Liz Truss renuncia como primera ministra británica. El anuncio llega luego de fuertes tensiones en su gobierno que comenzaron por oposición a su plan económico. Duró poco más de seis semanas en el cargo (la menor cantidad de tiempo en la historia británica) las cuales estuvieron marcadas por caos político y económico, catalizado por oposición a su plan económico.
“No puedo cumplir con el mandato para el cuál me eligió el Partido Conservador”, dijo Truss en una breve declaración fuera del Número 10 de Downing Street. Dijo también que permanecerá en el cargo hasta que se elija un sucesor, algo que se prevé sucederá dentro de la próxima semana.
Truss llegó al cargo a principios de septiembre con promesas de impulsar el crecimiento económico, pero su programa, de recortes impositivos sin financiación, no fueron del agrado de los mercados financieros: tanto la libra como los gilts se desplomaron en medio de preocupaciones sobre la manera de financiar el plan.
La perdición de Truss fue, en última instancia, la falta de instinto político y de conciencia de la realidad económica.
Tras ganar por poco el liderazgo sin el respaldo de la mayoría de los parlamentarios, se dispuso a gobernar como si se hubiera asegurado un mandato abrumador con un aluvión de medidas radicales. Al heredar un partido dividido, nombró a sus leales en puestos clave en lugar de acercarse a sus oponentes. Y cuando, al final, trató de imponer su autoridad en el partido, sólo provocó su ira.
El error central del mandato de Truss fue un enorme paquete de recortes fiscales de 45 mil millones de libras (50 mil millones de dólares), en medio de la mayor inflación de las últimas cuatro décadas, que elaboró con Kwarteng y presentó sin ningún análisis independiente sobre cómo se financiaría.