¿De Cocula es el mariachi?… ¿O es su alma popular?

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Iyari Campos

A menudo escuchamos en las calles de nuestra ciudad, en festejos e incluso en algún restaurante, la armonía de las trompetas y los violines acompasados por la vihuela y el guitarrón: el mariachi. 

Después de haberlo escuchado en bastantes ocasiones, ¿te has preguntado alguna vez todo lo que tuvo que pasar para que fuera ahora un símbolo de la música mexicana? 

La historia del mariachi ha sido estudiada y recopilada por diversos antropólogos e historiadores. Algunos dicen que, el conjunto de músicos, tuvo su origen en Jalisco, en Cocula; otros agregan los estados de Colima, Michoacán o Nayarit, y hay quien asegura que es fruto de toda una región que fue parte de la nación coca. Los lingüistas han estudiado, también, el término “mariachi”, y son dos las propuestas prominentes en las que se ha concentrado la polémica: la primera plantea que el término “mariachi” es resultado de la manipulación de la palabra francesa “mariage”, que significa matrimonio; así, los mariachis habrían aparecido después de la Intervención Francesa, relacionando el evento con los músicos que lo avivaban. Sin embargo, no hay ningún fundamento documental de esta teoría y nadie ha podido dar testimonios suficientemente claros del mariachi en esa época.

La segunda propuesta refuta a la anterior con el argumento de que los mariachis son antiquísimos y sería algo insensato creer que aparecieron solo con la llegada de los franceses. Sostiene que el concepto es derivado de la lengua coca, y aun estudiando los archivos existentes de su vocabulario, no se tiene un trabajo completo sobre la autenticidad del idioma y este no ha sido suficiente para postular dicho planteamiento como verdadero. Además, el documento más antiguo que se ha encontrado que contiene el término, data de la segunda década del siglo XIX, antes de la llegada de los franceses. “Mariachi” era el evento en el que se amanecía de parranda y en el que los músicos eran “el alma del mariachi”; en este el pueblo mexicano bailaba y cantaba hasta llegado el amanecer. El mariachi formó parte de la cultura popular y se distinguió claramente de las costumbres de las clases sociales altas. De hecho, fue despreciado por la élite, prohibido en algún momento por el gobierno y hasta combatido por los curas; era en las poblaciones pequeñas y en las rancherías en donde se practicaba.

Sea lo que fuere, con relación a su “verdadero” origen y sin menospreciar a alguno de los estudios minuciosos citados arriba, todos han llegado a la conclusión de que el origen del mariachi (o mariache), está totalmente ligado (a veces algo impreciso) con la música, el canto y la danza o el grupo de músicos, y, además, se hace hincapié en que quien lo practicaba y lo hacía de su disfrute era el pueblo. 

Existen escasas referencias escritas sobre el mariachi anteriores a la década de 1920, y estas constituyen una documentación totalmente ocasional, fragmentaria y dispersa. La revolución mexicana coadyuvó a la concentración de la música popular en las urbes y a la dispersión hacia los pequeños poblados y rancherías, en las que fue el pueblo el actor principal. Muchos de los músicos llegaban a la ciudad en busca de trabajo y de renombre esperando tener la suerte que habían tenido otros, o eran contratados por personalidades de su región. 

El traje del mariachi también tuvo su evolución: acostumbraban a tocar sin uniforme, pero el ambiente urbano los hizo adquirir una imagen “mejor”; así cambiaron la manta y los huaraches por una vestimenta acorde con el gusto imperante, mas no todos tuvieron oportunidad de pagar el precio de la nueva indumentaria. El desdén por los músicos populares, antes de ser considerado el mariachi una “institución”, era evidente. Se enfrentaron a situaciones penosas: “Ir de calle en calle a todas horas, entrar en las vecindades, en las pulquerías y cantinas; sentir desprecios y recibir humillaciones, a fin de hacerse escuchar y ganar unos cuantos centavos” (Méndez Rodríguez, 1989: 16). Fue hasta principios del siglo XX que el mariachi fue admitido por la élite mexicana, aceptado en las plazuelas y vestido de “hombre charro”. Las radiodifusoras propiciaron su difusión, convirtiendo al mariachi en mercancía para el cine y los espectáculos, y, hasta entonces, se le consideró un emblema. 

La historia del mariachi es resultado de lo que se ha recopilado por la transmisión de boca en boca a través de las generaciones; la existencia de textos y documentos propios es carente. Además, es una historia que sustancialmente no ha cambiado. Con frecuencia vemos al mariachi buscando ganar unos pesos en las plazuelas y restaurantes, y el salario que recibe, pues ese es su trabajo, es mínimo. Más que para fomentar el amor por la música mexicana es usado como negocio, y muchas veces es ignorado y minusvalorado. 

Lo ideal sería que los mariachis tuvieran como fin, por un lado, el disfrute de su propia música y, por otro, dado su origen popular, que las masas pudieran aprender la música mexicana y no la música comercial, que es la que el sistema nos vende; pero solo el pueblo podrá quitarle al mariachi su carácter de mercancía para que se convierta en un satisfactor de sus necesidades espirituales. Todo verdadero arte debe reflejar al ser social, ser un espejo creador en el que la sociedad vea reflejada su alma y su sentir. Cuando esto se ha perdido, cuando se envilece el arte con ideología, es decir, se impone el sentir y el ser de un sector ínfimo de la sociedad que es el que cuenta con los medios ideológicos de producción, entonces deja de ser arte y pierde su esencia. 

El mariachi hoy, en muchos de sus aspectos, la ha perdido, tendrá que recuperarla, tendrá que encontrar nuevamente el alma popular que le dio origen. Pero para ello es preciso que ese renacer del mariachi vaya acompañado con un renacer social, estructural, en el que el pueblo, la gran mayoría de la población, en la medida en que toma el control de su propia vida, de su trabajo y de su gobierno, recupere, casi de manera natural, el control de su espíritu, de su arte y de su música.

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