La periodista Viri Ríos público un artículo titulado “De un lado, del otro. Así se vive la desigualdad en México” en el diario El País México les compartimos un extracto.
En México la desigualdad es grande pero escurridiza. Los ricos viven en espacios separados, cerrados y aislados. Su México es un gueto protegido por seguridad privada donde sus niños se conocen en las mismas escuelas privadas y sus ancianos son velados en las mismas funerarias.
Así, aunque México es uno de los países más desiguales del mundo, las personas rara vez experimentan esta desigualdad.
Los ricos no saben cómo viven los pobres porque no los conocen. La clase alta mexicana habita en un territorio estimado de mil 467 kilómetros cuadrados que representa apenas el 0.07% del territorio nacional. La mayor parte de ese territorio esta bardeado. Desde ahí, controlan el 47% de la riqueza del país. Por eso en algunas escuelas de alto poder adquisitivo realizan excursiones a áreas pobres para que los estudiantes “se acerquen a gentes muy diferentes de las que ellos están acostumbrados”, explica Ramón Leucona, profesor de la Universidad de Anáhuac de Ciudad de México. “Ese acercamiento los sensibiliza para que cuando sean adultos tengan mayor conciencia de cómo viven otras personas en este país, cosas que de otra forma no se darían cuenta”.
Algunas personas de bajo poder adquisitivo visitan vecindarios de clase alta para trabajar, pero con frecuencia no dimensionan la extensión de la riqueza que observan. De hecho, si al mexicano promedio se le pregunta qué ingreso ganan los ricos, su respuesta sería 38 mil pesos mensuales de acuerdo con un estudio realizado por Raymundo Campos-Vázquez y Alice Krozer, profesores del Colegio de México. La realidad es que los hogares ricos ganan 37 veces más que eso.
Hay un puñado de lugares en México donde la desigualdad sí se observa, pero encontrarlos es como buscar en un pajar. Para entender cómo se vive a ambos extremos, EL PAÍS buscó los casos de desigualdad más estridente: vecindarios de poder adquisitivo muy dispar que son colindantes o que se encuentran muy cercanos.
Para ello se analizaron docenas de variables socioeconómicas y su distribución a lo largo del territorio mexicano. Se revisaron datos de 45 mil áreas geográficas y de 94 mil colindancias entre vecindarios, datos que regularmente están a disposición de académicos o analistas pero que rara vez se presentan al público como la cantidad de viviendas que poseen seguros médicos privados, que se encuentran suscritas a servicios de entretenimiento por internet y la densidad poblacional de los hogares.
Las diferencias en algunas de estas zonas de desigualdad extrema son tan abismales que parecen un transporte en el tiempo. Los vecindarios pobres tienen el nivel educativo que México tenía hace 10 años. Los de clase alta el que tendrán en 123 años. Caminar unas cuadras es como viajar entre continentes enteros. Como transitar de las tasas de acceso a internet de Holanda, en los vecindarios ricos, a las de Haití en los pobres. De un lado de la calle las computadoras per cápita que tiene Francia. Del otro, las de Guatemala.
En México la capacidad de consumo está asombrosamente concentrada. Por ejemplo, en un área de 0.7 kilómetros cuadrados de Nuevo Polanco hay más subscripciones a televisión digital que en 50 kilómetros cuadrados de la Ciudad de México. Y en un área de apenas cinco kilómetros cuadrados de Zapopan hay más seguros médicos privados que en 182 kilómetros cuadrados del Estado de Jalisco.
Los ricos mexicanos han aprendido a vivir aislados. Los vecindarios de clase alta rara vez colindan con pobres. Los ricos tienden a estar rodeados de clases medias altas y los pobres de clases medias bajas. Por eso, la desigualdad en México se vive como un proceso gradual y no como una discontinuidad.
De hecho, el 93% de los vecindarios mexicanos se encuentran a lado de vecindarios que se parecen mucho a ellos.
Por ejemplo, si el ingreso de tu hogar es de 223 mil pesos mexicanos al mes, será muy difícil que tengas vecinos que ganen menos de 25 mil pesos. En cambio, si el ingreso de tu hogar es de 3 mil pesos, será difícil que tus vecinos ganen más de 9 mil. Y si nos enfocamos solo en los vecindarios ricos, nos daremos cuenta de que solo el 1% de ellos se encuentra a lado de un vecindario que es pobre: esto representa el 0.02% del territorio nacional.
