A vista de pájaro, la cubierta de la Casa de las Águilas parece una enorme cama deshecha, toda arrugada, sostenida apenas por los muros del viejo edificio ritual. Desde la terraza de la librería Porrúa, en el centro de Ciudad de México, justo enfrente del complejo arqueológico, la imagen es de espanto: decenas de hierros retorcidos, la valla echada a perder y sobre todo la incertidumbre que depara el futuro. Con la temporada de lluvias a la vuelta de la esquina, los arqueólogos padecen por la salud de las valiosísimas pinturas murales del edificio, hasta ayer protegidas por el vetusto techo.
El colapso de la cubierta pone en evidencia su obsolescencia. Redescubierta en 1980, la Casa de las Águilas estrenó techo en 1982. El instituto encargó además otros tres tejados, uno para las ruinas de la pirámide del Templo Mayor y otros dos para los llamados templos rojos, todos con la intención de proteger pinturas murales. Ideados por Pedro Ramírez, el gran arquitecto del priismo, artífice del Estadio Azteca o la Basílica de Guadalupe, los techos han aguantado los terremotos de 1985 y 2017, además de las lluvias torrenciales de cada temporada. Ahora parecen haber alcanzado su límite.
Este jueves, el director del proyecto Templo Mayor, Leonardo López Luján, y Michelle De Anda, arquitecta y restauradora del complejo, han analizado las consecuencias del colapso y el estado de los otros tres techos. El que más les preocupa es el que cubre la segunda etapa constructiva de la vieja pirámide del Templo Mayor, el Huey Teocalli, el más grande después del que cubría la Casa de las Águilas. “Está a punto de colapsar”, ha dicho en entrevista con EL PAÍS López Luján. “Hay que cambiarlo porque un temblor o una granizada lo puede tirar: los tubos que los sostienen están angulados. Están obsoletos”, ha asegurado.
El problema apunta ahora al cuidado del patrimonio del edificio. El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) planea retirar la cubierta dañada. Arqueólogos y restauradores del proyecto cubrirán las pinturas y las banquetas para protegerla de la intemperie. “Desarmar la cubierta no tiene demasiada complicación, el problema es que hasta que llegue la nueva el lugar quedará destapado”, ha dicho López Luján.
La fragilidad de las pinturas murales de la Casa de las Águilas tiene a los arqueólogos preocupados. La composición de las paredes convierten la conservación en un reto, más sin techo. Adriana Sanromán, restauradora del proyecto, explica que “las pinturas de los muros tienen un sustrato atípico, hecho con aplanados de tierra, como un recubrimiento de capas de barro”. La experta añade que “en otros edificios del Templo Mayor, las pinturas murales fueron colocadas sobre sustratos de cal y arena. Y la cal al final tiene el proceso de fraguado. Cuando se seca se forma carbonato de calcio, que es estable y duro. Puede disolverse, pero la protección es mucho mayor”.