Cristina Martínez
En el siglo XX, las vecindades que en un inicio se originaron como ostentosas construcciones españolas influidas por la cultura y tradición indígena existente, más tarde se vaciaron de habitantes europeos aristocráticos y fueron ocupadas por la clase trabajadora de México, por lo que han pasado a la historia como una concepción popular de la cultura mexicana.
La peculiaridad que distingue a las vecindades es el alto grado de convivencia entre los habitantes: al compartir áreas, así como por los procesos de identificación que ellos mismos generan, los habitantes de una vecindad son parte de una comunidad. La vida transcurría en los patios, los lavaderos y los pasillos que conectaban las habitaciones. Con el tiempo, esas grandes construcciones que servían de refugio para todos esos trabajadores y sus familias han ido desapareciendo y en su lugar llegó otro tipo de vivienda.
En la capital poblana existen lugares emblemáticos donde se pueden encontrar diversos escenarios, en los cuales podemos conocer innumerables historias de grandes personas. El caso de las vecindades en la ciudad de Puebla es un tema en ocasiones olvidado, en otras un tema de controversia, pero sobre todo es un tema que han inspirado muchos libros, canciones e incluso películas.
Aunque tenemos excepciones, en el corazón de la ciudad de Puebla se encuentran decenas de viviendas de este tipo, que aún albergan a gente de clase trabajadora y en el mayor de los casos, comerciantes informales y artesanos. Las construcciones están deterioradas por el tiempo y en el peor de los escenarios podremos encontrarnos con muros fracturados, pisos agrietados, techos de lámina que, en tiempos de lluvia, son un problema lacerante para los habitantes. También la falta de servicios básicos es uno de los principales problemas que los aquejan.
Ubicada en la 22 Poniente, No. 912, se encuentra una de las pocas vecindades que aún conserva su construcción tras el pasar de los años. Al entrar nos encontramos con una infraestructura dañada por diversos factores, las personas que habitan en ese lugar son personas de escasos recursos, marginados por un sistema voraz que los obliga a hacinarse en condiciones precarias; algunas veces por la falta de los servicios básicos y la convivencia de muchas personas, se vuelve un lugar antihigiénico; los pisos dañados y agrietados, que en el mayor de los casos dificulta el andar diario; montones de escombro de los muros que no aguantaron el paso del tiempo son el lugar de juego de los pequeños que viven en este lugar; los trabajadores que viven aquí, a diario, desde muy temprano, se levantan para iniciar con sus actividades las cuales van desde la preparación de los alimentos hasta alistar la mercancía para salir a trabajar y poder llevar algo de dinero para poder sustentar a la familia.
Pero lo que más ha marcado la vida de esos lugares y de quien los habitan fue ese septiembre de 2017, cuando a las 13:14 pm, se produjo un fuerte sismo que deterioró aún más la infraestructura de por sí ya dañada por el paso del tiempo, y que sorprendió, entre a otras personas, a la señora María de la Luz Vázquez.
Ella nos cuenta: Por la mañana salí a trabajar. Yo me dedico a recoger PET, cartón y materiales que puedan reciclarse; ese día regresé temprano y me senté en la cama para descansar. Como ven mi cuarto está muy mal, hay humedad por todos lados, las paredes están frágiles, pero ese día del temblor, nos agarró desprevenidos, el fuerte movimiento hizo que se desprendiera parte del techo el cual alcanzó a golpearnos a mí y a mi hija Ana.
Ambas tienen las cicatrices en la cabeza.
Además de la falta de una vivienda digna, existe otro problema que aqueja a este sector de la población: la falta de un trabajo formal, porque hay pocos puestos de trabajo en las fábricas, el gobierno o en cualquier lado. El desempleo en Puebla es una constante. Eso orilla a la gente a buscar la manera de autoemplearse, para llevar la comida a sus hogares, como el caso del señor Lorenzo González, quien fabrica ‘huacales’ de madera.
Para muchos, al llegar a su taller podría parecer que no le aqueja nada y que le va bien, pero Don Lorenzo nos cuenta la travesía que pasa para poder elaborar sus productos y venderlos, pues es muy difícil: los materiales -sostiene él- aumentaron su precio, por ejemplo el clavo lo compraba anteriormente a 35 el kilo, de unos meses para acá subió a 98 pesos. Ni qué se diga de la madera. Todo sube. Y si le sumamos a esto que el precio de nuestros productos no ha aumentado, entonces la ganancia es de 50 pesos. Díganme, ¿si con 50 pesos podemos sobrevivir? Ahora ya no contamos con apoyo médico. Con este gobierno se desapareció el Seguro Popular y esto nos obligó, en caso de enfermedad o algún accidente, a curarnos nosotros mismos, ya sea con remedios caseros o nos aguantamos, así es la vida de nosotros los pobres.
Caso similar es el de Carmen Sixto, quien vive en un cuarto de paredes oscuras y deterioradas. Su vivienda es muy humilde, la puerta de entrada es de madera vieja. No cuenta con estufa, cocina en un bracero. Además, parte de su vivienda sirve de bodega para la poca mercancía que tiene; solo cuenta con un foco que es insuficiente para iluminarla. Para poder sobrevivir, ella y su esposo venden plantitas. Nos cuenta que se ha vuelto una hazaña poder salir a vender. Narra Carmen: Con las nuevas medidas del ayuntamiento es imposible trabajar. Somos ambulantes y no podemos ofrecer libremente nuestros productos. Los inspectores nos persiguen como si fuéramos delincuentes y casi salimos robados. Se llevan nuestra mercancía con uso de violencia y, para poder recuperarla, nos ponen multas exageradas que van de los mil a los mil 500. Esta situación nos hace abandonar nuestra mercancía porque es más grande la multa que la mercancía que se llevan. Eso no es justo. Si supieran el gran sacrificio que hacemos para poder traer dinero a nuestros hogares. En esta vecindad todos nos dedicamos al ambulantaje y ese siempre ha sido nuestra fuente de trabajo. Pero ahora el gobierno, con el presidente de la República, el gobernador Miguel Barbosa y el actual alcalde de Puebla, Eduardo Rivera, nos tratan peor que delincuentes, no nos dejan trabajar y tampoco nos ayudan. Ahora sucedió como cuando inició la pandemia… aquí ni por enterados con el “apoyo” de despensas, por ejemplo. Además, no tenemos ningún programa social por parte del gobierno. Eso no se me hace justo. Pedimos que nos ayuden, que el gobierno que decía ayudar a los pobres, de verdad lo haga.
Es así cómo se vive en la mayoría de las vecindades de la capital poblana. Estos son algunos testimonios de personas que, en su gran mayoría, llevan viviendo más de tres generaciones y personas que viven los problemas de un sistema económico, que durante años los han orillado a permanecer ocultos ante la sociedad, estigmatizados por el simple hecho de no tener a la mano los recursos suficientes para lograr mejores condiciones de vida.