos con estos últimos en la búsqueda de un mundo que no esté dominado por una sola potencia agresiva y manipuladora.