Mucho suele decirse que el arte, el buen arte, el que te incita a pensar, a razonar y el que enciende en la mente la llama de una idea, solo está reservado para aquellos que pueden costeárselo. Y es cierto.
El modelo económico en el que actualmente vivimos pone en primer lugar la cultura comercial, la que está sujeta, por supuesto, a las leyes del mercado y el consumo, no es de extrañarse que en la radio, la televisión y las redes nos bombardeen con esas letras burdas, cuyo fondo solo incita a las necesidades más primarias del hombre.
Pero esto no debe tomarnos por sorpresa, el gobierno de la 4T que se dice haber acabado con el neoliberalismo le recortó el 30 por ciento del presupuesto al Ramo 48 de Cultura, mostrándonos que no es ni ha sido su prioridad, de hecho, lo ha declarado públicamente: uno de sus emisarios, Marx Arriaga, exdirector de Materiales Educativos de la Secretaría de Educación Pública (SEP) y ahora uno de los formadores de las escuelas de cuadros de Morena, expuso que “leer por placer era ya un acto de consumismo”, poniendo como ápice que la cultura es un lujo y no una necesidad. ¡Pero esto es un error! El desarrollo social tiene como base la cultura.
Y a cuento de la lectura, en 2024 el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) dio a conocer los resultados del Módulo sobre Lectura (Molec), en los que detalla los intereses de la población alfabeta en el país y qué productos editoriales consumen, ésta declara que de 2016 a 2024 ha habido una disminución de 11.2 puntos porcentuales. La gente ya no lee, y la mayoría señala que los productos de lectura son caros para su bolsillo, cosa que no es falsa.
La necesidad de crear espacios para la formación y desarrollo de la cultura, principalmente entre la juventud, debería ser prioridad de siempre, pues el desarrollo espiritual y mental del ser humano es también un cambio a favor de la sociedad que cruelmente ha sido mancillada por la pobreza.
