Puebla vivió nuevamente la tragedia, la muerte de un gobernador en circunstancias sorpresivas, que deja a la ciudadanía en la incertidumbre política y a merced de decisiones cupulares, impuestas desde la Presidencia de la República.
A diferencia de Martha Érika Alonso -que murió en un accidente de helicóptero, cuando viajaba a la Ciudad de México, el 24 de diciembre de 2018-, Miguel Barbosa estaba enfermo y con el riesgo latente de perder la vida.
La diabetes mellitus dejó sin vista al gobernador morenista de Puebla, después de la perdida de una extremidad y del evidente deterioro físico y mental, demostrados en exabruptos verbales, declaraciones impertinentes y hasta confrontaciones con funcionarios o periodistas.
Este martes, después de dos días consecutivos sin rueda de prensa desde Casa Aguayo, que durante dos años se convirtió en la única actividad de Miguel Barbosa, las alarmas se encendieron y los rumores sobre muerte, rondaron toda Puebla.
Desde las nueve de la mañana se reportó su ingreso al Hospital de Traumatología y Ortopedia, presuntamente para una valoración médica. Poco después, la Coordinación de Comunicación Social emitió un escueto boletín que, de manera tácita, confirmaba la hospitalización del morenista.
El comunicado fue insuficiente para contrarrestar otras versiones vertidas en redes: “Miguel Barbosa, internado en el Hospital Ángeles del Pedregal de la Ciudad de México, en terapia intensiva, con daño cerebral y en estado de coma. Pronóstico reservado”.
A las 3 de la tarde, cuando las versiones en redes sociales sobre la muerte de Miguel Barbosa eran imparables, medios de comunicación de la Ciudad de México confirmaron el fallecimiento del gobernador de Puebla.
Aquí, la crónica: