La neurociencia aporta evidencia científica de que la desigualdad de género en los países genera diferencias en los cerebros de mujeres y hombres.
La Investigadora chilena Luz María Alliende, autora principal de un estudio internacional junto al brasileño André Zugman, recurrió a una combinación de índices de inequidad para indagar hasta qué punto la divergencia se explicaba por esa variable y no otras.
Distintos centros de 29 países, incluido México, a través del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía (INNN), además de bases de datos abiertas, aportaron un total de 7 mil 876 resonancias magnéticas de personas sanas para el estudio.
Los resultados fueron publicados por la revista PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences), publicación oficial de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos.
De acuerdo al periódico El Norte, Pablo León Ortiz, Director del Laboratorio de Psiquiatría Experimental del INNN, lo que se buscó fue ver el grosor de la corteza cerebral, es decir, la parte más externa donde están las neuronas o sustancia gris. En esa zona se llevan a cabo las funciones más complejas del sistema nervioso y del cerebro en particular, como el pensamiento abstracto y el razonamiento.
Lo que se hizo en este estudio es comparar qué tan gruesa es esta corteza cerebral, que tiene un grosor de milímetros. Si una corteza cerebral, por ejemplo, mide tres milímetros, las diferencias de un milímetro pueden ser muy significativas; representa un tercio menos de corteza, explicó el Siquiatra.
Al comparar los cerebros de hombres y mujeres con desigualdad de género como variable de control, lo que se encontró es que en los de las mujeres de países con gran desigualdad había un adelgazamiento de la corteza cerebral en zonas muy relevantes como el cíngulo anterior y en la orbito frontal.
Son zonas de la corteza que se han ligado, entre otras cosas, a la respuesta o la resistencia a la adversidad. Y se ha asociado en estas zonas del cerebro, cuando están adelgazadas. Se ha visto que esto ocurre también en enfermedades como la depresión o el estrés postraumático.
Aunque, aclara León Ortiz, está a discusión si esa disminución se refleja en fallas de las funciones cerebrales. Aunque la opinión personal de León Ortiz es que tener esa evidencia física habla de un tipo de lesión a nivel cerebral.
De acuerdo con los autores, estos resultados apuntan al efecto potencialmente peligroso de la desigualdad de género en el cerebro de las mujeres y aportan pruebas iniciales de políticas de igualdad de género basadas en la neurociencia.
León Ortiz destacó el carácter pionero de esta investigación que utiliza la mayor cantidad de resonancias magnéticas para buscar de manera específica el impacto en el grosor de la corteza cerebral, de manera general, con la desigualdad de género como variable de control.
Al ser medidas cuantificables también podrían servir para dar seguimiento a ciertas intervenciones, como de política pública o de cualquier otra acción; es decir, no se sabe si estos cambios pudieran ser reversibles si las condiciones cambian. Si pudiera haber una reversión de estos efectos, eso sería algo también interesante de investigar.
Un grupo de investigadores del INNN, liderado por León Ortiz, buscará replicar la metodología del estudio en la población de la Zona Metropolitana del Valle de México, que comprende la Ciudad de México, Estado de México, Puebla, Morelos e Hidalgo.
Lo que vamos a hacer nosotros es lo mismo, valorar el grosor de la corteza cerebral, pero aquí lo vamos a comparar o controlar con la variable del Índice de Desigualdad de Género Municipal que elaboró el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo.
Para llevar a cabo el estudio, el grupo busca obtener financiamiento de la Secretaría de Educación, Ciencia, Tecnología e Innovación de la CDMX. El estudio abre una línea de investigación en el Laboratorio de Psiquiatría Experimental.
Sería para nosotros en el Laboratorio el primer estudio que tiene esa orientación, el impacto de variables sociales y, en particular, la desigualdad de género. Hasta antes de eso nos hemos centrado siempre en el impacto bioquímico, genético, de la enfermedad, pero no del impacto de las variables sociales en el cerebro.
Se estima que dentro de un año, a mediados de 2024, deberán tener los resultados del estudio.