Por Leticia Montagner
Jorge Carrión, un crítico cultural, ha realizado algunas consideraciones interesantes a propósito del libro Simpatía, publicado en julio de 2021, del escritor Rodrigo Blanco Calderón, que ha tenido gran éxito.
Por ejemplo destaca que los amores no humanos se han fortalecido en la pandemia. Los perros nunca dudan del amor que sienten y en estos tiempos de reivindicación de la empatía, es decir, la capacidad de identificarse con otra persona, el escritor venezolano opta por el concepto de simpatía, que remite a la inclinación afectiva tanto entre seres humanos como hacia animales o cosas.
De acuerdo al diario The New York Times, en los últimos años ha crecido el enjambre de narrativas y ensayos que hablan sobre relaciones con otros animales o con plantas en amistad o de amor.
Durante décadas se han publicado libros sobre los vínculos humanos con las especies, pero hasta ahora se convirtieron en una gran tendencia editorial.
La pandemia ha creado el contexto ideal para su recepción, pues se ha multiplicado la afición por la jardinería y se han disparado los datos globales de venta y adopción de mascotas. También se han llevado a cabo iniciativas inéditas, como la organización de bancos de alimentos para animales de compañía.
La vegetación y los animales domésticos han ayudado a compensar durante el último año y medio la ausencia de trato personal y el exceso de ver pantallas. En la condición de confinados o tele trabajadores, convivir con ellos ha revelado detalles de su relación con el espacio que se comparte con ellos y las personas. Forman parte del hogar y de la familia.
La presencia de animales en más de la mitad de los núcleos familiares del mundo lleva a la pregunta en qué están equivocados los humanos. ¿Por qué se identifica el progreso con la conquista del medioambiente y con la consecuente extinción de seres vivos? ¿Cuánto se perdió a cambio de la supuesta sociedad del bienestar?
Tal vez la faceta más interesante de una de las novelas más leídas y premiadas de los últimos meses, Hamnet, de Maggie O’Farrell, una ficción que reconstruye la muerte del hijo de William Shakespeare y su esposa, sea precisamente la que imagina la extraordinaria conexión que la protagonista mantiene con el bosque o con su huerto.
Las descripciones sensoriales de esos espacios son memorables. Es sorprendente que, en una novela sobre el origen de Hamlet, llame menos la atención el teatro que la botánica.
En muchos otros proyectos actuales también se están recuperando sensaciones, mundos, relatos, fragmentos de la genealogía arbórea de quienes mantuvieron relaciones afectivas con miembros del reino animal y vegetal.
En la novela Simpatía, concluye Jorge Carrión, se habla extensamente tanto de la relación de Simón Bolívar con su perro Nevado, como de las relaciones con no humanos de la escritora británica de finales del siglo XIX y principios del XX Elizabeth von Arnim, autora de un libro sobre el mundo vegetal y de otro sobre el canino, como son Elizabeth y su Jardín Alemán y Todos los Perros de mi Vida.
Mientras las temperaturas absurdas provocan muerte e incendios en Norteamérica, los polos pierden hielo a un ritmo demencial o los virus se descontrolan por todas partes, algunas de las novelas, ensayos o películas más sensibles de este cambio de siglo, a la vez que normalizan nuestro amor por las mascotas o las plantas, parecen preguntarse en qué momento y por qué optamos por vías de desarrollo del todo insostenibles. Por qué es imposible que vuelva a existir a escala mundial esa presunta armonía que, en cambio, en nuestro hogar somos capaces de reproducir en miniatura.
No desaprovechemos la realidad que la pandemia que estamos viviendo los seres humanos nos ha impuesto: un mayor amor a los animales y a las plantas.
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