Su poesía «El poeta y su llama» es un grito contra la bestialidad de los regímenes totalitarios, que no pueden tolerar la luz de la poesía alumbrando el camino de los pueblos en su lucha.
Tania Zapata Ortega
Nacido el 21 de mayo de 1941 en la provincia de Esmeraldas, el ecuatoriano Antonio Preciado Bedoya es uno de los poetas más longevos de su generación y está considerado como uno de los máximos exponentes de la poesía esmeraldeña. Después de la instrucción primaria y secundaria, que completó a pesar de las limitaciones económicas de su familia, ingresó a la facultad de Ciencias Políticas y Económicas en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Miembro del Partido Comunista de su país, como el resto de sus coterráneos vivió de cerca la represión de los gobiernos militares de los años 70, violencia política que denuncia en sus versos, que ensalzan la figura de grandes revolucionarios latinoamericanos como Sandino y El Ché; en un estremecedor testimonio titulado Los cuatro generales y el poeta denuncia el asesinato del vate y cantor Víctor Jara, así como el baño de sangre perpetrado en Chile por la dictadura de Pinochet. En esta misma línea de poesía combatiente se inscribe El poeta y su llama, publicado en Jututo (1996), un grito contra la bestialidad de los regímenes totalitarios, que no pueden tolerar la luz de la poesía alumbrando el camino de los pueblos en su lucha y pretenden aniquilarla asesinando a los poetas.
En verdad solo era
una pequeña llama
pues el poeta apenas
empezaba a meter su leña al fuego
y el poema, verso a verso,
se iba iluminando.
Fue cuando ellos dijeron
que con las altas lumbres de los astros
ya había suficientes claridades,
que mucha luz para dormir perturba
y, con mayor razón,
los destellos escritos
que hasta suenan
y, por cierto, se escuchan,
no dejan conciliar el sueño a nadie;
que, además,
una pequeña llama como aquélla
(esa pequeña llama con entrañas)
en tan pocas palabras ya tendría
todo lo necesario para seguir ardiendo,
volverse inapagable llamarada
y quedarse alumbrando.
Entonces decidieron
que aún estaban a tiempo,
que había que apagarla,
y, con poeta y todo,
en verdad,
¡la apagaron!
Como una “toma de posición y conciencia”, Antonio Preciado se reconoce a sí mismo como heredero del movimiento de la negritud; sin embargo, aclara: “soy un poeta cuyo horizonte no se agota en el universo de la negritud: soy un poeta negro que escribo sobre mi raza por razones históricas, socioeconómicas, políticas, son cosas que no puedo eludir, que estoy obligado a decir humanamente. Pero desde allí, desde la negritud, soy un poeta de todo lo humano”.* Y este espíritu universal campea por sus versos, en los que lo rotundamente universal cobra vida al son de tambores ancestrales. No es la simple imitación del habla, el folklor afrodescendiente; tampoco la idealizacion romántica del destronado descendiente de reyes africanos, como puede constatarse en Dos solos de tambor de Cuamé Bamba publicado originalmente en Tal como somos (1969); es un llamado a los descendientes de la raza negra a romper con el pasado que nos divide y a caminar juntos por un sendero de hermandad, porque la única posibilidad de romper con la opresión moderna es unir a hombres y mujeres de todas las razas y etnias en una lucha común, la liberación de los pueblos del mundo.
I
Vengo de andar
de largo a largo,
más de mis propios días,
porque para llegar,
si no me alcanzan,
voy tomando prestadas las semanas.
Me llamo Cuamé Bamba
antiguo caminante que anda y anda,
con una enorme huella sobre el polvo,
ofreciendo un volcán en cada casa.
Yo soy Cuamé,
de atrás hacia delante,
viento,
río,
paso,
lanza.
II
Hombre de sangre azul:
quieres decirme tú de dónde vienes,
de dónde vengo yo,
hacia dónde vamos.
Comenzamos iguales la jornada,
el mismo ayer,
entre las mismas aguas.
y sigo caminando,
sigo,
sigo,
yo sigo caminando con las mismas pisadas
y tú has quedado atrás
junto a ti mismo
como una triste vena solitaria.
Dime,
sobre tu ayer,
¿quién ahora eres?
Dime,
con tu cansancio,
¿cómo andas?
Hermano, sin embargo,
la misma latitud
el mismo mapa,
simplemente dormido,
o, digamos, sonámbulo en tu sombra,
yo recuerdo ese mar que nos confunde,
aquel mismo silencio,
aquella misma paz recién inaugurada,
y te amo por sobre el muro de tu sangre,
sobre todas tus venas derrotadas,
y en realidad te quiero hace ya siglos,
desde que, como yo,
eras el leve atisbo
de un murmullo sobre la paz del agua.
Y hoy que tenemos voces,
voces,
voces,
te digo, compañero,
¡vamos,
anda!
*KARINA MICHELETTO. Desde la negritud, soy un poeta de todo lo humano.