Homero Aguirre Enríquez
“Tras la crisis, la catástrofe”, es el elocuente título del reciente informe de la OXFAM en donde calcula que, al finalizar el 2022, la desigualdad en el mundo arrojará la espantosa cifra de 860 millones de personas viviendo en la pobreza extrema, es decir, con un minúsculo ingreso diario menor a 1.9 dólares con el que cada persona tendría que comer, vestirse, curarse y cubrir todos sus gastos, lo cual es materialmente imposible. “Esto también se reflejaría en los niveles de hambre a nivel mundial: el número de personas que padecen desnutrición podría alcanzar los 827 millones este año”, dice el informe que agrega datos sobre las tragedias humanitarias que surgen por doquier en el mundo y hacen peligrar la vida de miles de millones de personas que viven en pobreza mientras paralelamente se vuelve más rico el reducido número de personas que concentran la riqueza, lo cual ha sido calificado por la propia OXFAM como violencia económica: “Las desigualdades extremas son una forma de violencia económica en la que las decisiones legislativas y políticas que perpetúan la riqueza y el poder de una élite privilegiada perjudican directamente a la amplia mayoría de la población mundial y a nuestro planeta”… “cada 26 horas surge un nuevo milmillonario en el mundo, mientras las desigualdades contribuyen a la muerte de al menos una persona cada cuatro segundos” (oxfam.org, 17 de enero de 2022), a pesar de lo cual no tuvo una gran cobertura por parte de las grandes agencias noticiosas o reacciones de los organismos aludidos.
Pero el desdén de los países y personas más ricas hacia la crisis de pobreza y hambre que padece la mayoría de la humanidad no es solo mediática sino financiera y política: “algunos gobiernos se plantean reducir los fondos de ayuda destinados a otras crisis para sufragar su respuesta a la guerra en Ucrania. Oxfam ha constatado que, por ejemplo, la Unión Europea ha reducido a más de la mitad los fondos humanitarios para Timor-Leste y que otros donantes han notificado que reducirán los fondos de ayuda a Burkina Faso en un 70%. Otros países de África Occidental han recibido noticias similares. Mientras, África Occidental enfrenta la peor crisis alimentaria en diez años, con más de 27 millones de personas en situación de hambre». Es fácil comprender que las potencias agrupadas en la OTAN quieran que la opinión pública voltee a Ucrania en vez de fijarse en el desastre humanitario que hay, por ejemplo, en África, un continente saqueado a manos llenas y ensangrentado muchas veces por esas mismas potencias que ahora dan lecciones de democracia, presumen humanismo y derraman lágrimas de cocodrilo por los desplazados de Ucrania, que les resultan más útiles en su operación de manipular y controlar al planeta.
Tal vez previendo las explicaciones y evasivas que normalmente dan los gobiernos a los informes y razonamientos de este tipo, la directora ejecutiva de Oxfam, Gabriela Bucher, fue enérgica y contundente al decir: “Rechazamos la idea de que los Gobiernos no tienen fondos o medios suficientes para sacar a todas las personas del hambre y la pobreza y garantizar su salud y bienestar. Por el contrario, lo que sí vemos es una total falta de creatividad económica y voluntad política para hacerlo»… «Ahora más que nunca, ante la magnitud de las desigualdades y el sufrimiento humano, agravados por las múltiples crisis globales, esta falta de voluntad es inexcusable y la rechazamos. El G20, el Banco Mundial y el FMI deben incrementar la ayuda a los países pobres y condonar su deuda de forma inmediata y, juntos, proteger a las personas de a pie de una catástrofe evitable. El mundo entero está pendiente de ello».
A pesar de ese llamado a estar pendiente, el mundo está siendo obligado a voltear para otro lado. La inhumana y violenta situación que sufren miles de millones de vidas desnutridas y empobrecidas debería ser un escándalo que desatara la indignación mundial, señalara a los responsables y pusiera en la boca de todos los seres humanos la exigencia de castigo a los culpables, si los medios de comunicación dominantes no tuvieran como prioridad, desde hace mucho, defender los intereses de sus multimillonarios propietarios y patrocinadores, ahora muy ocupados en demonizar a Rusia y amenazar a China, lo que además les permite escurrir el bulto en su responsabilidad en el crecimiento desaforado de la concentración de la riqueza en pocas manos. ¿Alguien ha visto siquiera una noticia reiterada o un influencer o figura del espectáculo denunciando que una parte considerable de la humanidad está hambrienta y puede morir de miseria? ¿Se ha bloqueado siquiera un dólar de esos miles de millones que les sobran a algunos millonetas, para destinarlo a impedir que la gente muera de hambre? Nada de eso ha ocurrido. ¿Alguien ha visto campañas en las redes sociales para señalar culpables y poner remedio a esta situación? No lo hemos visto, ni lo veremos mientras el mundo siga organizado como hasta ahora y no surja una fuerza social que la modifique en cada país y altere la correlación de fuerzas internacional.
Aunque los pueblos del mundo deben darle la bienvenida a estos informes que desnudan la desigualdad, no deben renunciar a ser protagonistas principales en el cambio de su destino de hambre y miseria. Los informes de la OXFAM y otros similares son una ayuda importante para explicar con datos la injusticia de que la riqueza producida por los trabajadores sólo sirva para perpetuar su hambre y necesidad, pero nunca sustituirán la acción política organizada de esos trabajadores, los cuales no deben aceptar un alejado rincón de la historia desde el cual sean simples receptores de lo que buenamente les quieran arrojar los demagogos que gobiernen en su patria y en el mundo sino exigir la parte que les corresponde de la riqueza material. Sólo así podrá detenerse la catástrofe que toca a la puerta de la mayoría de la humanidad.