El encuentro entre el presidente de Estados Unidos (EE. UU.), Joseph Robinette Biden y su homólogo de la Federación de Rusia, Vladimir Putin marcó un punto de inflexión en el más grave deterioro de las relaciones políticas durante los últimos 30 años.
Por Nydia Egremy// @NydiaEgremy_
Ambos llegaron con objetivos distintos: Biden esperaba reposicionar a su país en el capitalismo emergente de la era Covid-19 para competir en mejores condiciones frente a China; y Putin con la aspiración de superar las sanciones económicas y el aislamiento diplomático que le ha impuesto la Casa Blanca.
¿Qué se ganó con la reunión? El mundo atestiguó con alivio el compromiso mutuo de resolver, con equipos de trabajo enfocados en cada tema, los asuntos pendientes. El retorno, mañana o pasado, de los respectivos embajadores a sus sedes diplomáticas, el pacto de trabajar puntualmente sobre el asunto de los ciberataques para garantizar la seguridad de Rusia y EE. UU., así como el acuerdo de cooperación mutua en el Ártico, son algunos asuntos clave que Putin anunció en rueda de prensa tras su encuentro con Biden.
Durante un intenso intercambio con medios extranjeros y rusos, el jefe del Kremlin esbozó los avances con su homólogo estadounidense y sus respectivos equipos. “Es un político experimentado, con el que conversé en directo dos horas, y eso no es nada común cuando se trata de líderes extranjeros”, reconoció.
Admitió también que “hay muchos asuntos pendientes” como el de la estabilidad estratégica, que abordarán en consultas permanentes el Ministerio de Relaciones Exteriores ruso y el Departamento de Estado.
Indicó que ambas partes avanzarán en una amplia agenda de interacción diplomática que incluye tratados comerciales y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). No hubo acuerdos en torno a Ucrania, ni con respecto a la injerencia estadounidense en organizaciones opositoras rusas.
La forma y el fondo
Los anuncios y el balance de la reunión bilateral que hizo el presidente ruso se opacaron por la agresiva actitud de medios estadounidenses que le reprocharon altaneramente supuestos agravios de su gobierno. El reportero de CNN inquirió: “¿Cuál fue la dinámica: hostil o no? ¿Usted se comprometió a detener los ataques cibernéticos contra EE. UU.? ¿Usted se comprometió a dejar de torpedear nuestra seguridad? ¿Se comprometió a dejar de reprimir a la oposición rusa?”.
Un avezado Vladimir Putin aseguró que fue una reunión fructífera y aunque, en algunos asuntos, cada uno tiene distinta opinión, existe el deseo de entenderse y encontrar vías que acerquen sus posturas.
En cuanto a los ciberataques, su respuesta fue: “según fuentes estadounidenses, la mayor parte de ciberataques en el mundo se realiza desde el espacio cibernético de EE. UU., en segundo lugar, desde Canadá, luego de dos países latinoamericanos y les sigue el Reino Unido. En esta lista de ciberataques no está Rusia”.
Reveló que, en 2020, su gobierno recibió 10 consultas de EE. UU. sobre ciberataques contra instalaciones de ese país y que, suponía Washington, se emitieron desde el ciberespacio ruso, y dos en este año. “En cada caso, nuestros socios recibieron una respuesta detallada e inmediata”. En cambio, Rusia les dirigió 45 consultas en 2020 y 35 este año; “y aún no recibimos ninguna respuesta, lo que confirma que hay un gran terreno por trabajar”.
Sagaz, el gobernante ruso subrayó que las negociaciones definirán las obligaciones que cada parte debe asumir en cuanto empiece el proceso en la esfera de la ciberseguridad, tan importante para el mundo, EE. UU. y Rusia. Sin citar el nombre de la empresa –Colonial– Putin recordó el ciberataque contra el gasoducto de EE. UU. y el desembolso de cinco millones de dólares (mdd) que debió pagar la empresa y preguntó: “¿Qué tiene qué ver Rusia con eso? ¡Nada! Nosotros también enfrentamos esas amenazas”.
Citó un fuerte ciberataque contra el sistema de sanidad en una de las mayores regiones rusas y subrayó: “sabemos de dónde vienen, sabemos que se coordinan desde territorio estadounidense; no creo que autoridades estadounidenses estén interesadas en manipulaciones de este tipo”. Pidió descartar las especulaciones y destacó que en la reunión se logró el acuerdo de que los dos países comenzaran a trabajar en el nivel de expertos. “¡Rusia está dispuesta a hacerlo!”.
