Por Pablo Domingo Ramírez Soriano
Primeros años: 1981-1988
Conocí la zona baja de Chimalhuacán, específicamente la parte que ya se conocía como Santa Elena, en 1981, cuando un grupo de jóvenes entusiastas empezamos a formar la primaria “Emiliano Zapata”. Son imborrables las escenas terribles derivadas de la pobreza de la mayoría de la gente que empezó a poblar la zona. Primero, el problema de vivir en una parte de lo que fue el lago de Texcoco. Como era una zona donde hacía pocos años aún existía agua, habían pequeños estancos de agua sucia, alrededor de los cuales brotaba una especie de pasto que rebasaba los 50 centímetros de alto, pero era un pasto duro, picaba al tocarlo. Había aquí y allá algunas vacas de los nativos. No había muchas casas, incluso las calles no se delimitaban aún, por eso se alcanzaba a ver hasta muy lejos el llano; los vecinos habían abierto en varios lugares algunas zanjas para sacar el agua de los lavaderos y para que circulara el agua cuando llovía. Se entiende que las calles aún no existían, más bien eran veredas que la gente iba abriendo para que pasaran los vehículos. Algunas de las primeras calles verdaderas que se abrieron fueron la avenida Felipe Berriozábal que se conocía con otro nombre que no recuerdo, la avenida de los Patos y la avenida de las Torres; pero nadie piense en avenidas, como las que ahora vemos, nada de eso, eran simples espacios amplios, por donde primero empezaron a circular los camiones de pasajeros. Nada de pavimento, solamente tierra con enormes baches, que a cada metro que el camión avanzaba, parecía que se volteaba.
Las tolvaneras en tiempos secos eran terribles y hacían pasar momentos de angustia a los colonos, sobre todo a los que tenían casitas de láminas, pues con los vientos el polvo se levantaba hasta más de veinte metros, se desplazaba entre las casas y eran muchas las que perdían sus techos, que volaban espectacularmente, deshaciéndose al chocar en el suelo o con otras casas. Después del susto venían las anécdotas y las risas, pues no eran pocas las señoras que al ver que su techo se desprendía, las trataban de amacizar con sus propias fuerzas, volando también ellas varios metros, quedando golpeadas, polveadas (ellas decían que las habían “maquillado” gratis) y con sus láminas destrozadas.
Pero en tiempo de lluvias, ese polvo se convertía instantáneamente en un lodo chicloso que se adhería al calzado, formándose en los pies del caminante unas enormes plastas que dificultaban avanzar. Era extraordinario lo que muchos trabajadores y trabajadoras tenían que hacer para salir con los zapatos más o menos limpios: por las mañanas algunos salían con bolsas de plástico en los pies, descalzos o con los zapatos más viejos que tenían, otros se llevaban puestas sus “chanclas” y los zapatos en las manos; todos se detenían en donde pasaba el camión. Ahí se despojaban de sus bolsas; los que llevaban chanclas o zapatos viejos ahí las dejaban y se ponían los zapatos apropiados para asistir al trabajo. Era triste y a la vez jocoso ver durante todo el día las chanclas y las bolsas esperando a sus respectivos dueños.
Con el tiempo, los gobiernos municipales empezaron a “ayudar” a los colonos. Se abrieron zanjas en diversas calles para drenar el agua de lluvia; estas zanjas ocupaban casi todo el ancho de las calles y estas “obras” que, efectivamente, ayudaron a drenar, vinieron a significar un peligro real para niños, adultos, borrachitos, pero también fueron un lugar ventajoso para los delincuentes, que las usaban para desaparecer sus delitos.
