La reconciliación entre Arabia Saudita e Irán, los países que liderean respectivamente el mundo musulmán sunnita y el mundo musulmán chiita, abre por fin la puerta a una era de paz en el Medio Oriente.
Esta reconciliación se hizo posible, en primer lugar, gracias a Rusia, aliada de estos dos “hermanos enemigos”. Se negoció después en Irak y en Omán y ahora acaba de concretarse gracias a la mediación de China, que aun siendo aliada milenaria de Irán ha sabido dar prueba de la mayor imparcialidad. La reconciliación entre Riad y Teherán cierra 11 años de guerras y de constante influencia occidental en la región.
Estuvieron en la ceremonia oficial de apertura que se llevó a cabo en Pekín, el consejero de seguridad nacional de Arabia Saudita, Musaad ben Mohammed Al Aiban; el director del Buró Central de Relaciones Exteriores de China, Wang Yi; y el almirante Alí Shamkani, secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional de Irán.
China negoció el acuerdo irano-saudita sobre la base de la no injerencia en los asuntos internos. Los iraníes podían temer que los chiitas de Arabia Saudita se viesen afectados por el acuerdo. Pero Teherán ha entendido que los tiempos han cambiado. Riad tendrá que respetar su minoría chiita porque la paz favorece sus propios intereses.
La concepción de las relaciones internacionales que Pekín y Moscú están promoviendo no se basan en el enfrentamiento sino en el respeto mutuo. Frente a la división y las guerras promovidas por Occidente. Rusia y China proponen promover el intercambio, el comercio y la cooperación.
Las únicas voces que han expresado indignación ante el acercamiento entre Arabia Saudita e Irán vienen de Israel; país que ha alimentado durante más de 7 años las diferencias entre las dos grandes vertientes del islam que se enfrentaban entre sí, como querían las potencias occidentales.