Por Leticia Montagner
Desde hace algo más de un año, en plena pandemia, en las costas atlánticas de la Península Ibérica, especialmente en el Estrecho de Gibraltar, algunos de los grandes cetáceos como las orcas, han protagonizado encontronazos con barcos.
Embisten su casco, a veces dañan el timón y luego siguen su camino. Los científicos y los marinos buscan la explicación de un comportamiento sin precedentes, pero aún es un misterio.
El diario español El País ha informado al respecto. Todo comenzó con un golpe tremendo. Un pequeño barco velero llamado Anyway giró en redondo. Dio una vuelta completa.
El marino estadounidense y su novia alemana, buscaban que ocasionó el golpe y el giro. No vieron nada. El timonel estaba espantado. Descubrió luego en el mar una orca. El barco estaba a la deriva y pidieron ayuda por radio.
Desde la orilla española, la oficina de Salvamento Marítimo envió ayuda para rescatar el barco y remolcarlo hasta el puerto de Tarifa. Unas semanas después del incidente, la pareja está sentada en la cubierta de su barco, amarrado en un embarcadero de madera. Ambos habían planificado navegar a Canarias y desde allí poner rumbo a América. Pero el velero quedó muy dañado por la colisión y las posibilidades de repararlo son inciertas.
Desde hace algo más de un año, las orcas embisten barcos y han sumido en el desconcierto a los biólogos marinos. El primer incidente fue en julio de 2020, nadie se lo tomó en serio. Desde entonces y hasta agosto de 2021, han contabilizado 145 casos.
Posiblemente sean más, porque muchos afectados no saben que pueden notificar estos incidentes. La mayoría de los investigadores no hablan de ataques, sino de interacciones. No quieren culpabilizar a estos cetáceos protegidos de tener una intención maliciosa.
Se trata de un fenómeno nuevo, del que solo está documentado un incidente similar cuando en 1972, un grupo de orcas hizo zozobrar un velero frente a las Galápagos. Los seis miembros de la familia que estaban a bordo se salvaron en una balsa salvavidas y fueron rescatados por unos pescadores 38 días después.
El creciente número de colisiones en el Estrecho parece descartar que se trate de unos hechos al azar. ¿Por qué los animales tienen de pronto esa conducta? ¿Qué quieren conseguir? Por el momento no hay respuesta. Tampoco está claro por qué. Cuando el daño está hecho y las orcas se van.
Igual que hacen los humanos, las orcas cazan en aguas del Estrecho de Gibraltar, donde en primavera se concentran los atunes camino del Mediterráneo desde el Atlántico para desovar. Solo 14 kilómetros separan las orillas de Europa y de África y los pescadores tienden sus redes.
Y las presas nadan hacia esas trampas. Las orcas tienen su propia técnica, persiguen a los atunes hasta que estos se agotan.
El avistamiento de orcas se ha convertido en uno de los atractivos turísticos de la gaditana Tarifa, en cuyas tiendas de recuerdos se multiplica la imagen de estos cetáceos en cuadros, tazas y camisetas. En sus calles se reparten a diario folletos que anuncian excursiones en barco para observarlos.
En los noventa, salían unos 400 visitantes al año; hoy son más de 30 mil. Si no hay temporal, zarpan cuatro o cinco embarcaciones cada día en temporada alta. Las tarifas rondan los 50 euros. Divisar delfines está casi asegurado, pero las orcas son las estrellas.
Es impresionante cuando surge del agua un coloso negro y blanco, que lanza al aire un chorro de vapor. Muchos son conocidos por nombres. Unos 60 animales rondan cada verano el Estrecho de Gibraltar.
TIENEN 10 METROS DE LARGO
Se calcula que hay unas 50 mil orcas en todo el mundo. Pueden medir hasta 10 metros, pesar hasta 5.5 toneladas y alcanzan los 80 años de vida. Son sociables y muy inteligentes. Son más comunes en el Pacífico y Atlántico Norte y los mares polares. En Europa, la costa de Noruega es la más concurrida.
En la península Ibérica, donde se calcula que viven unas docenas de ejemplares, se mueven entre Galicia y el estrecho de Gibraltar. Grupos de orcas se desplazan por los océanos, cada uno tiene su dialecto para comunicarse a través de pitidos y silbidos. Los animales de cada grupo permanecen juntos toda su vida, aprenden los unos de los otros.
No atacan a las personas o al menos no está documentado. Pero los humanos no siempre se portan bien con los océanos ni, por tanto, con sus habitantes. Los compuestos químicos denominados bifenilos policlorados (PCB), prohibidos en la actualidad, se utilizaron durante décadas como plastificantes en pinturas, como componentes para la electricidad y como fluido hidráulico.
Se trata de un veneno que flota en los mares del planeta y que afecta a los animales, que lo ingieren a través de la comida. En 2018, un equipo internacional de investigadores advirtió en la revista Science de que los PCB podrían acabar con enormes poblaciones de orcas. En las zonas más contaminadas, algunas poblaciones de estos cetáceos podrían desaparecer en 30 o 40 años.
Los animales no detectan el veneno. Así que debe haber otras razones desconocidas por las que interactúan repentinamente contra los barcos. El pasado otoño, una docena de especialistas, entre científicos marinos, biólogos, veterinarios y capitanes de barco, se reunieron para investigar. Han formado un grupo de trabajo que llaman Orca Ibérica. Registran los incidentes, recogen datos y se entrevistan con las tripulaciones que han tenido contacto con los cetáceos.
Existe un protocolo elaborado por Orca Ibérica para el caso de contactar en alta mar con esos cetáceos, se difunde través de las redes sociales y los clubes náuticos. Los consejos básicos son detener el barco, arriar las velas, desconectar el piloto automático y soltar el timón; alertar a las autoridades; desplazarse a un lugar del barco donde no puedan caer piezas; no gritar a los animales; no tocarlos; tratar de filmar o fotografiar a las orcas, especialmente su aleta dorsal, para su posible identificación posterior. Y pasado un tiempo, ver si el barco se puede gobernar, en el caso contrario, solicitar un remolque.
Solo hay conjeturas y especulaciones, que si son un grupo pequeño, que tratan de vengarse de los humanos porque algunas estuvieron en cautiverio, que por la pandemia dejaron de navegar los veleros, que no hay estudios serios, que no hay conclusiones, que hay fotos de marineros lanzando arpones y ellas quieren vengarse, que no hay que especular, que los animales quieren comunicar algo a los humanos, etc.
Por lo pronto, el misterio y el riesgo continúan en esa zona…
leticia_montagner@hotmail.com