Desigualdad y crecimiento económico

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Por Ollin Vázquez Huerta

En agosto de 2023 el CONEVAL presentó las estimaciones de pobreza multidimensional: 46.8 millones de mexicanos se encuentran en pobreza, acorde con su definición de pobreza multidimensional. Otros investigadores, como Julio Boltvinik, aseguraron que la cifra puede estar subestimada y en realidad sean 94 millones de mexicanos en pobreza. Sin embargo, estos datos contrastan con el nivel de riqueza que tiene México, tanto en materia de recursos naturales, como en la producción anual. De acuerdo con el análisis de McKinsey & Company, una de las consultoras más prestigiosas del mundo de los negocios, el 60% de la riqueza global se concentra en 10 países, entre los cuáles se encuentra México. Esta consultora midió el nivel de patrimonio neto de los países con elementos que van más allá del Producto Interno Bruto, como la cantidad de recursos naturales, las balanzas comerciales, los niveles de inversión, así como el nivel de precios de los activos con los que cuenta el país.

Pero si México tiene altos niveles de riqueza neta, ¿por qué 3 de cada 4 mexicanos tienen carencias en materia de salud, educación, vivienda digna, alimentación o seguridad social? Si el pastel es grande y muchos tienen poco, esto es posible únicamente porque pocos tienen mucho. Es decir, que la otra cara de la moneda de la pobreza en México es la desigualdad. Cifras de la OXFAM México dan cuenta de que el 10% más rico de la población mexicana concentra el 59% de los ingresos del país. A 2023, la riqueza de las 15 personas más ricas de México creció un tercio de la riqueza que ya tenían antes de la pandemia. Como dato importante, si se les pusiera un impuesto de 5% a sus fortunas, se podría incrementar en alrededor de 40% la inversión en salud pública. De acuerdo con el Informe Sobre la Desigualdad en el Mundo 2022, el 50% de la población más pobre tiene más deudas que bienes y su ingreso promedio por persona equivale solo al 10% del de los más ricos.

Los estudiosos de la economía, desde hace mucho tiempo, se han dado a la tarea de estudiar cómo influye la desigualdad en el crecimiento económico. Este tema es de suma importancia porque la fuente de abastecimiento de recursos para satisfacer las necesidades que tiene el grueso de la de población, principalmente aquella que no es dueña de negocios, es mediante la venta de su fuerza de trabajo. Sin embargo, no es posible que la cada vez creciente población en edad de trabajar y que quiere trabajar pueda adquirir un buen empleo con un salario bien remunerado si no hay crecimiento económico, porque el número de empleos se mantendrá estancado.

En los años cincuenta y sesenta, la visión económica preponderante era que la desigualdad podía impulsar el crecimiento económico y así se disminuiría la pobreza. El mecanismo era que la acumulación de la riqueza en pocas manos, en los empresarios, generaría mayor inversión, dado que los grupos de ingresos altos tienen mayor propensión a ahorrar e invertir dichos ahorros. Esto aumentaría el crecimiento económico y crearía más empleos. En México esto no ha ocurrido; desde 1993 hasta 2023 la inversión privada como porcentaje del PIB no ha rebasado el 19%, mientras que en Corea del Sur fue de alrededor del 25%.

En 2015 la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) alertaron de que en realidad lo que era consenso en aquel tiempo no era correcto. De hecho, para 19 países analizados por la OCDE de 1985 a 2005, la desigualdad había restado 4.4 puntos porcentuales al crecimiento acumulado entre 1990 y 2010. Los estudios del FMI realizados para el periodo de 1980 a 2012, sugerían que si la proporción de renta percibida por el 20% de la población con mayores ingresos aumentaba 1 punto porcentual, el crecimiento del PIB se ralentizaba en 0.08 puntos porcentuales en los siguientes cinco años; en cambio, si aumentaba 1 punto porcentual la renta del 20% más pobre, el crecimiento del PIB era de 0.38 puntos porcentuales superior en los siguientes cinco años en promedio. Es decir, que había una relación negativa entre desigualdad y crecimiento: a mayor desigualdad, menor crecimiento económico y viceversa.  

El FMI argumentaba que uno de los motivos era que a medida que la desigualdad crece, la parte más pobre de la población tiene una disminución importante en el logro educativo, es decir, que no acaban sus estudios y por tanto, no tienen las habilidades para ser contratados en el trabajo, lo que implica que haya menor movilidad social. En México, por ejemplo, se sabe que el 60% de la desigualdad se transmite de una generación a otra. Otro de los motivos por los que la desigualdad impacta negativamente en el crecimiento económico, de acuerdo con la ONU, es que la pobreza genera violencia e inseguridad, socava la confianza de las instituciones y aumenta las tensiones sociales. Todos estos elementos incrementan la incertidumbre para los negocios e inhiben el crecimiento económico. Pero otros dos elementos a través de los cuáles el aumento de la desigualdad actúa negativamente en el crecimiento económico es que el empobrecimiento de la mayoría de la población debilita el mercado interno y crea una incapacidad real, física y mental de los obreros para mejor sus trabajo en cantidad y calidad. Es decir, que disminuye la productividad del trabajo y la demanda interna.

En México, tanto la productividad del trabajo como la producción de nueva riqueza se han mantenido estancados. La creación de empleos también y como contrapartida, ha florecido la informalidad laboral. Los pobres no podrán calmar su hambre y crecerán los indicadores de miseria en el país si no hay crecimiento económico con creación de empleos. Urge, entonces, que en México una fuerza objetiva y poderosa obligue a que funcionen los mecanismos de redistribución de la riqueza, como el incremento de los salarios y una política fiscal progresiva. Y esta fuerza no puede ser otra que la clase trabajadora organizada. La independencia y la capacidad de lucha de la clase trabajadora, en particular de la clase obrera, son necesarias para la conquista de una mejora real de sus condiciones de vida y la de sus familias. Pero hoy, esa independencia y esa capacidad de lucha no existen, por tanto sigue pendiente la tarea de organizar y educar a la clase obrera para que juegue su papel histórico.

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