La OTAN, echando a Ucrania por delante, está perdiendo la guerra contra Rusia. Ucrania pierde diariamente más de mil 500 efectivos, e instituciones especializadas anticipan que, al final de la guerra, la población será preponderantemente de viejos, en grave daño de la economía. Decenas de miles de jóvenes huyen del país y el ejército sufre una severa carencia de soldados. Para sostener la guerra, la OTAN está enviando mercenarios de sus países miembros: franceses, polacos, británicos, norteamericanos, canadienses, e integrantes de organizaciones terroristas de Medio Oriente patrocinadas por Estados Unidos. O sea, están peleando directamente si no con soldados, sí con sus mercenarios.
Siete millones de ucranianos han emigrado desde 2022. Miles de jóvenes escapan para evitar enlistarse por la fuerza a manos de los temidos Escuadrones de Movilización. Hasta noviembre pasado, según la BBC, 20 mil hombres en edad de enrolarse han huido, arriesgando su vida, y 21 mil lo intentaron infructuosamente. A los hombres de edades entre 18 y 60 años se les prohíbe salir del país.
La OTAN no acepta su derrota; y para diferirla escala peligrosamente el conflicto. En múltiples ocasiones, restos de drones lanzados desde Ucrania han caído en las inmediaciones de la central nuclear de Zaporiyia. El director general del OIEA, la agencia nuclear de la ONU, Rafael Grossi, ha visitado la central y constatado los hechos, sin mayores consecuencias. Rusia ha insistido, infructuosamente, en que se detengan los criminales ataques de Ucrania que amenazan la seguridad de la central: Estados Unidos y sus mercenarios gozan de total impunidad. También ponen en riesgo la central nuclear de Kursk, en territorio ruso, hacia donde precisamente pretendían llegar, sin lograrlo, las tropas ucranianas en su reciente incursión. La OTAN amenaza la seguridad mundial propiciando una catástrofe nuclear, mínimamente como la ocurrida en 1986 en Chernóbil, al norte de Ucrania.
Ante su inminente derrota, otro recurso desesperado para escalar el conflicto son los ataques terroristas con drones o bombas contra zonas residenciales rusas. Diariamente la prensa libre informa de civiles rusos muertos por ataques ucranianos; abiertas provocaciones para que Rusia responda con desmesura y descalificar a su gobierno y ejército, acusándoles de criminales, y así manipular a la opinión pública mundial para que exija y apruebe un mayor uso de la fuerza contra Rusia.
En la misma tesitura, la OTAN discute autorizar a Ucrania lanzar misiles de largo alcance hacia la profundidad del territorio ruso y sus principales ciudades. Sería el caso de los ATACMS norteamericanos y los Storm Shadow británicos. El primer ministro británico Keir Starmer y Joe Biden evalúan en Washington la medida, y Antony Blinken ha visitado a Olaf Scholz para cabildear sobre el lanzamiento de los Taurus alemanes a territorio ruso. El gobierno de Vladimir Putin, en justa respuesta, ha advertido que ello será considerado como declaración de guerra de la OTAN, y ameritará la correspondiente respuesta.
Es gravísimo que Estados Unidos esté empujando a una guerra mundial, con alto riesgo de ataques nucleares. Ante ello contrasta la política prudente de Rusia, que advierte insistentemente del peligro y ofreció un plan de paz publicado desde el pasado 14 de junio, en el que se expresan lineamientos razonables para terminar el conflicto. Obviamente, la propuesta fue olímpicamente ignorada por Estados Unidos y la OTAN, que no permiten a Zelenski considerarla. Pero, ¿cómo se explica este empecinamiento en continuar la guerra, aun viendo su aplastante derrota en el frente, que compromete el futuro de Ucrania?
La explicación es que la guerra no se hace realmente por Ucrania (ésa es sólo la pantalla), sino por los intereses norteamericanos. Recordemos: el propósito último de la OTAN es cercar a Rusia con bases de misiles para luego invadirla y tomar sus inmensos recursos naturales. Pero hay objetivos más inmediatos. Primero, las fabulosas ganancias que deja la guerra en beneficio del “complejo militar-industrial” (como lo denominó el presidente Dwight Eisenhower en 1961), en el cual destacan: Raytheon Technologies, General Dynamics, Lockheed Martin, Boeing, Northrop Grumman. A ellas no conviene que la guerra acabe: si no hay guerra, no hay ventas.
Esto se encuadra en la crisis sistémica de la economía estadounidense, incapaz ya de sostenerse sobre sus propios pies, y que corre serio riesgo de colapsar, a decir de uno de sus mejores conocedores, Elon Musk; evidencia de ello, su ya impagable deuda que alcanza un nivel récord de 35.3 billones de dólares (124 por ciento del PIB nacional), y que consume como pago de intereses la asombrosa cantidad de tres mil millones de dólares ¡diarios! (el doble desde 2020), según cifras recientes del Departamento del Tesoro. Una situación de todo punto insostenible.