La falta de agua, electricidad y drenaje, fue una característica común de toda la zona baja en el periodo que estamos comentando (1981-1988). Esta necesidad, al tiempo que era motor de todo tipo de negocios, era arma de sometimiento político que usaban tanto autoridades municipales corruptas como líderes de todos los colores. Como ejemplo, comentaré algunos problemas con la luz. ¿Quién no recuerda los pleitos con los postes, los cables y los tableros? ¿Quién no gastó hasta lo que no tenía para comprar cientos y cientos de cable para llevar un chisguete de luz a su casita? Y luego las preocupaciones porque los ladrones de cables abundaban. Para más o menos tener cierta seguridad, era necesario tener postes muy altos. Recuerdo varios accidentes en la Avenida de las Torres, porque ahí pasa una línea de postes con cables de alta tensión, junto a las torres. Un día, un hombre que se creyó muy listo, decidió pasar sus cables por arriba de esos cables de alta tensión, no lo hubiera hecho, pues al instante, ante la vista de amigos y curiosos quedó carbonizado. Muchos problemas podemos mencionar, como consecuencia de la falta de luz: accidentes, asaltos, violaciones, asesinatos, robos de tanques de gas, robos de vehículos, etc., etc., que junto a las zanjas ya mencionadas, crearon una situación de altísima inseguridad, que ubicaron a Chimalhuacán como una zona roja en el estado de México. Ya a finales de los ochentas, se decía de Chimalhuacán que era de los municipios más peligrosos, inseguros y miserables del país.
Por cierto, uno de los más graves problemas, si los ya mencionados no fueran tan graves, era la seguridad pública. En esos años ochenta, a la zona baja se veían de vez en cuando no más de tres camionetas-patrullas en lamentable estado: destartaladas, sin luces, sin vidrios, chocadas,… un verdadero desastre. Unos cuantos policías con armas viejas, como de los tiempos de la revolución. Pero a fines de esa década, con el incremento de la población, empezó el gran negocio de ser policía. Era secreto a voces que quienes en esa época tenían el control municipal, entregaron la seguridad pública a los maleantes; se sabía que los jefes policiacos eran los mismos jefes de las bandas, por eso la policía no estaba al servicio de la comunidad, sino al servicio de los dueños del poder municipal, ya por todos conocidos.
La primaria “Emiliano Zapata”
En 1981, un pequeño grupo de profesores llegados de Neza, a petición de algunos padres de familia que nos conocieron dos o tres años antes, empezamos la lucha por la creación de una escuela primaria en la zona conocida como Santa Elena. Después de duras luchas contra la oposición del gobierno, esa escuela primaria, la “Emiliano Zapata”, fue reconocida en 1984, y construidos tres módulos de salones que vinieron a aliviar los problemas de los primeros años, se trabajó en aulas provisionales construidas por profesores y padres de familia. Por la enorme necesidad de escuelas, ya en 1987 esta escuela era la más grande de Chimalhuacán, pues contaba con 64 grupos escolares, aproximadamente 2,500 alumnos y alrededor de 80 maestros, eran más de 1,500 padres de familia. Las continuas luchas de esta escuela exigiendo mejoras materiales, además de encabezar la solución a los problemas de falta de servicios públicos de la población, propiciaron la rabia de las autoridades municipales y estatales, quienes decidieron desaparecer dicha institución. En 1987 las amenazas eran claras: o abandonábamos nuestra actitud combativa, o nos quitaban el reconocimiento oficial.
Nos encontramos ante una disyuntiva: o abandonamos nuestro proyecto, permitiendo que en gobierno tome posesión de la escuela, o buscamos el cobijo de alguna organización que le diera continuidad. Nosotros, solos, simplemente no teníamos ningún futuro y los años de lucha habrían sido en vano. De ese modo, ya conociendo, aunque lejanamente, la lucha y a algunos líderes de Antorcha, entramos en comunicación con el líder de Antorcha en la Ciudad de México, el biólogo Jesús Tolentino, quien después de escuchar con toda atención la propuesta de que Antorcha tomara la dirección política de la escuela, y después de hacer visitas al lugar y hacer entrevistas a la gente, viendo que teníamos a la mayoría de padres de familia de nuestro lado, decidió apoyar con toda la fuerza de la organización la lucha de la escuela. Antorcha llegó a la escuela “Emiliano Zapata” en enero de 1988.
