Las luchas populares que emprenden los afectados, son fragmentarias, no logran unificarse en torno a un denominador común: la crisis general de las sociedades capitalistas contemporáneas, que además provocan injusticias y contradicciones.
Arnulfo Alberto
La variedad y la escala de los desafíos que aquejan a las sociedades contemporáneas es apabullante. Un observador crítico e informado de la realidad actual podría citar fácilmente, por ejemplo, la crisis climática y el calentamiento global; la contaminación y depredación del medio ambiente; la pobreza y la desigualdad lacerantes; la informalidad y la precariedad laboral; el ascenso del fascismo y los autoritarismos populistas; la pandemia de Covid-19 y sus efectos sociales y económicos, los conflictos geopolíticos por la hegemonía del mundo, que nos tienen en el vilo de la guerra nuclear, y un largo etcétera.
Ciertamente algunos de estos problemas son de larga data y aparecen quizá cuando surge históricamente el capitalismo, pero otros son más recientes y exigen un análisis serio que explique su dinámica propia y la relación que guarda con la organización social y económica imperante. Dentro de este contexto, de acuerdo con Nancy Fraser, referente de la teoría crítica y el feminismo, las luchas populares que emprenden los principales afectados son fragmentarias y no logran unificarse en torno a un denominador común: la crisis general de las sociedades capitalistas contemporáneas, que además provocan múltiples injusticias, irracionalidades y contradicciones.
En Estados Unidos (EE. UU.), por ejemplo, los actuales movimientos emancipatorios no se agrupan en torno a las luchas feministas, antirracistas, antiimperialistas; a los movimientos en defensa de los derechos de los trabajadores o de los migrantes; a los que defienden la democracia, derechos humanos y la justicia social, o a los que pugnan por medidas más radicales para mitigar el cambio climático, etc. Cada uno por su lado, ninguno de estos movimientos considera la unificación y la conformación de un frente común que aglutine a los distintos segmentos de la sociedad en torno a un proyecto conjunto o colectivo antihegemónico que, efectivamente, ponga freno a la depredación y atienda los problemas urgentes.
Fraser ofrece un nuevo enfoque teórico basado en la teoría social, la reflexión histórica y política que pueda servir como plataforma para unificar a estas luchas fragmentarias de la sociedad y que sea una alternativa frente al neoliberalismo corporativo y la demagogia. En su narrativa es la sociedad capitalista la que origina las divisiones de género, raza y clase y sus intersecciones y, por eso mismo, a primera vista no aparecen ligados. Sin embargo, su definición capitalista es más amplia que la tradicional; ya que comparten un orden social guiado por la búsqueda de la ganancia y los mecanismos extraeconómicos como la depredación y apropiación de recursos naturales, el trabajo doméstico no pagado, la superexplotación de migrantes indocumentados, la coptación de los poderes públicos y el aprovechamiento de los bienes públicos, etcétera.
La feminista argumenta que el capitalismo se apoya en tres tipos de trabajo para que funcione: el asalariado o explotado, el expropiado semilibre (principalmente el de las comunidades discriminadas racialmente y de los migrantes indocumentados) y el trabajo doméstico o domesticado. Una de las inspiraciones de esta propuesta de lucha viene de W.E.B. Dubois y su noción de que la lucha por la emancipación de los esclavos en EE. UU. no solo era contra el racismo, sino que conformaba la lucha de toda la clase trabajadora oprimida por el capital; y que los afroamericanos debían unificar su lucha con la de los trabajadores asalariados blancos del norte del país. Fraser argumenta que, detrás de cada una de las injusticias denunciadas, hay una forma de organización social y económica imperante, es decir, del capitalismo caníbal al que todos asistimos hoy en día.
Este enfoque ofrece una explicación al contexto actual que enfrenta nuestro país, que comparte las mismas injusticias y algunas propias o específicamente mexicanas, como es el caso del abandono y la discriminación de los pueblos indígenas, los trabajadores informales, los desempleados velados y los asalariados precarizados, quienes necesariamente tienen que empezar a cuestionar el orden económico y social imperante.