Y pesa también para rechazar la paz el afán de los poderosísimos fondos de inversión de adueñarse del territorio ucraniano y sus recursos, objetivo económico (inmediato) de la guerra aún no garantizado del todo. Al respecto, es ilustrativo un artículo del destacado economista ruso Valentin Katasonov, publicado por el portal revuelta global, 20 de diciembre de 2023. El doctor Katasonov ha sido asesor de la ONU y del Banco Central Europeo en los años 90, y ha publicado libros sobre la economía ucraniana, como: Ucrania. Problemas de la economía, o dinero en la sangre (2014) y La ley y la redistribución ucraniana. La crisis económica y financiera en Ucrania como amenaza global (2015). En el artículo referido explica que la venta de tierras y activos ucranianos empezó desde la separación de la URSS en 1992. Sobre la guerra de Estados Unidos en Ucrania dice que, además de sus objetivos políticos y militares, pretende apoderarse de sus riquezas naturales: “Ucrania es el séptimo mayor suministrador mundial de carbón, y el segundo en Europa, con unos 34 mil millones de toneladas. Es parte de los países que tienen las mayores reservas de mineral de hierro (…) el mayor suministrador de mineral de manganeso en Europa y (uno de) los diez principales fabricantes de manganeso en el mundo (…) alrededor del 20 por ciento de las reservas mundiales de titanio puro (el mayor suministro en Europa) (…) el depósito de uranio más grande en Europa (…) el 70% del stock mundial de granito de alta calidad…”. Quieren todo eso, no la paz.
Trata luego el doctor Katasonov sobre la adquisición de tierras por empresas norteamericanas. “Según la Australian National Review, publicada en mayo de 2022, 17 millones de hectáreas de tierras agrícolas ucranianas son propiedad de tres compañías estadounidenses: Cargill, DuPont y Monsanto (…) aproximadamente igual al área de todas las tierras agrícolas de Italia. Los expertos calcularon que el área señalada es aproximadamente la mitad de todas las tierras agrícolas ucranianas (…) los principales accionistas en todas las empresas mencionadas fueron los fondos financieros y de inversión estadounidense BlackRock, Vanguard y Blackstone (…) Hasta el 24 de febrero de 2022, pocos se dieron cuenta de que los suelos fértiles y las instalaciones cerealeras de los ucranianos, en realidad no les pertenecen”. Recordemos que en Ucrania están las famosas tierras negras de chernozem, de suelo chernozem, entre las más fértiles del mundo; representan un tercio de la superficie agrícola de la UE y hacen posible la gran riqueza agrícola ucraniana.
Katasonov aborda el caso específico de BlackRock, “el mayor holding financiero del mundo” (controla diez billones de dólares). “Participa en el capital de todos los bancos de Wall Street, las corporaciones farmacéuticas, las corporaciones de tecnología de la información de Silicon Valley, las empresas del complejo industrial militar, etc.”. Y narra las aventuras ucranianas de estos angelitos: “un día significativo en la historia de la “cooperación” entre BlackRock y Ucrania, fue el 8 de mayo de 2023. Los medios de comunicación ucranianos informaron con alegría que el gobierno ucraniano y BlackRock firmaron un acuerdo sobre la creación del “Fondo de Desarrollo de Ucrania” (…) esto significa la finalización de la privatización total y la absorción de Ucrania por el capital extranjero oculto detrás de BlackRock”.
Y para dimensionar mejor este gran negocio, Katasonov puntualiza: “En marzo, el Banco Mundial calculó que Ucrania requerirá 411 mil millones de dólares para restaurarse después de la guerra, pero desde entonces la escala de destrucción ha aumentado significativamente. Por lo tanto, al final de este año, la cifra no puede ser menos de medio billón de dólares. Por ese dinero, BlackRock planea comprar toda Ucrania”.
En síntesis, la norteamericana es una economía decadente que precisa de la guerra para sostenerse en lo inmediato, y para preservarse a futuro. Y para ello bloquea todo acuerdo de paz, condenando a la muerte a decenas de miles de ucranianos. Y al escalar el conflicto para sostenerlo, empuja al mundo a la tercera guerra mundial y a una probable hecatombe nuclear, en aras de conservar el poderío económico que ha venido perdiendo ante la emergencia de economías más vigorosas. Lo que no le es dable obtener mediante tecnología, productividad y competitividad busca alcanzarlo mediante la guerra. Un liderazgo así es una amenaza para la humanidad.