Antonio Escamilla
La Revolución Mexicana, que oficialmente inició el 20 de noviembre de 1910, de acuerdo al llamamiento de Francisco I. Madero en su Plan de San Luis, significó, a final de cuentas, la toma del poder político a manos de la burguesía mexicana, representada en aquel entonces por el mismo Francisco I. Madero, Venustiano Carranza, Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas del Río, entre otros. La finalidad de la burguesía naciente era instaurar plenamente, sin ninguna traba económica, política o jurídica, el modo de producción capitalista. Ciertamente, dada la activa y decidida participación de las masas populares en la Revolución, sin la cual no hubiera sido posible la victoria burguesa, en la Constitución política promulgada el 5 de febrero de 1917, si bien en lo fundamental se establecen las bases políticas y jurídicas para eliminar los obstáculos que impedían el libre desarrollo de la economía capitalista, se recogen, además, las demandas más sentidas de esas masas populares; así, brotan de nuestra Carta Magna derechos para todos los mexicanos, como a la tenencia de la tierra, al trabajo, a la educación, a la vivienda digna, a la libre organización, a la manifestación de ideas, el de petición, etc., aunque la mayoría de ellos se violan constantemente por las mismas autoridades. También es cierto que el ala burguesa de los revolucionarios de aquella época era nacionalistas y pugnaba porque los recursos naturales de nuestra nación fueran en beneficio de los mexicanos aunque bajo la batuta del proceso de producción capitalista, con la intervención del Estado, como lo demuestra la expropiación petrolera que impulsó Lázaro Cárdenas en 1938.
Sin embargo, el denominado proceso revolucionario nacionalista tuvo su culminación a partir del triunfo de Miguel de la Madrid Hurtado como presidente de la República, quien inicia el denominado proceso de neoliberalismo en México, a tono con la situación internacional, con la globalización; dicho neoliberalismo no es más que una forma, la más salvaje y descarada del mismo capitalismo en expansión, cuyo código plantea que el Estado no debe regir la economía sino la empresa privada capitalista cuya único deber es enriquecerse tanto como pueda y a la mayor velocidad posible. El gobierno, dice el código, debe facilitar todo para este fin, renunciando a intervenir en la economía del país; dejando todo en manos de la iniciativa privada y del mercado; no elevando el cobro de impuestos que afecten las ganancias de los grandes empresarios, sino ampliar la base gravable entre la población empobrecida y a ella sí aumentarle la carga fiscal; no creando empresas que produzcan mercancías que compitan con las suyas en el mercado; el gobierno debe dejar de ser el gobierno benefactor, acaso el organizador del reparto de migajas para mantener el control político de las grandes mayorías.
Desde 1982, hasta nuestros días sigue imperando el modelo económico neoliberal en México. El presidente llama cuarta transformación a las acciones de su gobierno, pero eso es falso, tanto en lo de cuarta como en lo de transformación, porque lo que ha venido haciendo es reforzar al neoliberalismo, alentarlo, protegerlo, consolidarlo. Con sus nefastas consecuencias: desigualdad, pobreza, miseria. Una verdadera transformación debería ser el cambio profundo de la economía para beneficio de los trabajadores, creadores de la riqueza social, creadores del valor que contiene toda la riqueza social; en primer lugar, debería erradicarse el modelo neoliberal por otro modelo económico que impulsara una política de cobro de impuestos progresiva y justiciera, que creara empleos para todos, bien remunerados y que implementara una política social volcada a resolver la marginación y falta de desarrollo de colonias, pueblos y comunidades, todo ello alentado con la decidida intervención del Estado, con toda la fuerza del gobierno, con la participación patriótica de los empresarios y con la fuerza organizada y consciente del pueblo trabajador. Más tarde, se trataría de construir una sociedad fuerte económicamente, altamente productiva, soberana, y equitativa en el reparto de la riqueza nacional, con relaciones de producción de colaboración recíproca. ¿La mal llamada cuarta transformación va acaso por este camino? No, definitivamente.
Como una muestra de la vitalidad y vigencia del neoliberalismo, hoy más que nunca con López Obrador, está la elaboración del PEF 2022. Dicho presupuesto traerá más impuestos a los trabajadores, agudizará la crisis económica, los salarios se deprimirán aún más. No habrá obras ni programas para mejorar las condiciones de vida de la población. Y todo para aumentar la inversión en las obras faraónicas obradoristas (Tren Maya, Refinería de Dos Bocas y el Aeropuerto de Santa Lucía) y muchos expertos dicen que inútiles o innecesarias, y para dar dinero a ciertos sectores para hacerse de sus votos, dejando una gran estela de corrupción a su paso. ¿Qué es todo esto, sino el reforzamiento del neoliberalismo al estilo de López Obrador?
No nos engañemos, la verdadera transformación vendrá más adelante, cuando el pueblo humilde y trabajador se concientice y se decida a emplear su fuerza de masas para exigir y llevar a cabo el cambio de modelo económico primero, y el cambio de modo de producción después.