La historia que los ricos se cuentan a sí mismos en los rincones de más alta desigualdad de México siempre es la misma: el Gobierno es incapaz de brindarnos la seguridad que necesitamos y por ello hemos tenido que tomar el problema en nuestras manos y protegernos de los delincuentes que viven “allá fuera”.
El resultado es muros. Siempre que de un lado hay un vecindario de clase alta y del otro uno de clase baja, los primeros viven amurallados. Concreto de varios metros de altura, seguridad privada y alambres eléctricos rodean a los ricos.
En México el miedo se ha vuelto un negocio multimillonario. El gasto en seguridad privada en el país es de 1.7 puntos del PIB, lo que representa siete veces más que el gasto en seguridad pública federal. Cada dos horas y media alguien compra un auto blindado y en Nuevo León, uno de los Estados más ricos de México, hay ocho veces más guardias de seguridad privados que policías y agentes de tránsito.
Fuentes del Pedregal es una de esas colonias ricas de Ciudad de México donde las inversiones de miedo se han descontrolado. Una barda de varios metros de altura separa las casas del Pedregal de las de Popular Santa Teresa, el vecindario colindante de bajo nivel socioeconómico. De un lado y del otro la vida es muy distinta.
Con tales diferencias hay muy pocas viviendas del lado rico que, además de grandes bardas, no tenga púas, cables electrificados o plumas para impedir el paso de extraños. En el Pedregal hay privadas dentro de privadas y murallas que protegen casas amuralladas. Los ricos mexicanos viven como la muñeca más chica de una matrioshka, empequeñecidos por su miedo y rodeados de capas y capas de seguridad privada para atenuarlo.
Pero fuera de la matrioshka la gente sabe que no hay barda que detenga los efectos de la desigualdad extrema. Los vecinos de Popular Santa Teresa dicen que están habituados a que los vean como “los maleantes”, pero que los sonidos de las alarmas siempre llegan del otro lado, al igual que los disparos que solían escucharse en la zona rica antes de la pandemia.
En efecto: no importa cuánto se amurallen, los datos oficiales muestran que la tasa de victimización por cada cien mil habitantes es casi cinco veces superior en Fuentes del Pedregal que en Popular Santa Teresa. En los últimos cuatro años, las tasas de robo a transeúntes en la vía pública son 449 por ciento más elevadas del lado rico que del lado pobre. En Pedregal se han reportado 200 robos en la vía pública por cada cien mil personas, mientras que en Santa Teresa solo 36.
Cabe la posibilidad de que Pedregal aparente tener más delitos porque su cifra negra sea más baja. “La diferencia más grande entre Pedregal y Popular es la voluntad de denunciar”, asegura Eduardo González, residente de Pedregal: “Acá se denuncia para cobrar un seguro”. Sin embargo, esta no es la única ni la principal razón.
Cuando los vecinos no se conocen, la inseguridad aumenta y también aumenta la necesidad de resolver el problema. Pero sin una solución a la seguridad pública que provenga del Estado, las soluciones privadas son todas muy imperfectas.
A la hora de la verdad, los gastos millonarios en seguridad privada no sirven de nada. La mayor parte de los robos en Pedregal se dan adentro de las privadas porque los vigilantes contratados no están bien entrenados. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, el sueldo promedio mensual de un cuidador privado es de 4 mil 610 pesos, a pesar de que trabajan en promedio 61 horas a la semana. Cuando lo robos a una casa habitación ocurren los vecinos se asustan, se quejan, corren a la agencia que les proveyó a los guardias y contratan una distinta. Pero el resultado es el mismo porque no hay dinero que alcance para sustituir al Estado.
El fenómeno de Fuentes del Pedregal y Popular Santa Teresa se repite en todo México. Las colonias ricas invierten en seguridad privada sin poder contener el delito. De acuerdo con los datos oficiales de la Fiscalía General de Justicia de Ciudad de México, en las 21 colonias más ricas de la capital se reportan 3 mil 611 robos por cada cien mil habitantes. En cambio, entre las 449 colonias más pobres de la ciudad, la tasa es de solo 791 por cada cien mil. En vecindarios ricos suceden más robos en la vía pública, más robos a negocios con violencia y más robos de vehículos que en vecindarios pobres.