Por: Homero Aguirre Enríquez
Un gobierno no es de izquierda y representante verdadero del pueblo simplemente porque afirme serlo. Aquí, al igual que en otros ámbitos de la sociedad humana, las palabras no bastan y deben ser acompañadas de hechos verificables que, para hacerse realidad, requieren siempre una gran claridad de miras, una extraordinaria tenacidad de quienes se los proponen y un pueblo organizado y educado que los respalde hasta donde sea necesario.
Hablar y prometer es fácil para los políticos tradicionales y cuando son lo suficientemente histriónicos o cínicos para esconder sus verdaderas intenciones hasta obtienen frutos en las urnas cuando el pueblo está muy empobrecido y desesperado. Pero transformar de raíz la realidad social para hacerla más digna y humana, requiere verdaderos partidos y movimientos integrados por hombres y mujeres que han revolucionado su consciencia y no pueden aceptar vivir en un mundo donde los que trabajan no gozan ni de los más indispensables frutos de su trabajo.
En este sentido, el principal logro de un gobierno que se diga de izquierda y represente verdaderamente a un pueblo debe ser la redistribución de la riqueza, el acabar con la pobreza en un tiempo perentorio. Eso es perfectamente posible, como lo demuestra, entre otros ejemplos, la experiencia del Partido Comunista de China, que ha sacado de la pobreza a 800 millones de chinos. En el capitalismo, la generación de riqueza material por los trabajadores organizados en torno a una gigantesca y meticulosa división del trabajo tanto dentro como fuera de los centros de trabajo ha alcanzado niveles nunca vistos en la historia de la humanidad, pero también ha provocado una concentración inédita y monstruosa de esa riqueza en pocas manos porque el sistema no posee ningún mecanismo para distribuir la riqueza producida, lo que ha traído como consecuencia las grandes tragedias humanas asociadas al hambre y la marginación de la mayoría y simultáneamente un afán insaciable de los magnates y sus corporaciones de enriquecerse aún más, a costa de lo que sea, incluida la guerra.
Es decir, la riqueza se produce socialmente, pero no se distribuye de la misma manera, y la única forma de distribuir mejor la riqueza es mediante la intervención de una fuerza política que llegue al poder del Estado y cambie la correlación de fuerzas y las reglas del juego mediante otro proyecto de país, lo cual puede hacerse por la vía de las elecciones. Pero llegar al poder y aplicar ese programa de gobierno requiere una fuerza social grande en número y en consciencia, un pueblo que vea, que sienta, que piense, que reflexione no sobre las pequeñas cosas cotidianas que le aquejan, sino de ser posible sobre el universo entero, sobre toda la sociedad humana y sobre lo que le pasa a su pueblo, a su estado, a su país y una vez entendido y sentido el problema y el lugar que ocupa, se decida a unirse con otros y reclamar que su patria y el mundo se estructuren de otra forma, que el gobierno obedezca a ese pueblo generador de riqueza y esta se distribuya de mejor manera.
La redistribución de la riqueza traerá como consecuencia, en primer lugar, una disminución notable y relativamente rápida del número de personas en pobreza, acompañado de una elevación del nivel de bienestar en general, lo que incluye que las familias tengan ingresos suficientes, servicios públicos de calidad, educación de primera, seguridad en sus personas y posesiones, conocimiento y acceso a la cultura nacional y universal, instalaciones deportivas y recreativas con programas que las hagan accesibles a todos, buen transporte, eficaces y modernas vías de comunicación, apoyo a los jóvenes, las mujeres, los niños y los ancianos para superar los problemas que enfrentan. No sólo traerá prosperidad, sino también paz y elevación espiritual.
Cualquier político que ofrezca curar esos males, pero no emprenda un plan serio para aumentar la captación de recursos públicos mediante una política que cobre más impuestos a quienes más riqueza acumulada tienen, estará engañando al pueblo, será un demagogo. Andrés Manuel López Obrador formó un conglomerado de políticos, muchos de ellos reciclados, y ofreció un país en el que a los pobres se les atendiera primero, para que dejaran de ser pobres, pero no ha hecho nada para que eso se haga realidad mediante la redistribución de la riqueza, como lo prueba el creciente número de pobres y el aumento de la riqueza de los multimillonarios.
En cuanto a incrementar los recursos públicos para combatir la pobreza a fondo, López Obrador no quiere ni oír hablar de una modificación fiscal que obligue a las grandes fortunas a pagar más o a realizar directamente obras que traigan desarrollo a los pueblos y colonias. Es cada vez más evidente el pacto que hizo con los magnates nacionales e internacionales para que no se opusieran a su ascenso al poder a cambio de no promover una reforma fiscal. Y lo está cumpliendo.
Y si hablamos de la manera en que gasta el presupuesto del que dispone, tampoco encontraremos una política de redistribución del gasto a favor de los que menos tienen, como lo acabamos de ver una vez más en la discusión del presupuesto federal para el año próximo, el penúltimo de AMLO en el poder. Será más de lo mismo, carencias de todo tipo, recortes, retroceso general en el combate a la pobreza, deterioro aún mayor de todos los servicios públicos, en atención a la salud, en infraestructura en todos sentidos; habrá un crecimiento de la delincuencia y la violencia y un bache mayúsculo en educación y cultura.
Ni Morena ni el presidente son de izquierda, lo gritan sus hechos. Solo un gran movimiento popular podrá hacer cambiar a México y al mundo. Tienen razón los miles de jóvenes de la Federación Nacional de Estudiantes Revolucionarios “Rafael Ramírez” que protestaron frente al Palacio Nacional y a la Secretaría de Educación Pública por la falta de recursos del PEF 2023 para frenar el deterioro educativo que padece el país y nadie se dignó atenderlos. Sin desanimarse en lo más mínimo, conscientes de que a quien verdaderamente se dirigen es al pueblo de México, volvieron a convocar a que la juventud vuelva a creer en la revolución y se sume a las luchas populares que enarbolen la bandera de llegar al poder pacíficamente y desde ahí erradicar la pobreza.