México necesita profesionistas revolucionarios

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Por Adrián Salazar

Decenas de jóvenes de las diferentes instituciones educativas de Tecomatlán se graduaron, desde la ludoteca hasta la Normal Superior y el Instituto Tecnológico; tal y como pasó en todas las escuelas de nuestro país al terminar un ciclo escolar más. Sin embargo, me detengo en las escuelas de Tecomatlán porque, a diferencias de muchas otras, estas, año con año, un día sí y otro también, se dedican a formar hombres nuevos, integrales y multidisciplinarios, hombres y mujeres fraternos y solidarios con sus semejantes. Eso hace a estas escuelas diferentes, eso las convierte en modelo de educación.   

Sin embargo, el mundo al que se enfrentarán miles y miles de jóvenes que concluyen sus estudios profesionales para integrarse al campo laboral, al ser ahora parte de la Población Económicamente Activa (PEA), no es el que ellos esperan.

“En México hay cada vez más personas con educación superior, pero no por eso se les paga mejor. Hace 15 años solo el 15% de los trabajadores tenían una licenciatura, ahora la tiene el 24%. O sea, 6 millones de personas concluyeron sus estudios  profesionales para poder tener un mejor trabajo. Hicieron lo que todos les dijeron que debían hacer: levantarse temprano, ir a la escuela, titularse. Y no funcionó. De hecho, a los trabajadores con licenciatura se les paga cada vez menos. Hoy un profesionista gana 27% menos que hace 15 años. A pesar de ser un trabajador más capacitado y contar con uno de los niveles educativos más altos a los que se puede aspirar, los salarios no han subido.

“La caída en el salario entre trabajadores y universitarios es un escándalo, debido a que derrumba el gran mito sobre el que se sostiene la clase media mexicana: la idea de que para tener un buen salario hay que estudiar más. Y quien no tiene un buen salario es porque no está bien capacitado”. (No es normal, de Viri Ríos).

Es decir, la mayoría de los nuevos profesionistas que cada año se forman y salen en busca de un empleo en el que puedan obtener un beneficio económico “decente” a cambio de vender su fuerza de trabajo, muchas veces no lo logra y sólo pasan a engrosar las filas del desempleo, teniendo que recurrir al autoempleo o, en el mejor de los casos, a ganarse la vida con una actividad que no corresponde a su preparación profesional.

Esto se debe a que el actual modelo económico y político de nuestro país no está pensado ni diseñado para atender las necesidades de la inmensa mayoría, por tanto, no se ocupa de crear empleos suficientes y mucho menos que estos sean remunerados adecuadamente, es decir, lejos de crear las condiciones materiales necesarias para que la gente pueda vivir dignamente y con decoro de su trabajo -para el que pasó años preparándose-, se le confina en la pobreza y, si tiene suerte, se le esclaviza con programas de transferencia monetaria directa para engañarlos y hacerles creer que se les ayuda.

“El problema real es que los trabajadores, aún si son más productivos y educados, no han logrado presionar a los empresarios para que se les pague más. Esto se debe, primordialmente, a que no están organizados para demandar que sus aumentos en productividad se traduzcan en mejoras salariales. Sin organización y desperdigados, los trabajadores no pueden demandar mayores salarios (…).

“Lo que los trabajadores necesitan para subir sus salarios no es solo ser más productivos: es tener poder. El poder para demandar que los empleadores les otorguen su justa parte de la utilizad y de la riqueza generada por medio de su trabajo”.

Este último punto es lo que ha dicho desde su nacimiento el Movimiento Antorchista, no limitándose a los obreros, sino por el contrario, busca una organización cuya fuerza sea su número de masas, y para ello se requiere que todos los sectores sociales estemos organizados, desde los obreros y campesinos, hasta los estudiantes, profesionistas e intelectuales para dejar de ser polvo humano y convertirse en roca sólida y así, mediante el uso de la democracia, tomar ese poder, el poder político para construir una sociedad más justa y equitativa.

Aquí es donde juegan un papel importante los jóvenes que egresan de las escuelas antorchistas, y no sólo las de Tecomatlán, sino todas aquellas que trabajan bajo el proyecto educativo de Antorcha Magisterial que busca, precisamente, la formación de ese hombre nuevo que tanto nos hace falta, solidario y fraterno, crítico, capaz de entender su realidad, explicársela a sus semejantes y, juntos, poder transformarla en beneficio de todos.

Por tal motivo, los jóvenes deben tomar conciencia del gran valor que tiene el estar organizados, pues ello permite defender los intereses de forma colectiva y hallar una solución a los males que aquejan y tanto laceran a nuestro país. Sin embargo, esos jóvenes deben advertir la responsabilidad social que implica, puesto que, si bien es cierto que el país requiere de jóvenes preparados como ellos, deben convertirse en dirigentes para poder dirigir, que estén politizados para politizar al pueblo de México, que estén organizados para poder organizar, en pocas palabras, que se hagan revolucionarios y líderes del pueblo.

La tarea no es sencilla, no basta soñar con un país desarrollado, hay que tomar cartas en el asunto con una actitud colectiva que permita que la prosperidad y la riqueza estén bien distribuidas para que la gente no muera de hambre. Los jóvenes que egresan deben ser profesionistas, pero no para sí, sino para el bien de todo el pueblo de México.

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