Argos| Inteligencias artificiales y artistas digitales

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Se ha hablado mucho sobre las “inteligencias artificiales” y cómo éstas producen “arte digital”. Esto último podría debatirse, pero lo que abordaremos es cómo en el sistema capitalista el desarrollo de estas tecnologías puede afectar el trabajo de los art

Pablo Bernardo Hernández Jaime

En 2022 se popularizaron las “inteligencias artificiales” (IA) que producen “arte digital”. Sobre esta cuestión podría debatirse si lo que se produce es o no arte. Sin embargo, hoy quiero hablar de cómo este tipo de tecnologías pueden afectar el trabajo de algunos artistas y diseñadores.

En términos simples, lo que denominamos IA es un algoritmo diseñado y entrenado para resolver cierto tipo de tarea. Una de las características frecuentes de estos algoritmos es que son capaces de “aprender”, es decir, que pueden corregir y actualizar su desempeño con base en su “experiencia”.

Las IA que producen arte digital son algoritmos entrenados con millones de imágenes y sus descripciones, de manera que una computadora sea capaz de “crear”, a partir de instrucciones textuales o referencias gráficas, una imagen nueva, a veces sumamente detallada, en un estilo artístico particular y en solo segundos. 

Algunas personas se han preguntado si este tipo de IA hará que los artistas gráficos se vuelvan innecesarios. En mi opinión, el arte no puede dejar de tener cierto factor humano y, en consecuencia, estas tecnologías no harán prescindibles a los artistas; sin embargo, cabe preguntarse si pueden significar una amenaza para el empleo e ingresos de muchos diseñadores y artistas digitales.  

Para intentar responder esta pregunta consideremos lo siguiente: en principio, la tecnificación y automatización suelen reducir los tiempos y costos de la producción y, muchas veces también, la complejidad de los procesos de trabajo. En otras palabras, el desarrollo tecnológico aumenta la productividad, permitiendo que se produzca más con el mismo o menor esfuerzo y, además, reduce el nivel de capacitación necesaria para realizar dicho trabajo. Todo esto hace que el mercado de trabajo necesite relativamente menos trabajadores para las áreas tecnificadas y que sus salarios tiendan a reducirse.

En la producción de arte digital, las IA reducen los tiempos, costos y capacitación necesaria para la producción. En consecuencia, podríamos esperar una menor demanda relativa de diseñadores digitales, así como una reducción de sus salarios.

Por supuesto, es probable que la calidad del arte producido con IA no sea aún tan buena como para ser solicitada por las grandes empresas. Sin embargo, otros sectores aprovecharán esta oportunidad para abaratar sus gastos en publicidad e imagen. Además, si estas tecnologías se perfeccionan, y creo que así será, su uso se generalizará y, en consecuencia, podemos vislumbrar un horizonte laboral poco halagüeño para muchos diseñadores y artistas, mismos que ya deben lidiar con la fragilidad y precariedad del autoempleo.

Sin embargo, este proceso de menoscabo del empleo frente a la tecnificación de la producción no es nuevo. Es el mismo proceso al que se enfrentan la mayoría de los empleos en el capitalismo. Es muy probable que, en el futuro, sean cada vez más los artistas, administradores, intelectuales y profesionistas que padezcan situaciones semejantes.

Por eso resulta necesario analizar bien la cuestión. No podemos esperar que el mundo y la tecnología se detengan. Lo que sí podemos y debemos considerar es que la tecnología no es el problema de fondo. Con mejores tecnologías aumenta nuestra capacidad para crear más y mejores riquezas, de forma más barata, rápida e incluso sustentable. El problema es, más bien, la manera en que la economía está organizada en torno a los mercados y a la propiedad privada, lo que termina por someter el empleo a las lógicas antes señaladas.

Bajo el capitalismo, el desarrollo tecnológico aumenta la productividad, pero también precariza el mercado de trabajo. Quizá, más que emprender una cruzada “ludista” contra las máquinas, debamos empezar a cuestionar las condiciones sociales que hacen que objetos potencialmente benéficos resulten en nuestro perjuicio. Porque, como dijo Sor Juana Inés de la Cruz, “¿qué culpa tiene el acero / del mal uso de la mano?”.

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