En su ensayo a la influyente revista Foreign Affairs, el atribulado canciller alemán Olaf Scholz acepta el fin de una era y el inicio del mundo multipolar. Mientras el mandarín Xi Jinping teje una nueva era de las relaciones de China con el mundo árabe de 22 países, todavía sin incluir a la República Árabe Saharaui de habla hispana y costumbres monogámicas.
La visita a Riad, capital de Arabia Saudita (AS) es de enorme trascendencia geopolítica e incluyó tres cumbres durante tres días: una, con el poderoso país anfitrión, Arabia Saudita, hoy máxima potencia petrolera del planeta; otra, con las seis petromonarquias árabes del Consejo de Cooperación del Golfo, donde destacan Emiratos Árabes Unidos (EAU), Qatar y Kuwait, y una tercera con los relevantes mandatarios de Egipto, Palestina, Iraq, Marruecos y Túnez.
Algo sustancial que no han reportado los multimedia es que, además de todos los estereotipos consabidos, la superestratégica irrupción del mandarín Xi Jinping en el Golfo Pérsico, encrucijada de tres continentes: Asia, África y Europa, radica en la erección por China de una muralla teológica virtual en relación a su provincia Autónoma Islámica de Xinjiang, de alrededor de 11 millones de uigures (islámicos sunnitas de origen mongol).
En Xinjiang, Occidente busca desestabilizar el flanco occidental de China, al tiempo que asedia su parte oriental desde Taiwán hasta el Mar del Sur de China, mediante el fariseo espantapájaros de su triada de “derechos humanos, libertad y democracia” que no practica y que sólo predica para impedir su conectividad con las repúblicas islámicas centroasiáticas de la flamante Ruta de la Seda.
Arabia Saudita es sitio de los dos sitios sagrados del Islam, la Meca y Medina, que veneran mil 800 millones de feligreses de la Organización de Cooperación Islámica de 57 países, China juega así por partida doble la carta islámica: tanto a la ofensiva como a la defensiva.
La ciudad china de Xian, punto oriental de salida de la añeja Ruta de la Seda y antigua capital imperial, además de ser asiento del célebre Ejército de Terracota (Bingmayong), tiene mezquitas y una combinación de las suculentas gastronomías china e islámica.
Del alrededor de 10 millones de habitantes de Xian, hoy habitan 65 mil musulmanes en el barrio islámico, donde resalta la mayor y más antigua Gran Mezquita de toda China. Según Stephen Kalin del Wall Street Journal, “los países árabes han defendido públicamente la política de China en su región occidental de Xinjiang, al otorgarle cobertura al trato de Beijing a la minoría musulmana de los uigures, y ha apoyado la postura de China con Taiwán”.
Stephen Kalin concede gran relevancia a la visita del mandarín Xi a la región rica en energía con creciente competencia entre Beijing y Washington. La visita es un hito a todas luces y Stephen Kalin comenta que Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos fortalecen vínculos con los rivales de EU en medio de un reacomodo global del poder acelerado por la guerra de Ucrania y las crecientes tensiones con la administración Biden.
Con Arabia Saudita, la máxima potencia de las seis petromonarquías árabes del CCG, el mandarín Xi Jinping firmó docenas de acuerdos comerciales en energía limpia, tecnología y manufactura con un valor de 28 mil millones de dólares. Stephen Kalin expone el malestar de Estados Unidos: “John Kirby, portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, asentó que la administración Biden está consciente que China intenta expandir su influencia en el mundo”.
El azorante acercamiento de Rusia y China a los países del “Gran Medio-Oriente”, que incluye a los países árabes Irán, Turquía y Pakistán, es inversamente proporcional al retraimiento de Estados Unidos en la región que se acentuó con su reciente derrota en Afganistán.
Con información de jornada.com.mx