Inquisidor, el enviado de CNN insistió: “¿Se comprometió a dejar de amedrentar a Ucrania, como el despliegue de tropas en la frontera? ¿Se comprometió a dejar de oprimir a la oposición?”. Un Putin sonriente destacó que el único compromiso es cumplir con los Acuerdos de Minsk.
Y afirmó que Rusia solo efectúa ejercicios militares en su territorio, “lo que no hacen los socios de EE. UU. y no se preocupan por ello; pero sí la parte rusa y ése es un asunto a debatir”. Abundó que el opositor Navalny fue apresado por violar leyes rusas; y que su organización fue proscrita por llamar a la violencia y usar a menores para armar bombas molotov.
En un diestro giro, el presidente ruso reviró al periodista y a sus colegas, cuando agradeció que informen al público de su país que, en 2017, el Congreso de EE. UU. declaró a Rusia como su rival y por ello fundamentó su derecho de apoyar a organizaciones políticas opositoras en el país eslavo.
Putin preguntó: “Si Rusia es un enemigo, ¿qué tipo de organizaciones apoya EE. UU. en Rusia? No las que fortalecen al país, sino a las que frenan su desarrollo; y ese objetivo lo han declarado públicamente. ¿Cómo debemos reaccionar a ello? Se entiende que deberíamos tratarlo con preocupación, pero actuamos en el marco de la legislación rusa”.
Otro medio preguntó si habló con Biden sobre los presos políticos. Putin admitió que Joseph Biden lo hizo, aunque no comentó más. Y aprovechó para criticar que en EE. UU. “Todos los días matan a gente en la calle, a los activistas, y disparan; como a una mujer que corría hacia su auto”. Recordó que los aliados asesinaron civiles en Afganistán “por error” y a nadie se castigó, porque fueron ataques con drones.
Con tono académico, Putin explicó: “Si hablamos de derechos humanos, Guantánamo sigue funcionando sin responder al derecho internacional o a leyes de EE. UU.; persisten las prisiones que creó la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en varios países. ¿Acaso son ejemplo de derechos humanos?”.
Rotundo, el líder del Kremlin cerró ese capítulo al afirmar: “Partiendo de ese hecho, nos posicionamos sobre las personas que reciben dinero de EE. UU. para trabajar protegiendo los derechos de quienes les pagan”.
Renuencia aliada
Tras dos años, el 12 de junio, volvían a reunirse un presidente de EE. UU. y sus aliados del G-7. La cumbre anterior se celebró en Canadá, cuando Donald Trump, veleidoso, se negó a respaldar el comunicado conjunto final, hecho inédito que dejó pasmados a todos.
Cada miembro del llamado Club de los Ricos tenía agenda propia. La canciller de Alemania, Angela Merkel, observaba consciente de que el liderazgo estadounidense en el mundo va a la baja; el presidente francés Emmanuel Macronbuscaba el respaldo de Biden en el Sahel; y la prioridad de Japón era obtener el respaldo a los Juegos Olímpicos de Tokio. El jefe de gobierno español, Pedro Sánchez, que aspiraba a un apoyo para su política en Cataluña, solo obtuvo un paseo con Biden de menos de un minuto.
Al primer ministro de Italia, Mario Draghi, le urgía dejar atrás el oscuro capítulo de la pésima gestión de la pandemia en 2020; buscar garantías a la estabilidad en Libia y más control migratorio en el Mediterráneo. El canadiense Justin Trudeau se centró en limar asperezas tras su distanciamiento con Trump.
Todos coincidieron en reprochar a Biden que no les informara de su reunión con el presidente de Rusia. También desconfían de la diplomacia de EE. UU. en la OTAN, pues hace tiempo que los europeos sondean la posibilidad de crear un ejército comunitario sin injerencia de Washington.
Además, lamentan que la Casa Blanca no haya designado embajador ante la UE y que Biden no les notificara con anticipación su decisión de retirarse de Afganistán. Otra causa de distanciamiento entre la UE y EE. UU. es el gasoducto ruso Nord Stream 2, que provee de energía a Europa, que se industrializa cada vez más.
En resumen, la realidad pondrá a prueba lo pactado en Cornualles. The New York Times resumió así la situación: Biden afirma que su país ha vuelto, pero los aliados permanecen lejos. Puede ser, como explicó el director de Berkeley Research Group, Harry Broadman, que los aliados de EE. UU. aún se tambalean por el efecto Trump. En todo caso, los disensos se diluyeron en el resultado final.
