No hay trabajo para todos porque la producción automatizada es cada vez mayor. Mientras, millones de desempleados se enfrentan a condiciones adversas para subsistir, entre quienes se hallan jóvenes, carne de cañón barata para la delincuencia organizada.
Tania Rojas
En los tiempos en que vivimos, el salario es el único medio de subsistencia para quienes solo poseen sus propias facultades físicas y mentales. El empleo representa para ellos un logro vital porque es probable que un buen empleo les permita aumentar sus posesiones y pasar a la categoría de empresarios. Sin embargo, año con año y cada vez con mayor rapidez, esta bolsa de trabajo aumenta, pero no por su dinámica demográfica, sino por la desposesión de riqueza de quienes son los menos aventajados económicamente. Es decir, el desplazamiento es al revés, ya que son cada vez menos los acaudalados que pueden poner su marca en la fachada de una empresa, un banco o un centro comercial; y son cada vez más los que dejan su impronta de mal pagados en los inventarios, en los estados de cuenta y en los escaparates de las empresas, bancos y centros comerciales.
Cuando la vida se ve reducida a la búsqueda de empleo y éste no existe, la vida se mutila aun más. A pesar del mayor aliento disponible, no todos triunfan en la vida, ni ocupan los puestos de trabajo con salarios que les garanticen una vida digna, aun cuando no puedan acumular riquezas. Los planes de muchos se ven frustrados y otros más se ven obligados al paro forzoso. No hay trabajo para todos. No lo hay porque la producción automatizada es cada vez mayor: cada día se ocupan menos manos y el papel de la actividad económica no es crear empleos sino maximizar la ganancia; porque los capitales no se asientan en mercados débiles y se valoran más y más rápido como papel bursátil que como mercancía física; porque el Estado se encuentra al servicio de los dueños del capital; y el desempleo desorganiza el factor trabajo y, en consecuencia, amplía el dominio del capital. En el interior de los países pobres, como el nuestro, esta ruptura del sistema económico encuentra sus “solapas” en la informalidad, la ilegalidad y la migración.
En la informalidad hay millones de “autoempleados” en la venta ambulante, jóvenes haciendo todo tipo de encargos; y los “cazadores” de albañiles y jornaleros para las contrataciones de temporada, etc., enfrentan hoy el desempleo. En este escenario, la delincuencia organizada encuentra la carne de cañón barata que requiere para seguir operando. La migración, a su vez, dibuja los flujos de riqueza de los países colonizados hacia los imperialistas, pues los desposeídos intentan encontrar un modesto lugar en estos oasis de riqueza. Cierto es que estos problemas son más complejos de lo que aquí se expone, pero su causa fundamental está en la desigualdad y la pobreza que sufren las vastas masas populares. Son efectos lógicos del funcionamiento de la economía de mercado que al capitalismo le conviene tolerar y controlar; pero no atacar de raíz, porque la rebeldía y la resistencia a la cesantía completa representan la mayor fuente de inestabilidad y desequilibrio social.
Nuestro país atraviesa hoy, simultáneamente, una crisis migratoria, de empleo y de seguridad pública. Los niveles alcanzados en los tres ámbitos son reflejo innegable de la magnitud de la crisis económica a que nos condujo la inacción consciente del gobierno de la “Cuarta Transformación” (4T) frente a la pandemia. No hizo nada, ni muestra intención de hacerlo. Su dirigente máximo se limita a invocar, en cada mañanera, la recuperación económica y oculta el tono que ésta va tomando. En septiembre, el 70 por ciento de los empleos recuperados fueron informales, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi 2021); México ocupa el cuarto sitio mundial en delincuencia organizada (Animal Político, cuatro de octubre de 2021); entre octubre de 2020 y septiembre de 2021, México fue el principal expulsor de migrantes hacia Estados Unidos, de acuerdo con el registro del Servicio de Aduanas y Protección Fronteriza del gobierno de Estados Unidos (El País, 20 de octubre de 2021). El Presidente acusa a los “neoliberales” por hablar de ecologismo, derechos de animales y feminismo para no hablar de desigualdad económica. Él plantea la desigualdad económica, pero no dispone de una política consecuente para combatirla.