Empieza la lucha por un municipio distinto
La lucha por la defensa de la “Emiliano Zapata” fue intensa. El gobierno del Estado de México sí nos retiró el reconocimiento y tomó la escuela con granaderos. Más de seis meses estuvieron adentro de la escuela y nosotros dimos clases afuera. Finalmente, ganamos la lucha. Se reorganizó la administración y de inmediato se empezaron a organizar equipos de trabajo que empezaron la lucha en el frente popular. El problema más visible y que afectaba permanentemente a los colonos era la luz, así que se empezó a organizar la lucha por este servicio. Empezaron los días gloriosos de la organización de las colonias. Primero con comisiones y luego con mítines, poco a poco fue incrementándose nuestra presión a la entonces Compañía de Luz y Fuerza del Centro; primero la lucha fue por transformadores; más tarde fue por la electrificación completa de todas las colonias en la llamada Zona Baja. En cada colonia el antorchismo fue ganando adeptos rápidamente, primero porque las necesidades eran reales y hasta entonces la gente no tenía verdadero liderazgo, pues los “grillos” de entonces, como todos en México, buscaban fundamentalmente ganancias personales. Segundo, porque los activistas de Antorcha se distinguieron muy rápidamente por su combatividad, su responsabilidad, su seguridad en el éxito y, junto con esas características, por su juventud y alegría. Algunos iniciadores que no deben olvidarse: Jesús Tolentino (nuestro gran dirigente), Miguel Ángel Casique, Juana y Araceli Bautista, Rosa Morales, Carlos Ugalde, Nicolás Carro, Rosalba Pineda, y muchos más que se pierden en la memoria.
Ya con el Movimiento Antorchista, los años noventa fueron de lucha y desarrollo. Siendo la educación uno de los servicios más desatendidos, se luchó por escuelas. En 1989 se creó la Secundaria “Francisco Villa”, luego la primaria “Melchor Ocampo”, varias escuelas más de nivel básico; en 1994, con la visión de futuro del maestro Jesús Tolentino, que propuso la creación de una escuela Normal, quien esto escribe, encabezó la creación de la Normal y la Preparatoria Ignacio Manuel Altamirano. La gestoría y lucha por agua potable, por drenaje, por pavimentación, eran cotidianas; pero los malos gobiernos municipales, en manos de personas insensibles a las necesidades de los más pobres, atrasaban las soluciones; como sucede cada año, de las finanzas estatales y federales había partidas de millones de pesos para Chimalhuacán, pero eran recursos que mágicamente desaparecían y nunca había dinero. Por eso en los noventa, ante el crecimiento exponencial de la población en las colonias, los problemas de falta de servicios se agravaron; las calles y avenidas principales eran intransitables; ninguna avenida estaba pavimentada, ¿Quién, que viva por avenida del Peñón, Las Torres, Patos o Arca de Noé, no recuerda lo difícil que era transitar en esas avenidas cuando llovía? Además había enormes baches, tierra, basura y animales muertos en todos lados, todo, de tan cotidiano, era visto como algo normal.
Eso ya no lo recuerdan los que tienen 20 años o menos, pero esperamos que tantas dificultades hayan quedado grabadas en las mentes de los cientos de miles que durante los años 80 y 90 vinieron a poblar esta zona, y recuerden que fue con el ascenso al poder municipal de los antorchistas, después de la brutal y sanguinaria agresión el 18 de agosto del 2000, cuando empezó a brillar la luz del desarrollo en este sufrido municipio. Sólo los más malagradecidos, los más insensibles, que existen por millones en nuestra patria, y por miles en Chimalhuacán, olvidan esta historia, pero hay cientos de miles que conocen la historia y saben valorar a los hombres y las organizaciones que se la rifan con el pueblo; Antorcha Revolucionaria es el más claro ejemplo. ¡Vivan nuestros líderes antorchistas!