Un asunto de relevancia global, que se abordó en la cumbre Biden-Putin fue el de la cooperación en el Ártico, cuyo deshielo abre posibles vías de comunicación y comerciales a los países ribereños. La emisora RTC preguntó su opinión sobre la acusación del secretario de Estado, Antony Blinken, en torno a que Rusia militariza la región. Ésta fue su respuesta:
“Sí se abordó el tema de forma amplia, pues interesa mucho que la llamada vía del norte impulse la economía de muchos países. Sin embargo, la preocupación por esa militarización no tiene base, solo se reconstruye infraestructura fronteriza ya existente desde la URSS y el Ministerio del Medio Ambiente moderniza estructuras para la protección civil.
“He dicho a EE. UU. que no deben preocuparse en esa región donde somos vecinos –en el estrecho entre Alaska y Chukchi– y eso debe motivarnos a aunar esfuerzos”, añadió. Putin recordó las normas que rigen la zona (el Convenio sobre Derecho Marítimo y el Código Polar, ratificado en 2017), que Rusia nunca las ha violado y que impulsa su respeto en el Consejo de Seguridad, que ahora preside.
Destacó que la vía nórdica, que se consolidará con el deshielo por el cambio climático, será más transitable cuando empiecen a operar los rompehielos –Rusia tiene la mayor flota del mundo– y eso será útil para las nuevas empresas que ahí se sitúen.
El presidente ruso precisó que, con base en el derecho marítimo, el mar territorial de un país es de 12 millas marítimas y debe ofrecer paso libre a buques en mares interiores. “Sin embargo, en los mares interiores, dentro del territorio de un país, no tenemos obligación con ningún país, pero no abusamos. En 2020 recibimos casi mil solicitudes de paso y solo negamos unas por no corresponder con el Código Polar”. Destacó que estos asuntos serán atendidos por los grupos de trabajo de EE. UU. y Rusia.
Envalentonado sin causa
“Me reuniré con el señor Putin para hacerle saber lo que quiero que sepa”, anunció beligerante Joseph Biden, frente al aplauso complaciente de tropas de su país estacionadas en la base de Carbis Bay, Reino Unido. Era el 11 de junio, víspera de la cumbre del G-7. Cinco días después, se desvaneció esa pedantería cuando Biden extendió un cordial saludo a Vladimir Putin, el jefe del estado ruso con mayor popularidad en la historia contemporánea de su país.
Suiza, Estado neutral, fue sede ideal para la cita del 16 de junio entre los dirigentes de las dos potencias globales e influyentes actores mundiales. Fue el encuentro de dos mandatarios versados en política internacional que ya se conocían y que hoy son presidentes con responsabilidades inmensas.
Biden, electo por un sector de la élite político-empresarial de EE. UU. que confió en su promesa de mantener una línea dura contra Rusia buscó, en su primera gira internacional, mostrar a sus conciudadanos y al mundo que es capaz de restablecer la deteriorada imagen de su país con una estrategia de “golpes de efecto”.
México juega del lado ruso
Mientras los sherpas –encargados de preparar los detalles de las cumbres de Estado–, ajustaban la cita Biden-Putin, entre el tres y cuatro de junio, Bernardo Aguilar Calvo, director general de la Secretaría de Relaciones Exteriores para Europa, participó en el XXIV Foro Económico de San Petersburgo. Entre los países de Europa central y oriental, Rusia es el principal socio comercial de México, con un intercambio de mil 292 millones de dólares en 2020; además de que el gobierno ruso ha enviado a nuestro país 2.4 millones de dosis de la vacuna Sputnik V.
A ese foro, que desde 1997 constituye una importante plataforma de promoción económica, comercial y empresarial, asistió el presidente ruso Vladimir Putin y, vía remota, estuvieron el emir de Qatar, Tamim Bin Hamad; el primer ministro de Austria, Sebastian Kurz y llegaron mensajes de los presidentes de Argentina y Brasil.
Putin es, desde hace 21 años, el artífice del auge económico y del reposicionamiento mundial de Rusia, así como de las singulares alianzas estratégicas en el mundo, las cuales despiertan la desconfianza de un Occidente cada vez más vulnerable.
Ambos representan a los dos mayores poderíos militares y con gran desarrollo tecnológico. Las poblaciones de EE. UU. y Rusia han sufrido el devastador ataque de la pandemia de Covid-19 y la caída de la economía, pese a que ambos gobiernos han movilizado sus capacidades médico-científicas para desarrollar eficientes vacunas contra el nuevo coronavirus.
Biden llegó a la cita con Putin cuando su país enfrenta serios problemas: una inflación galopante, como criticó The Wall Street Journal y un plan de infraestructura para reactivar la economía que bloquean los republicanos en el Senado, quienes también le reprochan su indecisión para concretar el retiro de Afganistán.
El presidente de EE. UU. enfrenta también el fuego amigo: la demócrata Alexandria Ocazio censuró a la vicepresidenta Kamala Harris porque su única oferta para frenar la inmigración en Guatemala fue decir: “¡No vengan, no vengan, no vengan!”.
La reunión EE. UU.-Rusia se pactó en un contexto difícil. Y aunque en enero ambos presidentes ampliaron cinco años el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas en vigor (New START), en abril, Biden, imprudente, pidió a Putin “reducir” las tensiones con Ucrania, lo que molestó al ruso. Para zanjar estas diferencias, el estadounidense propuso reunirse en un tercer país y el ruso aceptó.
Los funcionarios negociadores iniciaron pláticas preliminares; y el 19 de mayo, los jefes de la diplomacia de EE. UU. y Rusia, Antony Blinken y Serguéi Lavrov se reunieron en Reikiavik, de cara al Consejo Ártico, integrado por Finlandia, Suecia, Canadá, Noruega, Islandia y Dinamarca.
Geopolítica a dos tiempos
Entre el 11 y el 14 de junio, la prensa corporativa mostró al mundo un Biden casi dueño de la escena europea; incluso se rumoró sobre el “nuevo rediseño” del mundo. Entretanto, el Ministro ruso del Exterior, Serguéi Lavrov, reiteró que “Rusia no tiene ambiciones de superpotencia ni impone sus valores”.
En Cornualles, Reino Unido, sede de la cumbre del G-7, Biden aplicó la “operación cicatriz” para cerrar las heridas que, durante cuatro años, abrió la agresiva diplomacia de Donald John Trump con sus aliados.
Y obtuvo logros significativos, como el comunicado final que anunció la iniciativa Reconstruir mejor el mundo (Build back better for the world), que responde a la “tremenda necesidad de crear infraestructuras” en países de ingresos medios y bajos de América Latina, el Caribe, África y Asia-Pacífico.
En realidad, para el capital corporativo de los países del G-7, ese plan pretende contener el avance de China a través de sus iniciativas de infraestructura física y telecomunicaciones (la Nueva Ruta de la Seda y Una ruta, Un cinturón), que alentará la interconectividad entre Asia y Europa.
Para revigorizar el capitalismo, Biden reeditó el Plan Marshall, que “secundan las grandes democracias”, y logró que el G-7 pactara una inversión de 40 mil mdd, que “provendrán del sector privado e instituciones financieras” y atenderán problemas generados por el cambio climático y la seguridad sanitaria, y para alentar tecnología digital y la igualdad de género.
Para justificar estas acciones, el presidente estadounidense retornó a la añeja crítica de que China viola derechos humanos de la minoría uigur en Xinjiang y dejó en manos de sus propagandistas la solución a esa confrontación geopolítica como una lucha entre autocracia y democracia. Como golpe de efecto final, el G-7 ofreció dotar con dos mil millones de vacunas a naciones urgidas. Sin embargo, la organización Oxfam advierte que se requieren cuatro mil millones de vacunas y los expertos afirman que esta donación es solo “una gota en el océano”.
Tras ese éxito, Biden orientó hacia Bruselas la cumbre de líderes de la OTAN en la que señaló de nuevo a Rusia como un “desafío” que no actúa de modo consistente, así como China”. Y, tal como hizo Donald Trump, Biden exigió a Europa que se responsabilice más, económicamente, con la seguridad global.
A dos mil 534 kilómetros de la capital de Bélgica, en su oficina del Kremlin, en Moscú, Vladimir Putin afinaba su agenda geopolítica, que contempla tres objetivos: uno, atenuar el impacto de las sanciones económico-financieras de EE. UU. y mantener con este país la estabilidad estratégica con el nuevo START, único pacto de desarme nuclear vigente; y dos, defender la construcción del gasoducto Nord Stream 2, la más controvertida obra geopolítica, que EE. UU. boicotea para que sus aliados de la Unión Europea (UE) no dependan más de la energía rusa.
Entre otros asuntos, figuraba el reclamo a EE. UU. por su indebida interferencia en el asunto del disidente Navalny. Al respecto, un día antes, Putin envió a Biden este mensaje: “EE. UU. también tiene sus presos políticos”, en alusión a quienes tomaron el Capitolio, la sede del Congreso. Además, reprobó la presión a Cuba, a quien se ha acusado de no cooperar contra el terrorismo.
No se confirmó si en Ginebra se discutieron otros temas sobre la paz y la guerra mundial. Lo que sí quedó claro es que, a partir de esta cita, el diálogo está abierto.