Fue uno de los poetas que abrazó la causa de los más pobres del mundo, escribiendo desde el compromiso político y abonando a la lucha contra el régimen dictatorial de Manuel Arturo Odría.
Tania Zapata Ortega
La segunda mitad del Siglo XX fue fecunda para la poesía hispanoamericana. La difusión del marxismo, los horrores de la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, los movimientos anticolonialistas y el rechazo a los regímenes dictatoriales en todo el continente fueron el escenario en que inevitablemente chocaron dos posiciones en el terreno de las letras: de un lado estaban quienes defendían la “poesía pura” como perteneciente a un ámbito exclusivo de la tradición lírica que debía evitar a toda costa los temas ajenos a ella; no es que no tuvieran una posición política definida, es que se negaban a considerar a la poesía como un arma al servicio de la causa revolucionaria; en el otro extremo, un número importante de poetas levantaba la bandera de la lucha social desde las letras para erradicar la opresión de los pueblos latinoamericanos.
A este segundo grupo de la Generación del 50 pertenece el peruano Alejandro Romualdo Valle Palomino Xanno (1926-2008), quien en palabras de Enrique Anderson Imbert fue uno de los poetas que “bajaron de la torre de marfil” del purismo poético para abrazar la causa de los más pobres del mundo, escribiendo desde el compromiso político y abonando a la lucha contra el régimen dictatorial de Manuel Arturo Odría y en favor de la causa del proletariado mundial.
En alta voz, uno de sus más conocidos poemas, hace gala de su conocimiento de la tradición de combate literario. El epígrafe No he de callar (Quevedo) alude a la conocida Epístola Satírica del autor del Siglo de Oro español (No he de callar por más que con el dedo/ ya tocando la boca o ya la frente/ silencio avises o amenaces miedo); Alejandro Romualdo conserva la construcción en endecasílabos, pero a diferencia de los tercetos quevedianos, agrupa los versos en cuartetos; el corsé de la metrica no impide su libérrimo grito de combate más allá de las fronteras literarias.
No he de callar mordiéndome la vida,
callar con todo el cuello, muerto o vivo.
¡Debo decir palabras desolladas,
o taparme la boca con un grito
de sol, de paz, de amor. Es necesario,
trinar a plena luz, echarse el alma
a la esperanza, alzarse hacia la vida.
Es necesario un vuelo de campana
doblando a sol. A paz en sol mayor.
Ya que esta herida del Perú nos habla
con la voz de la sangre tinta en furia.
No he de callar mordiendo mis palabras.
Debo gritar: caer de boca al viento.
Sosteniendo una luz y una tonada.
Y no callar: caer de voz al tiempo
con la boca cerrada y empozada!
Canto coral a Túpac Amaru, que es la libertad es, en palabras del poeta peruano Juan Cristóbal, “uno de los mejores poemas de la literatura hispanoamericana”; en él recupera la figura de Túpac Amaru II, el legendario caudillo inca, precursor de la independencia del Perú, que iniciara la gran rebelión indígena contra la corona española. Al colocar como epígrafe las palabras de Micaela Bastida, “Yo ya no tengo paciencia para aguantar todo esto”, da voz a la esposa del combatiente, ejecutada también de manera sanguinaria junto a Túpac Amaru II en la Plaza de Armas de Cuzco, a manos del Ejército Realista, el 18 de mayo de 1781, después de tres días de tormento inenarrable. Sin embargo, no es la anécdota lo que domina el poema: el heroísmo, la rebeldía contra la opresión colonial y el suplicio del personaje histórico lo convierten en un símbolo perenne de resistencia, como sus ideales, que ningún Estado opresor podrá matar.
Lo harán volar con dinamita.
En masa, lo cargarán, lo arrastrarán.
A golpes le llenarán de pólvora la boca
Lo volarán:
…Y no podrán matarlo!
Lo pondrán de cabeza.
Arrancarán sus deseos, sus dientes y sus gritos,
Lo patearán a toda furia.
Luego lo sangrarán:
…Y no podrán matarlo!
Coronarán con sangre su cabeza;
sus pómulos, con golpes.
Y con clavos sus costillas.
Le harán morder el polvo,
Lo golpearán:
…Y no podrán matarlo!
Le sacarán los sueños y los ojos,
Querrán descuartizarlo grito a grito.
Lo escupirán.
Y a golpes de matanza lo clavarán:
…Y no podrán matarlo!
Lo podrán en el centro de la plaza,
boca arriba, mirando al infinito.
Le amarrarán los miembros.
A la mala tirarán:
…Y no podrán matarlo!
Querrán volarlo y no podrán volarlo.
Querrán romperlo y no podrán romperlo.
Querrán matarlo y no podrán matarlo.
Querrán descuartizarlo, triturarlo,
mancharlo, pisotearlo, desalmarlo.
Querrán volarlo y no podrán volarlo.
Querrán romperlo y no podrán romperlo.
Querrán matarlo y no podrán matarlo.
Al tercer día de los sufrimientos,
cuando se crea todo consumado,
gritando ¡Libertad!
sobre la tierra ha de volver.
¡Y no podrán matarlo!