No pudo ser más simbólica y oportuna la visita del mandarín Xi Jinping a Moscú para su encuentro oficial número 42 con su homólogo, Vladímir Putin presidente de Rusia, en el marco de la conmemoración del triunfo de Rusia sobre la alemania nazi, cuando sin rubor el comediante jázaro neonazi (literal) Volodomír Zelenski amenazó con bombardear el Kremlin con todo, incluyendo a los invitados de honor.
Para no dejar duda alguna, el viceconsejero de seguridad y ex presidente Dimitri Medvédev replicó que en caso de otra locura más del tragicómico Zelenski “no habría 10 de mayo en Kiev”.
El ilegítimo “presidente” ucraniano Zelenski concluyó su mandato en mayo del año pasado y representa a una microminoría estridente del 0.12 por ciento de su población y nunca ha ocultado su persecución religiosa a la mayoría de los cristianos ortodoxos eslavos en toda Ucrania (57 por ciento en la parte occidental y 63.2 por ciento en la parte oriental rusófila-rusófona). Sea racial, religiosa o democráticamente, Zelenski es un Mega-Tirano increíblemente apuntalado por la OTAN y la Unión Europea contra todos sus principios básicos de la democracia.
Cuando Trump todavía era candidato por tercera vez a la presidencia de EU, diagnosticó correctamente en una entrevista con el comentarista Tucker Carlson que el peor error de la dupla Obama-Biden fue haber empujado a Rusia a los brazos de China (o viceversa) y que su objetivo sería romper la asociación geoestratégica, que hoy parece indisoluble, entre Moscú y Pekín.
Se trataba de las clásicas piruetas tanto del jázaro Kissinger como de Brzezinski, quienes, dentro del esquema de la “estabilidad estratégica”, siempre manejaron un G-2 entre Estados Unidos y cualquiera de los dos, dependiendo de la coyuntura, Rusia o China.
Kissinger forjó el G-2 de Estados Unidos y China frente a la ex-URSS y, antes de fallecer a sus 100 años, empezó a coquetear un G-2 de Estados Unidos con Rusia, mientras la rusofobia congénita de Brzezinski siempre mantuvo firme un G-2 de EU con China frente a Rusia, hasta su fallecimiento a los 89 años.
Ya siendo presidente, Trump 2.0 reiteró su mismo esquema disociativo. En fechas recientes, el periodista indio Prakash Nanda conjetura que “Trump orquesta una política de “Kissinger en reversa” para romper la alianza de China y Rusia” y pregunta: “¿Podrá Estados Unidos atraer a Putin al campo estadounidense?”.
En un abordaje de largo plazo, si Kissinger y/o Brzezinski hubieran leído la “teoría de juegos” de Von Neumann, se hubieran enterado de que no hay nada más inestable que un juego entre tres actores. Fue justamente lo que sucedió cuando Obama/Biden, ubicaron a Estados Unidos como el inmutable ombligo del mundo, se llevaron la inesperada sorpresa de un G-2 entre Rusia y China que dejó aislado a Estados Unidos, en especial después del discurso ya histórico de Vladímir Putin en Múnich en 2007 y la quiebra de Lehman Brothers en 2008.
Hoy el cada vez más cohesivo y complementario G-2 de Putin y Xi se ha consolidado frente a las turbulentas contradicciones de Estados Unidos en Ucrania, Irán, Yemen y Gaza. Hasta ahora, Rusia no mordió el anzuelo muy abaratado por el diálogo por Ucrania para crear un G-2 con Estados Unidos frente a China, justo cuando cunde la “primera guerra comercial del mundo”, que se ha transformado en guerra financiera y de divisas.
Hubiera sido el colmo que Vladímir Putin, que vivió la catástrofe de la balcanización de la ex-URSS, hubiera repetido cándidamente los inconcebibles errores de Gorbachov y Yeltsin juntos.
En vísperas de la recepción de Putin a Xi y del suntuoso festejo del Día de la Victoria, el mandatario ruso, quien ya empezó a mover las cartas de su sucesión, vaticinó el ascenso irresistible de los Brics plus y la agudización del declive del G-7.