Por Oscar Manuel Pérez
A través de millones de pantallas de celulares circularon los incendiarios videos del derribo de un par de estatuas de Hugo Chávez, en Venezuela, violencia en las calles caraqueñas, múltiples reportes con voces aceleradas y mensajes de odio fluían como si del Salto Ángel se tratara, al menos eso es lo que la plataforma de “tuiter-ex” nos permite ver: así funciona la hoguera personal del oligarca gringo, Elon Musk.
La condena a la “dictadura” de Venezuela no es exclusiva de X, lo mismo aparece en Facebook, YouTube y demás plataformas digitales de corte occidental; pero es en X donde las redes han sido más claras en su naturaleza de cadalso, siendo Musk un abierto opositor del régimen bolivariano; según The New York Times, el multimillonario mencionó más de 50 veces al presidente de Venezuela en sólo cuatro días, desde luego con palabras nada halagadoras.
¿Cuáles son los móviles del hombre más rico del mundo para denunciar la dictadura? ¿Realmente es cuestión de principios y amor a la libertad? Nada, ni siquiera de cerca. Venezuela es un país rico en reservas petroleras, ocupa el primer lugar mundial con el 19.38 por ciento (Statista 2023); sexto en reservas de gas natural; primero en reservas de oro en Latinoamérica, además de ser una mina clave en componentes de celulares, esa privilegiada riqueza le ha dado un papel clave como socio de China. No hay que pasar por alto que Venezuela no ha renunciado a su aspiración de formar parte de los BRICS.
Con lo anterior, hace unos días, Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, declaró ante los medios que “las redes sociales son, desde mi punto de vista (el del líder parlamentario), el mayor peligro que existe contra la libertad del ser humano, contra la paz del planeta, contra la necesidad de vivir en una sociedad basada en los consensos”; sentenció además como medida “la creación del Consejo Presidencial de Ciberseguridad”.
La medida no es gratuita si tomamos en cuenta que la Ministra del Poder Popular para la Ciencia y Tecnología, Gabriela Jiménez, reiteró que el 28 de julio (2024) se registraron 30 millones de ataques cibernéticos por minuto en su país, 65 por ciento de ellos afectaron servidores de instituciones gubernamentales y enlaces internacionales que dotan de Internet al país (Prensa Ecosocialismo).
Muy cercano a la situación, se presentó el icónico momento en que el presidente electo de Venezuela, Nicolás Maduro, sentenció a la multitud que estaba a punto de desinstalar la aplicación de WhatsApp para siempre. La escena fue tomada como una broma por algunos, pero en el lenguaje de las redes sociales esto sienta un precedente enorme en cuanto a la posición que los países pueden tomar en torno a la manipulación de los algoritmos para desestabilizar su política interna.
En una segunda parte del video, que prácticamente ninguno de los medios occidentales recuperó en las notas, después de desinstalar el WhatsApp, Maduro hace alusión a la nueva aplicación de mensajería que planea usar, nada más y nada menos que la rusa Telegram.
Las redes sociales occidentales en Venezuela han sido protagonistas en la estrategia de desestabilización. El éxito de la táctica de los líderes globales de las redes se mide en el nivel de manipulación que existe entre la percepción global, y no es un invento el hecho de que la condena al presidente chavista haya alcanzado niveles de odio pocas veces vistos, muchos ya lo comparan con el linchamiento global que se dio a Gadafi en Libia hace casi 13 años.
El filósofo Noam Chomsky decía hace más de tres décadas que “en un estado totalitario (en este caso el régimen imperialista encabezado por EE. UU.) no importa lo que la gente piensa, pues el gobierno puede controlarla por la fuerza de las porras. Pero cuando no se puede controlar a la gente por la fuerza, se tiene que controlar lo que la gente piensa, y el medio típico es la propaganda”.
Chomsky señalaba, además, que cuando los intereses del sistema desean acabar con un personaje incómodo, la muerte inicia desde el aspecto ideológico, a esto Chomsky le llamó la “maquinaria de fango”, lo primero es desprestigiar al individuo, hacerlo desechable ante la opinión pública y después aniquilarlo en la vida real.
La posición de Venezuela es la correcta con respecto a la regulación de las redes sociales occidentales y la promoción de redes distintas a las hegemónicas. Los venezolanos hacen bien en medir su seguridad cibernética, pues la información es clave para que un Estado bajo acecho logre sobrevivir. De no tomar estas medidas, las garras del imperialismo digital seguirán operando como hasta ahora. Llama la atención Brasil, quien también empieza a tomar algunas medidas, bien hace caso al refrán: “cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar”.