Homero Aguirre Enríquez
En menos de 15 días, dos masacres ocurridas en EE.UU. han horrorizado al mundo: el sábado 14 de mayo, en Buffalo, Nueva York, un joven de 18 años disparó un arma automática en un supermercado y asesinó a 10 personas de raza negra e hirió a tres más. Días después, en Uvalde, Texas, otro joven de 18 años disparó un arma de alto poder en una escuela primaria y asesinó a 18 niños y 2 adultos; poco antes, el homicida había disparado en la cara a su abuela. Son los episodios más recientes de una horrorosa y larga serie de ataques armados y mortales contra civiles, muchos de los cuales han ocurrido en escuelas: “Desde la década de 1990 se han registrado más de 60 episodios de violencia con armas en escuelas con víctimas mortales” CNN, 25 de mayo 2022). La lista es abundante y muy cruenta, verdaderamente escalofriante tomando en cuenta la edad de las víctimas y los victimarios, así como la facilidad existente para adquirir y portar armas de alto poder en un mercado libre que deja millonarias ganancias a sus dueños y protectores a costa de miles de vidas inocentes: “El Gun Violence Archive ha registrado 214 tiroteos masivos en los primeros cinco meses de 2022, incluyendo nueve en la última semana en nueve estados diferentes. En total, más de 17, 000 personas han muerto en incidentes involucrando violencia con armas de fuego este año, aproximadamente en 7,600 homicidios y 9,600 suicidios” (WSWS, 28 de mayo de 2022)
Los ataques mortales, las lesiones y ofensas de todo tipo, clasificados por el gobierno como “crímenes de odio”, no ocurren sólo en las escuelas sino que se generalizan y aumentan a toda prisa en la sociedad estadounidense provocando miles de víctimas: “Los informes de crímenes de odio en EE. UU. aumentan al nivel más alto en 12 años, dice el FBI… Más de 10,000 personas informaron a las fuerzas del orden el año pasado que eran víctimas de un delito motivado por el odio debido a su raza u origen étnico, orientación sexual, género, religión o discapacidad, un número que ha ido en aumento en los últimos años, según el Informe Anual de Estadísticas de Delitos Motivados por el Odio” (CNN, 26 de octubre de 2021).
Pero no son estos los únicos síntomas de grave descomposición en la sociedad estadounidense. Así, en los Estados Unidos aumenta la cantidad de homicidios por diversas causas: “A comienzos del año pasado el Departamento de Justicia ya había hecho sonar las alarmas ante la preocupante tendencia. Según sus datos, durante el período entre 2019 y el 2020 EE. UU. registró el salto más grande en su tasa de homicidio desde que comenzó a recopilar esta información en los años 60. En ese lapso fueron asesinadas 21,500 personas, un 30 por ciento de incremento comparado con el ciclo anterior”; también aumenta el número de personas que ya no quieren vivir, según datos oficiales, la tasa de suicidios en el país aumentó entre 1999 y 2019 en 33 por ciento. “Hubo casi 46, 000 muertes por suicidio en 2020, volviéndola la doceava mayor causa de muertes en EE.UU. Según la Administración de Servicios sobre el Abuso de Sustancias y Salud Mental (SAMHSA, por sus siglas en inglés), el mismo año, 12,2 millones de adultos pensaron seriamente sobre suicidarse, 3,2 millones formularon un plan y 1,2 millones intentaron suicidarse en el último año” (Rankings de Salud de EE.UU.)” (WSWS, 28 de mayo 2022); además, crece el número de muertes por sobredosis de drogas: “en Estados Unidos fallecieron por ese motivo más de 100 mil personas en los doce meses previos a abril de 2021, un incremento de 28,5% con respecto al año previo. De esos decesos, 75 mil 600 fueron causados por opioides, lo que supuso cerca de 20 mil fallecimientos más que el año anterior”, según la ONU; aumentan los estadounidenses que no tienen donde vivir, los llamados “sin techo”: “Por cuarto año consecutivo, la población de personas sin hogar en Estados Unidos aumentó y la cifra se acercó a 600,000, según un informe oficial que no alcanzó a reflejar el impacto de la pandemia en el problema de la falta de vivienda” (EFE, 18 de marzo de 2021). Finalmente, otro dato profundamente revelador del escaso valor que le dan los gobernantes estadounidenses al bienestar y a la conservación de la vida humana, indica que los EE. UU. ocupan el primer lugar mundial en fallecimientos de Covid-19: “Más de un millón de muertos por COVID en EE. UU.: un dolor infinito. En Estados Unidos se han registrado más de un millón de muertes relacionadas con el COVID-19. Miles de niños han perdido al menos a uno de sus padres o personas de referencia primaria durante la pandemia” (DW, 16 de mayo 2022).
Así están las cosas en esa nación autoproclamada como faro del mundo y modelo del respeto a la democracia, los derechos civiles y la diversidad y no se ve ninguna respuesta eficaz de parte de sus gobernantes; tampoco existe en el mundo ninguna condena unánime a esos graves atentados a la seguridad y a la vida de millones de personas. Son algunas de las cifras trágicas de un país conducido por una élite formada por el 1% de la población y que concentra la mayor parte de la riqueza de ese país y del mundo, a tal grado que “los 50 más ricos de EE. UU. tienen más dinero que la mitad de la población del país. Esta selecta porción de la población norteamericana tiene un patrimonio de casi US$ 2 billones, reveló un informe elaborado por la Reserva Federal” (Forbes, octubre 2020). Se trata de una élite multimillonaria que no está dispuesta a renunciar a sus negocios de la guerra; que tolera (a veces, derramando ante los medios lágrimas de cocodrilo por las víctimas) que la inconformidad social tome cualquier otro camino (como rafaguear inocentes, envenenar con drogas, no vacunarse, suicidarse o perseguir hasta la muerte a gente de otra raza, inclinación sexual o creencias religiosas) mediante el cual se descargue la ira, la frustración o se evada momentáneamente a la realidad, con tal que no llegue nunca la exigencia organizada y masiva de una sociedad más justa, donde se distribuya de mejor manera la riqueza, se frene de tajo el acceso indiscriminado a las armas y se inculque solidaridad y fraternidad entre las nuevas generaciones. Sólo el pueblo norteamericano, si se organiza y protesta, podrá poner fin a un sistema socioeconómico que ya alcanzó niveles demenciales de concentración de riqueza y exhibe ahora todas sus secuelas de furias, enconos y crímenes absurdos de niños, jóvenes y adultos. Por el bien de la humanidad, que sea lo más rápido posible.