Publicados en 1963 en el poemario Solo amor, los siguientes sonetos difícilmente pueden dejar indiferentes a los lectores y son ejemplo del pulido oficio poético de Geoffroy Rivas.
Tania Zapata Ortega
Tres vertientes hay en la obra del salvadoreño Pedro Geofroy Rivas. Al tema amoroso de sus primeros poemas seguirá la poesía social, combativa, de denuncia, que desde este espacio hemos presentado. Egresado de la Escuela Nacional de Antropología e Historia de la UNAM, en la década de 1950, es autor de obras como Toponimia náhuat de Cuscatlán (1961, corregida y aumentada en 1973); El español que hablamos en El Salvador (1969 y 1975); El nawat de Cuscatlán-Apuntes para una gramática Tentativa (1969); y La lengua salvadoreña (1978).
En marzo de 1966, al ser nombrado miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua, refrendaría su vocación de tribuno popular con las siguientes palabras: “Vengo con el deliberado propósito de echar abajo los muros de este venerable claustro. Vengo con el inmenso deseo de sacar esta Academia a la calle, de llevármela pasear por la Avenida, de ir con ella a las covachas de La Fortaleza, de instalarla en el Zanjón Zurita, en El Chiquero, en los alrededores del Calvario, en el Tiangue de Mejicanos. Quiero que un domingo de éstos se vayan conmigo a la plaza de Atiquizaya, para que aprenda el salvadoreño, el verdadero ‘idioma Salvador’. Esta maravillosa lengua que debemos, no a un maestro Gavidia, ni a esta Academia, sin al genio creador de nuestro pueblo. Ansío que esta augusta corporación estudie esa lengua, que establezca su particular gramática, que la exalte y la divulgue, como el incomparable aporte de nuestro mestizaje al español. Si después de esta confesión insistís en incorporarme, seré desde este momento un académico más y me ubicaré entre vosotros”.
Publicados en 1963 en el poemario Solo amor, los siguientes sonetos difícilmente pueden dejar indiferentes a los lectores y son ejemplo del pulido oficio poético de Geoffroy Rivas y del novedoso tratamiento que da a este perenne tópico literario; a su magistral manejo de la métrica se agrega el deslumbrante empleo de inéditas metáforas para expresar distintos momentos del amor: la pasión desbocada, la ruptura, el dolor que ésta conlleva y la locura a que puede conducir.
LOCURAMOR
Locuramor gritando su batalla
desde un cielo sin luz, inexpresado.
Me creciste de pronto en el costado
como una inmensa flor que me avasalla.
Una roja tormenta me restalla
dentro de cada poro enamorado,
me recorre un incendio desatado
y un trueno en cada glóbulo me estalla.
Voy a decirte amor hasta los huesos.
Voy a gritarte amor hasta el olvido.
Se me quiebra la voz cuando te nombro.
Me alimento soñando con tus besos
y si solo fue un sueño lo vivido
quiero vivir del sueño del asombro.
AMARGO AMOR
Amargo más amargo que lo amargo
el beso que me quema la memoria.
Qué fugaz amargura transitoria
y qué eterna amargura, sin embargo.
Al proclamar tu amargo su victoria
despertó el corazón de su letargo.
Oh, total amargor el de tu amargo
en la amargura proclamando gloria.
El amargo terrible en que me pierdo
se me ha quedado entre los labios preso
haciéndome olvidar toda dulzura.
Ya no quiero saber de otro recuerdo
pues recordar lo amargo de tu beso
es vivir añorando la amargura.
ESTE DOLOR INMENSO
Este dolor inmenso que te has vuelto,
esta piedra en el pecho establecida,
esta espina sangrándome la vida,
este amargo sabor a mar revuelto.
Esta brasa en las venas encendida
que me galopa como potro suelto,
esta avispa de aguijón resuelto,
y esta uña escarbándome la herida,
se apoderan de mí de tal manera
que ya no sé decir si soy yo mismo
o soy solo este amor en que me empeño,
que ya no acierto a discernir siquiera
si mi sueño se llama abismo
o si lleno tu abismo con mi sueño.