Sin duda a nivel nacional se vive un recrudecimiento de la violencia aberrante; no hay día que no sepamos de un ilícito de esos que nos hacen temer por el tipo de lugar en dónde vivimos.
Dos sectores de la población que, históricamente han sido marginados, son de los más afectados -por la saña- de esta oleada de violencia que vive México: los niños y las mujeres.
Ahora, vemos crímenes contra pequeños y pequeñas de 4 o 5 años cuyas vidas son arrancadas en un abrir y cerrar de ojos, como dicen coloquialmente, “sin deberla ni temerla”. Y la gente se indigna la primera semana y, a la siguiente ya hay otro caso.
El caso del segundo grupo, el de las mujeres, cobra especial relevancia tras la fuerza que ha venido arrastrando en los últimos años el movimiento feminista.
Puebla, de ser un estado tranquilo, ha pasado a niveles escalofriantes de violencia. Por ejemplo, en el estado el 70 por ciento de las mujeres han sido agredidas de alguna forma.
Ahora, tras dar a conocer que la desaparición de mujeres ha incrementado, diversos organismos piden que sea declarada una segunda alerta de género en los 10 municipios con más casos de este delito.
¿Será esto suficiente? Creemos que no. Eso, claro, no le quita lo necesario y útil. Pero no lo es todo. El problema de la violencia es viejísimo y, su solución, ha sido muy clara desde el principio: la unidad de la ciudadanía.
Solo cuando los mexicanos se decidan a unirse para exigir, al unísono, acciones concretas y eficaces al gobierno estatal y federal, la violencia disminuirá y poner alerta sobre alerta dejará de ser una necesidad. Suena idílico, pero es la verdad.