En la Comunicación Política las campañas negras de contraste son el recurso más burdo que se articula ante la incompetencia de una vocería a la que se le acaban los argumentos para encarar los resultados de sus propios errores.
La campaña digital que hace una semana se articuló en mi contra, resultó tan burda e inverosímil que olvidó ocultar el sello «de la casa».
No sólo fue una campaña para intentar amordazar mi libertad de opinión, también se ejerció violencia de género emanada de un área que se ha convertido en la burda caricatura de los tiempos morenovallistas. Tiempos donde la hoy represora, salía llorando a denunciar hostigamientos.
Es grave que se utilice la imagen de un gobierno estatal, para ocultar la incompetencia de sus empleados.
Me pregunto si la Universidad Anáhuac de Puebla, incluye en sus maestrías un módulo que instruya el ataque y la represión periodística.
Toda guerra de lodo termina por ensuciarle las manos a quien la articula, pues es uno de los recursos más baratos y mediocres cuando se quiere amedrentar o imponer una inverosímil versión a partir de bots y haters.
La pregunta es ¿cuánto dinero público usa un gobierno estatal para articular desde su vocería campañas de violencia y acoso en contra de la libertad de opinión?
Aquí el análisis de Ruby Soriano: