La vida de Miguel es parecida a la de 70 millones de mexicanos que viven en pobreza y pobreza extrema; son muy trabajadores, de pensamiento agudo y empáticos.
Rogelio García Macedonio
Miguel Córdova Córdova (Angie) es un joven que impactó recientemente en las redes sociales y los medios de comunicación por su forma clara, precisa, contundente y su alta sensibilidad al narrar los minutos previos al desplome de la Línea 12 del Metro de la Ciudad de México (CDMX) que mató a 26 capitalinos y dejó 79 heridos, pues vivía debajo de la trabe contigua a la que se cayó. Es un joven en situación de calle y tiene 36 años. En esa condición ha viajado por medio país desde que cumplió seis años. No es exagerado afirmar que la inmensa mayoría de los mexicanos sienten empatía con él porque la conclusión a la que llegó sobre la tragedia es compartida por la mayoría, pues, entre otras cosas, señaló: “(Yo) venía llorando desde La Nopalera, porque dije: hay gente que quizá no se despidió de su familia por una idiotez de nuestras autoridades que quieren llevarse un dinero a la bolsa, compran materiales de mala calidad y ahí están las consecuencias. Y ahorita vienen las elecciones y se van a echar la bolita unos a otros ¿Y los que pagamos?… los más pobres”.
Sobre este suceso hay dos aspectos interesantes. Miguel Córdova concluye que el desplome se debió a la mala edificación y a la corrupción, lo que provocó que se usaran materiales de mala calidad y que los pobres pagaron las consecuencias. Esta conclusión es la que comparten millones de mexicanos que han reaccionado a sus declaraciones. Esto es cierto, pero solo parcialmente, porque cae en la trampa retórica de que la corrupción es el origen de todos los males. La conclusión de Miguel es la manifestación de un pensamiento del sentido común muy agudo. Éste, con la poca educación que tiene, observa cómo se manifiesta el fenómeno y sabe interpretar correctamente esa apariencia; así, la razón del desplome del metro es la corrupción que imperó en su construcción. Si se analiza con cuidado el fenómeno y se busca su raíz, se sabrá que no es la corrupción el origen del problema, sino la edificación de todo el sistema económico y social del mundo moderno.
Éste se ha construido con la participación de la empresa privada que busca la máxima ganancia en la producción de las mercancías, así es que, si para minimizar costos y maximizar la ganancia, se deben usar materiales de mala calidad, éstos van a utilizarse sin reparar en las consecuencias, como ocurre en la práctica. Si se analiza el problema de esta última forma, la conclusión a la que se llega, es que debe de cambiarse el sistema económico y social por uno que priorice la vida y la felicidad de las personas y no la máxima ganancia. Es decir, tendrá que transformarse la organización social. Cambiar esta sociedad implica la titánica labor de mover sus cimientos, porque combatir la corrupción significa pelear contra molinos de viento.
La trágica y conmovedora vida de Miguel se difundió algunos días después de su aparición pública: huyó del maltrato familiar desde su más tierna infancia; desde los seis años vive en situación de calle, no tiene casa, tampoco educación formal, ni seguridad social y sobrevive con 20 o 30 pesos diarios, de su trabajo como pepenador de plástico PET y aluminio. Hubo gente que le ofreció ayuda; la oferta más relevante fue la de un empresario, quien aseguró que le daría casa, educación y trabajo. Este gesto de altruismo es útil para ayudar a Miguel, pero como él mismo afirmó en la entrevista: “yo sé que hay familias en México que tienen que sobrevivir con 20 pesos”. No se equivocó, a pesar de que ningún medio se detuvo en este detalle. En México viven 25.5 millones de personas con carencias de acceso a la alimentación; es decir, al igual que Miguel, no tienen para comer; 21 millones, al igual que Miguel, no tienen acceso a la salud; 13 millones, al igual que Miguel, carecen de vivienda digna.
La vida de Miguel es parecida a la de 70 millones de mexicanos que viven en pobreza y pobreza extrema; son muy trabajadores, de pensamiento agudo y empáticos. Hace falta que se creen empleos para ellos y educarlos para superar la barrera del sentido común y comprender que su destino solo depende de la unidad popular para construir un mundo justo y equitativo.